´¿Dónde acaba Europa?´, Xavier Batalla

Europa existe desde que Grecia le dio el nombre, pero el concepto Europa ha sido históricamente elástico, y no sólo por cuestiones geográficas. Los ejemplos se pierden en los confines del tablero. Para Klemens von Metternich, artífice de la Europa absolutista del Congreso de Viena (1814-15), Asia empezaba a las puertas orientales de Viena; los húngaros vieron la divisoria en Croacia; para el croata Franjo Tudjman, Europa terminaba al llegar a Serbia; para Nicolas Sarkozy, Turquía no es Europa, y para Vladimir Putin, como para el zar Nicolás I, Europa acaba en la frontera con Ucrania, a la que sitúa en la esfera de influencia de Rusia.

En cuanto a despropósitos fronterizos, la historia europea puede resumirse en Polonia, que desapareció del mapa durante 125 años para ser reconstruida después, perder posteriormente su independencia y volver a emerger sin las provincias que ahora son parte de Lituania, Ucrania y Bielorrusia. Pero Ucrania, como la antigua Yugoslavia, también tiene cicatrices históricas. Ucrania occidental (Galitzia y Bucovina) fue territorio del imperio de los Habsburgo, nunca parte del imperio zarista. Y Crimea es Ucrania desde que Nikita Jruschov, líder máximo soviético, la separó de Rusia y se la regaló en 1954. Putin le comentó a George W. Bush en el 2008: "George, debes comprender que Ucrania ni siquiera es un país".

Ucrania tiene fronteras con la Unión Europea y la OTAN, pero también con Rusia, que la considera, junto con Bielorrusia, una barrera natural (y eslava). Esta barrera, sin embargo, está dividida. Lazos lingüísticos, históricos, culturales, religiosos y energéticos tiran de su mitad oriental - con sus rusohablantes-hacia el este; la democracia y la economía empujan a la mitad occidental hacia el oeste. El resultado es un sistema peculiar, mezcla de democracia, autoritarismo y prácticas oligárquicas. Polonia, Eslovaquia y Hungría, ya bajo los paraguas de la Unión Europea y de la OTAN, quieren que Ucrania se les una. Pero la OTAN no avanza y Europa está aquejada de la fatiga de la ampliación.

En las anteriores elecciones presidenciales, Putin apoyó a Viktor Yanukovich, pero este fue derrotado por Viktor Yuschenko, protagonista de la prooccidental revolución naranja (2004) que en los últimos años no ha parado de hostigar a Moscú: primero, al dejarse querer por la OTAN; después, al apoyar a Georgia en la guerra del 2008 y poner en entredicho el contrato por el que la flota rusa puede amarrar en Sebastopol (Crimea) hasta el 2017. Pero Yuschenko, derrotado electoralmente, abandonará ahora la presidencia. Y Yanukovich es el favorito en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de este domingo, en la que su rival será Yulia Timoshenko, primera ministra saliente y también protagonista de la revolución naranja. Hace dos años, Timoshenko publicó en Foreign Affairs un artículo en el que propuso "contener a Rusia". Hoy, ante el peso del Kremlin, es ella la que se contiene. Amenaza con protestas si hay fraude, pero ha cambiado su tono antirruso. ¿Quién va a perder, entonces, en Ucrania: la Unión Europea o Rusia?

Bush padre disgustó a los ucranianos cuando en agosto de 1991, meses antes del referéndum de la independencia, les advirtió sobre los peligros del "nacionalismo exacerbado". "Estados Unidos no apoyará a quienes buscan la independencia para reemplazar la tiranía por un despotismo local", les dijo. Y los ucranianos, decepcionados, contestaron que su intervención fue el discurso del pollo Kiev, receta popularizada por los restaurantes neoyorquinos para atraerse a los inmigrantes rusos. Pero, años más tarde, el hijo de Bush decidió arriesgar. Apoyó el ingreso de Ucrania en la OTAN, aunque topó con la oposición de Francia y Alemania. Y las guerras del gas de los años 2006 y 2008, cuando Moscú cerró el grifo, adelantaron el porqué de que Putin se haya permitido el lujo de parecer sutil en esta campaña.

El resultado es que Ucrania, tierra de paso del gas ruso, está ahora más lejos de Europa. El 2004, cuando miles de ucranianos apoyaron la revolución naranja, fue el momento cumbre de la influencia europea. Pero se dejó pasar la oportunidad. A Europa le preocupa la dependencia energética con respecto a Rusia. Y también teme que Ucrania, con 46 millones de habitantes, pudiera cambiar, si ingresara, el equilibrio de poder europeo. Pero puede haber algo más. Mark Medish, analista del Herald Tribune,cuenta que el año pasado un alto oficial ucraniano, angustiado por la nueva relación entre Washington y Moscú, le preguntó si Barack Obama pretendía "entregar Ucrania a cambio de la cooperación de Rusia sobre Irán".

6-II-10, Xavier Batalla, lavanguardia