´Celebridades y basura´, Daniel Arasa

Hace unos meses, formando parte del acoso telefónico a que estamos sometidos, me plantearon en una encuesta un sinnúmero de cuestiones sobre Belén Esteban. Confieso que en aquel momento desconocía quién era la interfecta, sin que tal ignorancia de base fuera óbice para que mi interlocutora telefónica continuara formulándome más y preguntas, aunque la mayoría de las respuestas eran "no lo sé", "lo desconozco", "no puedo valorarlo", al no conocer el personaje, ni sus andanzas, polémicas, agresividad, desvergüenza o cirugías estéticas. Colgado el auricular, entré rápidamente en Google para subsanar mi laguna cultural de telebasura tras haber aparecido ante la encuestadora como un marciano cateto, totalmente ajeno a las grandes cuestiones terráqueas.

En los últimos días, antes de que me suceda algo similar y caiga en el descrédito ante mis hijos y mis alumnos, he intentado saber algo de otra celebridad antológica, Karmele Marchante, tras el affaire de Televisión Española y Eurovisión. ¡Menudo historial de vacuidad! He descubierto que somos de la misma ciudad, Tortosa, y además de la misma quinta, lo que me intranquilizó al comprobar que hay gente que en lugar de sentar la cabeza con el paso de los años incrementa el nivel de necedad.

Aunque lamento decir que no es un botón de gloria para mi tierra ni un puntal para solución a los problemas de las Terres de l´Ebre, tengo la impresión de que en su contencioso con Televisión Española tiene razón, entre otras cosas porque la Pop Star Queen y su Soy un Tsumani difícilmente serán más esperpénticos de lo que fue el Chiquiliquatre. Todo en el marco del ridículo institucionalizado en que se ha convertido el Festival de Eurovisión.

Belén y Karmele son dos de nuestras celebridades del momento. Juan Luis Cebrián, consejero delegado de Prisa, afirmó en una cena coloquio en octubre del 2003 que "la telebasura es un problema más grave que las drogas o el terrorismo". Desde entonces el incremento de la telebasura ha sido exponencial, acompañada de muchas series y programas no calificados como tal pero infinitamente más dañinos porque sus nefastos contenidos son menos identificables para muchos y penetran osmóticamente en tanto consumidor de TV que sin sentido crítico ni bases éticas sólidas engulle lo que le echan.

La porquería en las pantallas tampoco respeta a la infancia, pero urge incluso recortar programas en sí mismos aceptables. Chicho Ibáñez Serrador, que de asuntos de televisión debía saber alguna cosa, respondió un día a una pregunta: "Dejar que los niños vean la televisión más de una hora al día es un error; utilizarla como guardería es una aberración; y no meterles a su hora en la cama es una esclavitud". Una lección para padres y maestros.

2-II-10, Daniel Arasa, lavanguardia