"Terrorismo sin terror", Manuel Castells.

Terrorismo sin terror

Del horror y la barbarie que flagelaron Londres surje un patrón inquietante de acción terrorista. Un patrón significativamente similar al de nuestro 11-M. Jóvenes fanáticos locales conectados a una red global que les proporciona inspiración y logística. Claro que hay diferencias.

En un caso, eran británicos del West Yorkshire, porque las comunidades musulmanas en Inglaterra datan de largo tiempo y ya incluyen segunda y tercera generación, sobre todo originarios de Pakistán. En Madrid eran inmigrantes, pero ya estaban arraigados en nuestro país. En Londres eran atacantes suicidas. En Madrid eran suicidas potenciales que intentaron seguir atentando hasta inmolarse. En ambos casos eran personas con una vida normal, no pobres inmigrantes, sino jóvenes de una cierta educación, viviendo en familia, modestos pero no marginados, religiosos pero sin estridencias. Y también en ambos casos se produjo una conexión a algún punto de la red de Al Qaeda, que les proporcionó los medios y les sugirió el método y el momento. Los explosivos se consiguen en el mercado negro. En España, en las minas de Asturias. En Inglaterra, de las existencias que se esparcieron desde los Balcanes a través de las múltiples mafias en que se convierten los servicios secretos desempleados y las milicias derrotadas. Lo esencial, sin embargo, es el estímulo ideológico, algún apoyo técnico y la planificación estratégica que les proporcionan los cuadros revolucionarios itinerantes de tramas islámicas diversas.

El núcleo histórico de Al Qaeda (Bin Laden, Al Zauahiri y demás) se entera después del hecho. Su papel es el de guías espirituales e ideológicos. La red de Al Qaeda no es una red global coordinada, sino una serie de redes descentralizadas inspiradas por el objetivo común de atacar a Estados Unidos y sus aliados hasta que terminen la ocupación de las tierras del islam. Tácticamente, la cuestión clave es cómo estas redes conectan con grupos locales dispuestos al martirio. La relación se da por los dos lados. Jóvenes radicalizados buscan a la red y la red los busca a ellos en los entornos del islam fundamentalista de las sociedades occidentales. Cuanto mayor sea esa conexión, mayor será la peligrosidad del terrorismo islámico.

¿Cuáles son los factores que alimentan el fanatismo suicida? Naturalmente, hay rasgos psicológicos individuales. Pero la diversidad de situaciones personales hace necesario considerar el contexto social y geopolítico como caldo de cultivo de la acción terrorista.

En el panorama internacional, la sensación de humillación y de impotencia ante la ocupación de Palestina, la invasión de Iraq en contra de la legalidad internacional y el apoyo de los países occidentales a regímenes corruptos y dictatoriales en el mundo islámico han alimentando la radicalización creciente de miles de jóvenes musulmanes de Oriente y Occidente. En el entorno de nuestras sociedades, la discriminación y los prejuicios raciales y religiosos que sufren muchos sectores de nuestras minorías musulmanas (¿nunca habló usted despectivamente de los moros?) se hacen insoportables para jóvenes educados, modernos y partícipes de nuestra sociedad, muchos de ellos nacidos en Europa o Estados Unidos y a quienes se les recuerda su origen cada día. Más aún: la crítica que muchos de nuestros jóvenes hacen del consumismo, de la falta de democracia, de la agresividad de nuestras sociedades, toma la forma entre los jóvenes musulmanes de un refugio en los valores comunitarios del islam, en la certidumbre de la religión y en un patriarcalismo tranquilizador. Obviamente, nada de esto justifica la barbarie. Pero si no entendemos quiénes son y por qué lo hacen no podremos combatirlos eficazmente. E incluso podemos agravar el problema. El punto clave es que tanto en el ámbito mundial como en Occidente no se trata de un problema de pobreza, sino de identidad. No es la exclusión económica, sino la estigmatización cultural...

Han cortado los puentes. En esa situación, el peligro es que el terrorismo se transforme en terror interno, en nuestras mentes y en nuestras vidas, que acabe corroyendo lo que somos y lo que hacemos. El terrorismo sólo se convierte en terror si nosotros lo aceptamos. Porque el daño en víctimas de cada atentado, aunque cada muerte y cada mutilación sea terrible en sí misma, no es mayor en su conjunto que la oleada de muertes violentas por accidentes de tráfico que tenemos regularmente en cada periodo vacacional. Pero la reacción contra la amenaza terrorista puede tener consecuencias mucho más graves. Sobre todo porque los políticos de todas las tendencias utilizan esa amenaza para restringir libertades, para retomar el control de la comunicación (un control que les aterra perder), para volver a cerrar fronteras y para gobernar mediante el miedo. En lugar de nuestros representantes pasan a ser nuestros protectores. Es obvio que hacen falta medidas de vigilancia y de protección. Pero la cuestión es cómo se hace y qué discurso se genera en torno a esa política.Yla experiencia con Bush y Aznar, por ejemplo, es que utilizaron (y utilizan) la política del miedo como forma de asentar su poder. No siempre con éxito, como tal vez recuerde don Jose María.Ytienen imitadores: Sarkozy aprovecha para montarse de nuevo en el carro autoritario que espera que le lleve a la presidencia. Y la prensa amarilla de todo el continente jalea la xenofobia y atiza el pavor. Ése es el gran desafío que tenemos ante nosotros: cómo combatir el terrorismo sin convertirnos en cautivos del terror.

lavanguardia, 16-VII-05