´Pacto de Estado energético´, Mariano Marzo

El espectáculo protagonizado por algunos destacados líderes políticos a propósito de las candidaturas para albergar el almacén nuclear centralizado constituye un preocupante signo de la frivolidad con la que, en general, los partidos asumen la cuestión energética. Un tema ante el que la sociedad española, huérfana de mensajes claros y liderazgo, empieza a comportarse como el ejército de Pancho Villa. Pero, aparte de lamentarnos, conviene preguntarse qué podemos hacer para revertir esta situación.

De entrada, emprender una campaña de alfabetización. Si queremos beneficiarnos de una política energética sostenible, hay que impulsar una sustancial mejora del grado de conocimiento que la sociedad tiene sobre el papel cotidiano que la energía desempeña en su bienestar y su calidad de vida. A pesar de que los temas energéticos son objeto de atención frecuente en los medios, se echa en falta una información profunda y equilibrada, y ya es hora de ponerse en marcha para lograr un profundo cambio cultural. De hecho, disponer de una audiencia bien informada es la única vía que permite que una política energética sostenible pueda ser comprendida y aceptada.

Básicamente, porque para concretar dicha política hay que romper viejos clichés excesivamente simplistas. La sostenibilidad energética se dirime hoy en día en tres frentes de batalla simultáneos. Estos coinciden con un triángulo con vértices definidos por las siguientes tres e:la e de economía, la e de energía (o de seguridad de suministro) y la e de ecología. Lo aconsejable es buscar el baricentro de este hipotético triángulo. Si adoptamos medidas muy inclinadas hacia uno de los vértices, corremos el riesgo de descuidar los otros dos frentes de batalla y perder la guerra. Esto quiere decir, simple y llanamente, que debemos aspirar a un mix energético lo más limpio, barato y seguro posible. No nos podemos conformar con disponer de un suministro abundante y relativamente barato, pero medioambientalmente sucio. Sin embargo, tampoco resulta recomendable aspirar a un suministro limpio, a costa de descuidar la seguridad y/ o los costes.

Y las complicaciones no acaban con este ejercicio de equilibrismo. Al mismo tiempo, no hay que perder de vista las prioridades. La teoría del triángulo tiene un grave inconveniente: supone que cualquiera de las tres tiene la misma prioridad. Pero eso sólo es así cuando estás cómodamente instalado en la cúspide de la pirámide del desarrollo. No hay que olvidar que la primera prioridad del desarrollo humano es el acceso a la energía (más de dos mil millones de personas en el mundo todavía suspiran por la electricidad). Una vez asegurado este nivel, el segundo es el de la seguridad y la fiabilidad del suministro. Cuando este está garantizado, se aspira a la eficiencia económica; después, a la eficiencia de recursos, y finalmente se accede al último nivel, el de la aceptabilidad, que nos permite escoger qué tipo de energía nos gusta y cuál no. ¿Somos conscientes de que si fallan la eficiencia económica y la seguridad de suministro todo el entramado se viene abajo?

Avanzar en la dirección de la sostenibilidad energética constituye una tarea ardua. Requiere una nueva cultura, en la que la eficiencia y el ahorro (recordemos que la energía más verde y más barata es la que no se consume) y la I+ D+ i desempeñan un papel crucial. También supone aceptar que, de momento, no existe una única solución a nuestras tribulaciones. Como dicen los anglosajones, no disponemos de una bala de plata,es decir, de una fuente de energía capaz por ella sola de sacarnos del atolladero. Hay que asumir que necesitamos todas las fuentes de las que actualmente disponemos.

Sin duda, cualquier política energética requiere de una planificación a largo plazo. Algo que choca con la práctica política. Por la simple razón de que los intereses electoralistas tienden a anteponerse a los buenos deseos. Ello resulta comprensible si tenemos en cuenta que la política es "el arte de lo posible" (frase a la que habría que añadir la coletilla de "en cuatro años") y que en el plazo de un mandato resulta prácticamente imposible obtener resultados tangibles que vayan más allá de asegurar el funcionamiento del modelo al uso. De modo que en la ecuación energética aparece una nueva e que deberíamos eliminar: la e del electoralismo.

Y ello sólo será posible mediante la concreción de un pacto de Estado en materia de política energética. A fin de cuentas, no deberíamos olvidar que la energía es la capacidad de hacer un trabajo. ¿Acaso podemos permitirnos perder dicha capacidad o delegarla en otro país?

31-I-10, Mariano Marzo, lavanguardia