entrevista a Antonio Escohotado, II-04.

entrevista

De vuelta de la vida, andropáusico, según su confesión, el filósofo Antonio Escohotado decidió un día embarcarse –paradójicamente, por una cuestión de amores– para Tailandia, como una tierra de nadie. La Asia pródiga y sin rostro. En aquel mundo, ajeno a las pasiones diarias de Occidente, abúlico, en la selva a veces, la economía se le aparece a la manera de Adam Smith: como una eficaz y poderosa disciplina social y moral. Su experiencia la ha volcado en un libro magnífico “Sesenta semanas en el trópico”. Quien quiera conocer las enseñanzas de la escuela de economía austriaca, de Menger a Hayek, que empiece por aquí.

En Tailandia, se le ve molesto, cabreado con el ambiente, sobre todo con la actitud de los hombres y la pereza general.

Bueno, lo primero que cabe decir es que en el Sudeste Asiático sobrevivir es ya de por sí un milagro. ¡Qué humedad! Salen hongos en cualquier lugar. Es un país para insectos, no para mamíferos superiores. Es otro mundo, donde la mayoría de los hombres no trabajan. En cualquier tienda u oficina,por cada empleado hay por lo menos tres empleadas. Los varones duermen, cuidan a los niños, beben whisky, van de putas. La cosa va de paliar las carencias conformándose con menos, y, si se puede, lograr lo que se pueda por nada.Los extranjeros están por eso continuamente en peligro de ser estafados.

¿Y de dónde viene eso?

La desidia general viene de su religión, el teravadismo, que predica la superación de los deseos, aunque no he conocido a ningún tailandés que desprecie el lujo. El primer ministro Thaskin significa en este sentido un cierto cambio porque supone la entrada de un empresario en la vida pública tailandesa tras muchos años estériles.

Birmania aún sale peor parada.

Birmania es el nirvana socialista, un desastre total. Allí, en 1962, se sustituyó la economía de mercado por una economía "estabilizada" y decidieron cortar con el comercio mundial. En su sistema aislacionista, renacieron los gremios y ha desaparecido la iniciativa empresarial. Es un país riquísimo en rubíes y piedras preciosas, pero si vas a una joyería, lo único que encuentras son baratijas. La renta per cápita se ha hundido. Este país es en gran medida la realización del sueño de muchos antiglobalizadores y talibanes europeos, tipo la gente de "Le Monde Diplomatique".

En su sufrido periplo turístico–académico, también ve la aplicación práctica de las teorías marginalistas de Menger. Como cuando está encerrado en un hotel rascacielos, en una habitación asfixiante, donde ni tan siquiera se pueden abrir las ventanas, y reflexiona: “las mismas cosas sólo son accesibles a más personas cuando dejan de ser las mismas”.

Sí, es verdad. Hay mucho de sucedáneo en el mundo de hoy. La competencia reduce los precios y la calidad. Comeremos quizá peor y viajaremos más incómodos, pero el balance es en cualquier caso positivo. En su día, los pocos que tenían un automóvil conducían un Rolls Royce, mientras que ahora vamos en Volkswagen Volvo, que no está nada mal. De hecho, los coches de hoy son mejores que los del siglo pasado.

El triunfo de Menger sobre Adam Smith– a saber que cuando la riqueza crece, el valor de un bien es subjetivo y no tiene que ver con el trabajo necesario para producirlo–resulta duro. De hecho, supone la precarización laboral.

La cuestión está en que ya no se trata de trabajar en lo que sea y producir bienes de los que el mercado ya está servido. Hay que producir cosas u ofrecer nuevos servicios que tengan utilidad e interesen a los demás. Antes, conseguías un empleo o montabas un negocio, y si no pasaba ninguna tragedia, vegetabas de por vida con aquello. Ahora, intentamos hacer lo mismo, pero nos encontramos a un consumidor fluctuante e irregular, que además no quiere ser defraudado. Eso se traduce en que ante nuestra oferta de trabajo, la respuesta puede ser hoy, sí, mañana, no, y pasado, ya veremos. El mercado refleja cada vez más nuestros deseos que nuestras necesidades. Se parece cada vez más a como somos nosotros mismos.

Luego hace una reivindicación de David Hume, del trabajo.

Hume decía que el trabajo es la base de nuestra felicidad, lo que nos proporciona una satisfacción menos efímera y profunda. Hume lo menciona al hablar del estoico y me parece bastante bien.dicho.

En Asia está habiendo grandes sorpresas, como la India.

India es un país triste, que como explica Naipul tiene bastante de civilización equivocada. Su espectacular crecimiento económico me genera muchas dudas. Queremos mirarla como si fuera del planeta interior, pero no pertenece a él. Es una civilización que ignora la propiedad privada inmobiliaria y los cónyuges no se eligen a sí mismos.

¿Qué es eso del planeta interior?

Planeta interior es donde se respeta la propiedad, donde se honran los contratos, y donde la división del trabajo permite que las personas puedan vivir de manera democrática, libre. Y hablo de planeta exterior porque ya no cabe hablar de Tercer Mundo. Es es un concepto obsoleto que encubre en muchos casos meros regímenes militares o religiosos que hacen imposible la vida de la gente corriente. En concreto, si yo hubiera trajado allá como profesor universitario debería haber complementando mi sueldo vendiendo buenas notas.

Cuando fue a Vietnam, sus sentimientos estaban muy mezclados.

Bueno, es que en los años 60 un grupo de amigos pedimos a la legación del Vietnam en París que nos enrolasen para luchar contra los americanos. Estar en Saigón era muy fuerte. Vi un tráfico explosivo de todo tipo de cosas. Para mí, los vietnamitas son uno de los pueblos más valerosos del mundo. Ojalá sepan aplicar su vigor a construir un país nuevo.

Tras muchas vueltas, usted se declara discípulo de Epicuro.

Epicuro defiende una manera de vivir con la voluntad justa para ni verse arrastrado por cualquier estímulo ni movido a huir de ellos.

Eso es el mercado.

Sí, efectivamente. Porque el mercado permite participar guardándote tu esfera particular, tu universo singular. Aunque en momentos te exige mucho, la libertad siempre va acompañada de “agon”, de agonismo, de vivir desviviéndose.

Y al final de todo, la figura que emerge no es Zaratustra. Es el Economista.

El economista no cultiva credos, sino que observa pasiones y costumbres ligadas al proceso de intercambio. Y es en esa observación detenida donde la moral se muestra, como reveló Adam Smith. El desapego debe dejar margen y generar también prosperidad general.

lavanguardia, José Manuel Garayoa, 1-II-2004