īMultasī, Albert Gimeno

En la lucha contra el incivismo que las autoridades, con mayor o menor tibieza, tratan de impulsar se producen avances aunque sean de difícil cumplimiento. Esa es la sensación que transmite la buena noticia de incrementar la multa por colarse en el metro o en el autobús. A partir de ahora, si cazan al espabilado de turno, éste pagará 50 euros en lugar de 40. No hay objeciones. Perfecto. Lo que se pregunta el ciudadano de a pie es: ¿cuándo es posible actuar contra uno de esos tipos que se salta la normativa a la torera?

Seguro que en las cifras oficiales de TMB existe una relación larga de casos en los que se ha podido multar, pero ciertamente la experiencia diaria de quienes consumen kilómetros de transporte público demuestra que la efectividad del control es limitada. La imagen de tipos saltando la valla, sorteando la escasa vigilancia de muchas estaciones de metro, es un lugar común en el suburbano barcelonés.

Más difícil es detectar ese tipo de situaciones en el autobús, a menos que vaya muy lleno. Por tanto, el incremento de la sanción acabará convirtiéndose en un brindis al sol. Bienintencionado, pero poco efectivo. Lo más frustrante de las normas es que luego no estén respaldadas por la infantería de la inspección. ¿De qué sirve fomentar el uso cívico de un transporte público, si luego a quienes pasan religiosamente por el aro se les queda cara de tontos ante tanto furtivo sin castigo?

Veremos si al endurecimiento de la multa sigue una mayor capacidad coercitiva que desanime al infractor, y que envalentone al ciudadano íntegro a la hora de denunciar activamente dichas situaciones. Ocurre que, en la actualidad, cuando alguien ve que otro se cuela nadie quiere meterse en líos. Como en ese momento no se detecta ninguna vigilancia, se mira hacia otro lado y santas pascuas. Y esa situación hay que abordarla.

5-II-10, Albert Gimeno, lavanguardia