´¿Salir de la democracia?´, Ralf Dahrendorf.

¿Salir de la democracia?

Ralf Dahrendorf

LV, 24-X-2004.

Tanto el presidente George W. Bush como el primer ministro Tony Blair necesitan urgentemente una estrategia convincente para salir de Iraq. No cabe duda de que, ahora que sus razones para ir a la guerra se han desmoronado tan espectacularmente y se está debilitando el apoyo interno, quieren salir de allí. Pero ninguno de los dos quiere hacerlo de forma oprobiosa, izando dramáticamente a su último hombre del techo de una embajada mediante un helicóptero.

Tanto Bush como Blair quieren abandonar Iraq, si no con una victoria, al menos con alguna sensación de misión cumplida. A juzgar por sus declaraciones recientes, el plan que están preparando es sencillo. En enero, habrá elecciones en Iraq. Después el Gobierno resultante pedirá a las tropas ocupantes que abandonen el país en el plazo -pongamos por caso- de un año. La retirada se iniciará la primavera siguiente. Si bien ese plan es sencillo, la realidad no lo es. La primera pregunta molesta es: ¿habrá de verdad elecciones el próximo enero? El primer ministro Iyad Alaui asegura al mundo que las habrá y el presidente Bush repite sus palabras. Observadores más neutrales -y, de hecho, las noticias diarias sobre estallidos de bombas, toma de rehenes e insurgentes-despiertan dudas sobre esa perspectiva. La probabilidad de que las elecciones se celebren este próximo enero es inferior al 50% y podemos estar seguros de que no serán elecciones libres e imparciales en todo el país. De hecho, ya no es apropiado considerar a Iraq un país unido. Ya ha pasado a engrosar la lista de los estados fracasados del mundo, y lo mejor que se puede hacer es considerarlo como una posible federación de tres estados, más la ciudad de Bagdad, tan difícil de controlar.

Sin elecciones, la coalición se encontraría en una situación muy difícil. ¿Qué otra estrategia de salida podría idear? Sin embargo, quien sobre todo está en una situación muy difícil es Iraq. ¿Qué otra salida hay para ese desgraciado ex país? La respuesta no tiene por qué ser absolutamente desesperada. Puede ser que la reformulación de una estrategia a la luz de los nuevos hechos abra una vía por la que avanzar.

Al fin y al cabo, podría ser que unas elecciones nacionales en un país que avanza a ciegas hacia un futuro democrático no sean el mejor primer paso para andar por la vía de un orden liberal. Así es donde grupos afianzados -kurdos, chiíes, suníes- compiten por el poder central. En un caso así, la celebración de elecciones puede no ser nada prudente...; de hecho, puede resultar contraproducente.

La historia indica que las elecciones no crean las democracias. Confirman la existencia de las condiciones para un orden democrático. De modo que no son el primer paso en el proceso de democratización, sino el último de una fase preparatoria en la que se hayan creado al menos dos condiciones.

La primera condición es un acuerdo territorial aceptado. En las sociedades tribales,no resulta fácil de conseguir. La experiencia de Bosnia revela por qué es así. Sin embargo, por muy partidario que se sea de los estados nación multiétnicos, una vez que semejante construcción ha fracasado, es imprescindible escuchar el sentimiento popular. Surgirán unidades viables que sean menos que ideales, pero al menos aptas para crear un gobierno legítimo, es decir, un gobierno que sea a un tiempo eficaz y aceptable. Sería desastroso destruir la entidad kurdo-iraquí que está surgiendo en nombre de un abstracto e inexistente Iraq mayor. Quien, como yo, viviera la Alemania ocupada después de la Segunda Guerra Mundial recordará que las primeras elecciones celebradas en aquel país en la posguerra fueron locales y regionales. De hecho, crearon lo que ahora son los lander de la República Federal de Alemania.

La segunda condición es la de la seguridad. Al principio, debe ser una cuestión que incumba al ejército, pero la paz y la tranquilidad basadas en los tanques y la amenaza de ataques aéreos no bastarán. La seguridad no requiere sólo tropas, sino también leyes y su observancia. Lo que podríamos llamar el orden liberal requiere al menos dos ingredientes institucionales. Uno es la democracia, incluidas elecciones y gobiernos que rindan cuentas ante parlamentos y en última instancia ante los ciudadanos. El otro es el Estado de derecho.

Lord Ashdown, el alto representante de una coalición de países en Bosnia-Herzegovina, ha ofrecido un buen ejemplo de cómo se puede establecer el Estado de derecho. Aunque requiere personas de gran valor para llegar a ser jueces y autoridades fuertes para hacer cumplir sus sentencias, se puede lograr. En un país musulmán, semejante estrategia brindaría, además, protección contra el secuestro de la ley por fanáticos religiosos. Establecería lo que podríamos llamar la solución turca.El primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha hecho suyo precisamente ese imperativo, establecido en primer lugar por su gran predecesor, Kemal Ataturk, hace casi un siglo. Tal vez no sea una urna lo que Iraq más necesite, sino un Ataturk.

Semejante estrategia sería menos sencilla que la simple celebración de unas elecciones sumamente imperfectas. Complicaría más y tal vez prorrogaría la salida de las tropas de ocupación. Sin embargo, tendría repercusiones más duraderas en el desarrollo democrático que un proceso dudoso en virtud del cual un número limitado de personas acudan a los colegios electorales a elegir un gobierno central ineficaz. Semejante estrategia podría propiciar incluso un resultado sobre el cual quienes quieren que Iraq se una al mundo libre puedan decir de verdad: misión cumplida.