´El Milanesado´, Enric Juliana

El spumante no es tan bueno para la ducha como el champán francés, pero su elegante sequedad acompaña bien las ironías. Las finas ironías. Una copa de spumante,preferentemente de Asti (Piamonte), no se la vamos a negar al embajador italiano en España, Pasquale Terracciano, que estos días tiene motivos para la sonrisa - una leve sonrisa-,después de haber pasado un año de mil demonios.

La política italiana se reitera como una caricatura de sí misma. La máscara del hombre que gobierna en Roma ha dado varias veces la vuelta al mundo hasta alcanzar el paroxismo en diciembre con esa lacerante imagen de un rostro ensangrentado por las agujas góticas de la catedral de Milán. Un atentado en miniatura. Un desequilibrado empujado a la acción por la furia mediática. Algo parecido podría ocurrir en España, al paso que vamos.

En Italia ya sucedió hace sesenta años, con tintes más dramáticos. En verano de 1948, en los albores de la guerra fría y con el país todavía en ruinas, un fanático azorado por la tensión política le pegó tres tiros al dirigente comunista Palmiro Togliatti a la salida del Parlamento. El Tour de Francia evitó la insurrección obrera. Gino Bartali, el gran rival de Fausto Coppi, conquistó el maillot amarillo y Togliatti pidió calma por radio desde la cama del hospital.

Ha sido un mal año para nuestros vecinos mediterráneos. El prestigio del made in Italy se está resintiendo. Este es un dato fundamental. La marca que abre puertas en todos los mercados del mundo es la clave de la unidad civil italiana en estos tiempos en los que no se sabe muy bien qué es una nación en el magma imperial europeo. Esa pérdida de prestigio tendrá consecuencias políticas a medio plazo. En un envidiable ejercicio de independencia, el Tribunal Constitucional ya ha dicho no al blindaje judicial del primer ministro.

En Madrid, sin embargo, se siguen publicando disparates sobre un inexistente retorno de Italia al fascismo. Un juicio ideológico erróneo, envuelto en la capa de la hidalguía. La novedad es otra. El 2009 se ha cerrado con un inesperado crescendo de la influencia del capitalismo italiano en España. Como el lector recordará, la cadena Telecinco, controlada empresarialmente por el hombre que gobierna en Roma, acaba de hacer pública la compra del canal Cuatro y del 22% de la plataforma Digital Plus.

Todo empezó en los años ochenta. El multimillonario milanés fue invitado a participar en el despliegue de la televisión privada en España gracias a la mediación del líder socialista Bettino Craxi ante su homólogo Felipe González. Craxi - más tarde acusado de corrupción y exiliado voluntariamente en Túnez, donde murió-se había convertido en el gran protector del hombre que desafiaba el monopolio de la RAI, granítica fortaleza de la Democracia Cristiana. El desembarco de Mediaset fue completado, años más tarde, por la entrada del grupo milanés De Agostini en Antena 3. La televisión privada en España lleva sello italiano. Los directivos Maurizio Carlotti y Paolo Vasile, ambos hijos de Mediaset, son las dos personas que más han influido en la reconfiguración de la cultura popular española.

Los milaneses también poseen el diario que tanto se esforzó para echar a González del poder. El grupo Rizzoli, propietario del Corriere della Sera,el gran periódico de la burguesía italiana, controla El Mundo.En la Via Solferino de Milán, Rizzoli sindica a los principales nódulos económicos del norte, con Fiat en proa. (Cesare Romiti, antiguo consejero delegado de Fiat, nunca perdonó que Felipe González, bien conectado con Alemania, propiciase la entrada de Volkswagen en Seat; mejor dicho, nunca perdonó que Fiat perdiese la gran red comercial de Seat en España.)

Y milaneses, o formados en Milán, son los directivos (Andrea Brentan, Luigi Ferraris...) que la eléctrica Enel, propiedad del Estado, ha enviado a Madrid para tomar el control de Endesa, la principal empresa española de energía, que antes que catalana debía ser alemana, pero que, como todo el mundo sabe, acabó siendo italiana.

Una copa de spumante a la salud de Francesco Sforza, que dio marcha al ducado de Milán antes de que lo conquistasen los españoles en el siglo XVI. El condottiero debe de estar echándose unas risas en la tumba.

10-I-10, Enric Juliana, lavanguardia