“Sin pacto y, aśn peor, sin plan“, Xavier Bru de Sala

Mucho es de temer que nos vamos a  quedar sin pacto anticrisis, tanto a escala española como catalana. A la más estricta actualidad me remito, la que nos habla de los jefes de la política, que no líderes, lidiando con la presión social, burlando el alicaído estado de ánimo ciudadano. Como hay demanda de entendimiento, los políticos se aprestan a la correspondiente oferta, si bien se cuidan más de sí mismos que de la sociedad, de quedar bien, o mejor que los demás, para cuando llegue la conclusión del guión que podemos avanzar de antemano. La falta de acuerdos, también en los culpables del desacuerdo.

Todo empezó con unas, en principio discretas, conversaciones del Rey, aplaudidas en Catalunya pero extrañamente mal encajadas por el Gobierno. ¿Celos? (Observemos, aunque sea de paso, que al Rey le niegan en las sedes centrales del poder hasta el derecho a intervenir, algo que se considera incomprensible en la periferia). De modo casi simultáneo, Duran Lleida lanzó la propuesta de modo público y formal. "Si no nos ponemos de acuerdo, saldremos peor parados". El mensaje, de un calado extraordinario, tuvo su repercusión en forma de un debate en el Congreso que sirvió ante todo para evidenciar que los dos grandes partidos se dedican, no a colaborar entre ellos, sino a competir en doblez, a ver quién muestra mejor disposición y la utiliza para dejar al otro en evidencia. Por si alguien dudaba, la reunión de ayer no mereció mejor diagnóstico. Todos necesitamos recobrar confianza, y los grandes acuerdos, los que fueran, tendrían un efecto balsámico, como observaron, cada cual por su lado, el Rey y Duran Lleida. No son ellos los responsables de la frustración que se avecina.

Mientras, a Grecia le imponen los deberes, unas durísimas medidas de ajuste, desde los centros europeos, como paso previo a una promesa de rescate. España se ha salvado por poco de la debacle, perdiendo, eso sí, los restos del aura de país modélico en cuanto a disciplina, crecimiento y credibilidad. Nos tenían ganas, y a fe que se han desquitado. La canción del doce por ciento de déficit y el veinte por ciento de paro resuena en toda la prensa internacional, que incluye nuestro país entre los últimos de la fila. Tal vez no haya para tanto, pues en algún sentido el Reino Unido e Italia están peor, pero el daño a la imagen exterior está hecho y costará de recuperar.

Siendo la mala imagen algo muy serio, no es lo peor. Lo verdaderamente preocupante tampoco es que las perspectivas de pacto anticrisis consistan más en un simulacro de cara a la galería (y cuánto deseo equivocarme). Los síntomas de malestar social, iniciados en la manifestación sindical contra el recorte en edad y cómputo para la jubilación, son por el momento de poca monta al lado de la que se ve venir en Inglaterra o la que cae en Grecia y Francia.

Lo que más debería preocupar es la falta de plan. No de plan B, sino de plan A. Si la finalidad es salir fortalecidos y cuanto antes de la crisis, no basta con aplicar medidas coyunturales, a remolque de lo que otros han ido ensayando, o lanzar globos sonda, o subir el IVA antes de tiempo contra viento y marea, o invocar el cambio de modelo económico sin el correspondiente presupuesto para financiarlo. Ni siquiera se recobraría la confianza, aunque desde luego ayudaría lo suyo, mediante acuerdos sociales o entre partidos. El riesgo de España consiste en una salida de la crisis que se demore, que luego nos instalemos en un periodo prolongado de bajísimo crecimiento acompañado de un paro colosal. Que lo peor haya pasado no es garantía de que acompañemos a los países mayores de la Unión en el nuevo ciclo, si no es por un tardío efecto de locomotora exterior. Para salir de la crisis por nuestro propio pie se necesita un plan. Un plan que dibuje con claridad los ejes de fuerza, las prioridades, los ajustes, las nuevas oportunidades, que focalice los sectores sobre los que podemos y debemos apoyarnos, las reformas y transformaciones que se proponga llevar a cabo. Un plan en mayúsculas, extenso y detallado, que señale las grandes prioridades, al que se someta la mayor parte de la actividad gubernamental. Un plan y su correspondiente hoja de ruta. En vez de ello, parece que cada ministerio actúe por su cuenta, tomando medidas cuyo primer requisito consista en no incomodar a la Moncloa, que por su parte funciona a salto de mata, a fin de mantener vivas las expectativas. Si el Gobierno tuviera un plan, todo sería distinto.

¿Y la oposición? Es evidente que el Gobierno dispone de una amplitud de resortes incomparable. A su lado, la capacidad de los técnicos, asesores y think tanks de los partidos es irrisoria. Pero bastan, si de veras pretende mostrarse como alternativa, para hacerse una composición de lugar, señalar unos ejes, como mínimo enseñar algunas cartas. Lejos de ello, el PP busca acentuar el desgaste del Gobierno.

La irresponsabilidad colectiva de los políticos es mayúscula. Con honrosas excepciones, pero generalizable. Más que salir de la crisis, nos quedaremos varados en ella hasta que nos saquen desde fuera.

26-II-10, Xavier Bru de Sala, lavanguardia