México: impotencia del Estado ante el narcoPoder

La violencia no se detiene pese al presencia de Calderón. Horas antes de la llegada del presidente, cuando por doquier se veían patrullas y retenes militares, los mafiosos mataron a cinco personas. No hubo un solo detenido. Este corresponsal presenció como decenas de personas estuvieron expuestas en una de las zonas más seguras de la ciudad. Un banco, un camión de la Coca-Cola y un cajero automático resultaron alcanzados por proyectiles. La persecución a balazo limpio por mafiosos de una camioneta sembró el terror. En el ataque hubo dos muertos y un herido. Además, dos jóvenes que trabajaban en un local de lavado de coches fueron acribillados desde un vehículo en marcha. Una quinta persona fue asesinada a tiros en su casa.

No encontró aplausos ni mensajes de bienvenida. El presidente Felipe Calderón fue recibido con carteles y pintadas que expresaban el malestar de la población por el aumento de la violencia y la indignación por haber tildado de pandilleros a los 15 estudiantes asesinados hace unos días. Para los vecinos de Ciudad Juárez, el número de muertos -2.640 en el 2009- no son frías estadísticas; refleja mucho dolor, gran sufrimiento y enorme desesperanza.

Tanto el gobernador de Chihuahua como diferentes sectores sociales reclamaron la presencia del presidente en esta ciudad que se siente abandonada a su suerte, atrapada en medio de la violencia del narcotráfico, que la militarización no logra frenar.



En su recorrido desde el aeropuerto al centro de convenciones Cibeles - donde se reunió con políticos, empresarios y familiares de los chicos asesinados-,Calderón vio muchas patrullas de soldados y policías federales que, esta vez sí, blindaron la ciudad con un férreo cordón de seguridad. El presidente mexicano, que llegó a Ciudad Juárez con el fiscal general y siete ministros, atravesó decenas de retenes militares en los que los soldados registran vehículos e identifican personas. La caravana circuló rápida por las amplias avenidas, por lo que el mandatario apenas tuvo tiempo de advertir la postración en la que está la que hasta hace poco fue la urbe más próspera del país, con una pujante industria de fábricas de ensamblaje) que atraía inversiones de EE. UU. y emigrantes de toda la república.

El Diario de Juárez expuso con crudeza en su portada el triste estado de la capital fronteriza: "Recibe a Calderón una ciudad devastada". El periódico subraya la grave crisis económica y de inseguridad de Juarez, originada por un combate al narcotráfico "que ha dejado más de 4.500 muertos, de los cuales 268 eran mujeres y otros cientos, inocentes sin nada que ver con hechos ilícitos".

Calderón presentó un ambicioso plan de rescate que buscará abatir el crimen ya no con las armas, sino con inversión social. Para ello se tomarán en cuenta experiencias de países como Guatemala y Colombia; se tendrá como referencia a Medellín, la ciudad colombiana que estaba en poder de los cárteles de la droga y que se ha recuperado en buena parte con una inteligente política de fomento del empleo y la educación.

Calderón expuso el Plan Intervención Juárez, que destinará recursos para tareas sociales. Con estos fondos, de unos 200 millones de euros, se dará prioridad a la educación y a combatir la pobreza y el paro, agudizados por la inseguridad y la violencia. El plan prevé que los programas sociales se conviertan en una alternativa para enfrentar la delincuencia. Por ejemplo, en los barrios del poniente, que han estado abandonados desde su creación, se construirán seis institutos dotados de ordenadores y con programas de apoyo en deporte y música. Con estas acciones se espera rescatar a miles de jóvenes que son reclutados por las pandillas, convertidas en brazos armados de los cárteles de la droga.

Sin embargo, Calderón dejó claro que no retirará al ejército de Ciudad Juárez tal como demandan varios sectores críticos.

La población recibió las palabras del presidente Calderón con cierto escepticismo, porque otros anuncios de cambios de estrategia han fracasado o no se han materializado.

12-II-10, J. Ibarz, lavanguardia