ŽEl dedo de AznarŽ, Pilar Rahola

Vamos por lo primero. ¿Es lícito que un grupo de estudiantes intente impedir que un político hable en una universidad? Aunque forme porta del ritual de la democracia, y caiga a bien a lado y lado del espectro político, en función de a quien le toca el abucheo, siempre me ha parecido un ejercicio antidemocrático, impropio del llamado "templo del conocimiento". Porque el abucheo no es debate, ni libertad, sino su contundente negación. Por supuesto, los jóvenes con pancarta, pitos e insultos a destajo caen automáticamente bien, sobre todo si el objeto de deseo es un ex presidente. "Va con el sueldo", contestan raudos algunos cortesanos de la opinión.

Y, sin embargo, vaya o no con el sueldo, e incluso cuando los jóvenes en cuestión son "de los míos", es decir, abuchean al líder de cualquier otro, me parece un ejercicio vulgar, violento y propio de jóvenes que han sustituido las ideas por las consignas. Quien teme al debate, teme a su propio pensamiento. Y, por supuesto, ante la creatividad de las palabras, el ruido es un ejercicio de imposición estéril. Si, además, va acompañado de las calumnias pertinentes, como "terrorista" o "asesino", entonces no sólo se trata de una minoría maleducada y ruidosa. Es, además, una minoría intolerante. A pesar, pues, de mis cósmicas diferencias con Aznar, ante la negación de la palabra, siempre estaré al lado del que quiere hablar. No sólo porque quiero escucharlo, para poder rebatirlo. Sino porque la palabra libre, en un espacio de libertad, es el eje que garantiza nuestro sistema de derechos. Aznar, pues, es el que no me gusta. Pero los del abucheo me disgustan, más allá de cualquier complicidad.

Y si la minoría ruidosa triunfó en los audios del reino mediático, el dedo alzado de Aznar, emulando la soez y conocida expresión callejero-festiva, triunfó en los flashes, para alegría de los profesionales de la imagen. Por supuesto un gesto siempre será más banal que un grupo de gritones. Pero puesto el dedo en mano de quien fue presidente del Gobierno, y ahora pasea su palmito por los mundanales micrófonos, resultó todo un símbolo. Un símbolo que casó bien con el ruido, tal para cual, mostrando su desprecio mutuo, diciendo unos "no queremos escucharte", y diciendo el otro, "idos a tomar por el callejón sin salida". Es decir, que a la baja categoría de unos, el otro contrapuso su baja templanza, y el resultado fue un cuadro edificante. Lo peor es que, entre dedo y grito, la pregunta no se centra en la vocación de Aznar por hablar por encima de Rajoy y apuntarlo cada vez que el gallego se desvía. Como si lo tutelara en la distancia. O peor aún, como si quisiera recordar que él está en la reserva. Lo cual permite una pregunta inquieta: ¿no será que el dedo de Aznar iba dedicado a Rajoy? Pues podría, porque algo se le parece, lo que le hace don José Mari a don Mariano…

20-II-10, Pilar Rahola, lavanguardia