´Aņo son toros´, Xavier Bru de Sala

Hay que argumentar con la  máxima solidez todas y cada una de las restricciones de la libertad. Este es un principio irrenunciable de la democracia. Deberíamos abstenernos de prohibir algo sin que el conjunto de la sociedad obtenga un beneficio mayor que el perjuicio de quienes se ven privados de una parcela de libertad. Ejemplos recientes. Las medidas coercitivas del tráfico han conseguido reducir la mortalidad. A todos nos agradaría ajustar la velocidad a la percepción particular del riesgo, pero el precio que pagar es demasiado alto, así que tragamos con el carnet por puntos, la "multa por su bien" y el resto de lindezas con que nos obsequia la normativa. De modo parecido, los resultados animan a las autoridades a seguir restringiendo la libertad de fumar.

Si bien los argumentos sobre los perjuicios a los fumadores pasivos están sobredimensionados, la evidencia de las consecuencias de fumar para los propios fumadores es suficiente, junto al coste en sanidad que pagamos entre todos, para aprobar disposiciones más y más duras contra el tabaquismo.

Así que si usted es partidario, en nombre de la libertad, de aumentar los márgenes de velocidad permitida o los espacios donde se pueda fumar, ya debe saber que sus protestas son vanos gestos, en todo caso aplicables a prevenir futuras prohibiciones insuficientemente argumentadas. La libertad no es un bien absoluto, sino un territorio colindante con bienes igualmente preservables, tales como la justicia, la seguridad, la igualdad o el bien común (todos ellos, cierto es, sometidos a interpretaciones abusivas, como lo es la misma libertad).

¿A quién perjudica entonces que una minoría disfrute de la fiesta taurina? La respuesta es clara y al mismo tiempo de enorme calado: perjudica a un animal. Cualquiera puede ser insensible al sufrimiento de los animales, o incluso negarlo o minimizarlo. Sin embargo, quienes así razonan deberían saber que defienden un valor retrógrado, mientras que sus opositores, según mi percepción una clara y creciente mayoría, se suman a un valor emergente en todo el mundo llamado minimización del sufrimiento. Es erróneo, falaz y primitivo suponer que el toro se siente realizado al verter su sangre y morir entre aplausos. El conflicto real es de percepciones, entre quienes disfrutan y quienes creemos que este espectáculo es repulsivo y nos azoramos, no al verlo, sino al saber que pervive. Crece el número de los segundos, y disminuye el de los partidarios de la tortura. Fumar puede ser una debilidad; darle al acelerador una temeridad; pero para disfrutar con los toros en nuestro tiempo se requiere rechazar unos valores que se encuentran en el núcleo más edificante de nuestra sociedad. Cada cual posee, en su personalidad, resquicios que afean la civilización. Mejor luchar contra ellos, y quien no consiga vencerlos, escóndalos. El progreso moral es un hecho. Del mismo modo que nos avergonzaría tener un vecino que asistiera a una ejecución a fin de regodearse - lo cual era habitual hasta anteayer-,el espectáculo taurino y el resto de las fiestas donde un animal en apuros ocasiona disfrute a seres humanos repugnan cada vez a más personas.

La repulsa ética conlleva una prohibición. Es imparable. Tarde o temprano, en toda España. O ya se encargará Europa.

Algo así entendieron los británicos, que prohibieron el espectáculo equivalente de la caza del zorro, considerada asimismo un hecho cultural identitario y un refinado arte. Se prohibió en Catalunya la matanza del cerdo con público. Han cambiado las normas del transporte y del sacrificio del ganado destinado a la alimentación. Se restringe la actividad cinegética, justificada sólo por el equilibrio entre especies.

La cuestión de fondo consiste, pues, en una colisión de valores, de salud moral colectiva. Se trata de favorecer el avance de la civilización, indisolublemente ligado al respeto a la vida y al incremento del bienestar en todos los órdenes. Sin fundamentalismos pero con todo el convencimiento. Incluso me parece éticamente reprobable que en el Parlament se haya optado por la votación secreta. Si Goya o Picasso fueran nuestros contemporáneos (de edad no muy avanzada) no habrían pintado tauromaquias, como tampoco hoy nadie es capaz de inspirarse pongamos por caso en el rapto de las sabinas.

Ténganlo siempre presente los protaurinos: en nuestra época, la minimización del sufrimiento se erige en bien prevalente, por encima de consideraciones  culturales, tradicionales o identitarias, y sólo se justifica sufrir por mayor beneficio asociado, cuando no por impotencia en evitarlo.

Soy partidario de la libertad de suicidarse, sea de una vez o a pitillazos, mientras no cause molestias a los demás o gasto sanitario inútil. Soy partidario de restringir la velocidad (sin abusos de autoridad). Soy partidario de considerar más primitivos a los taurinos, de modo que la prohibición, además de humanitaria, es pedagógica. Y soy, en fin, partidario de ayudar desde Catalunya a que España se civilice más, aun en contra de la obcecación de su establishment y de su trasnochado patriotismo.

8-I-10, Xavier Bru de Sala, lavanguardia