"Yo acuso", Ayaan Hirsi Ali.

"Yo acuso"



Ayaan Hirsi Ali nos muestra su visión crítica del islam, a través de ensayos y discursos en los que denuncia la violación sistemática de los derechos fundamentales de las musulmanas, sometidas desde niñas a una moral sexual vejatoria. La autora centra su análisis en el ámbito de inmigración, y expresa su objetivo de forma clara: concienciar a sociedad europea de que las musulmanas tienen derecho a ser libres.

Sinopsis

La parlamentaria holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali es consciente de que sobre ella pende la pena de muerte. Lo sabe porque su nombre aparecía citado en la misiva que el asesino de Theo van Gogh dejó sobre el cuerpo inerte del cineasta. El motivo de la amenaza: su lucha en defensa de las mujeres islámicas y las afiladas diatribas contra el islam, una religión, según sus palabras, sustentada en el miedo y la represión.

En Yo acuso, Ayaan recopila sus polémicos discursos y ensayos, en los que clama por una época ilustrada para el islam y por que Occidente contribuya a la generación del Voltaire del mundo musulmán. Por esa misma razón, se opone a toda política de integración de los inmigrantes basada en los principios del multiculturalismo, que a su juicio permite la permanencia de normas culturales y religiosas que frenan el proceso de emancipación de los musulmanes. También ofrece diez consejos para las mujeres que quieran liberarse del yugo del islam e incluye el controvertido guión de Submission Part 1, el filme por el que su compatriota halló la muerte a manos de un extremista.

Yo acuso. Defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EE.UU., Occidente hizo un llamamiento masivo a todos los musulmanes para que reflexionaran acerca de su religión y de su cultura. Una llamada a la que esta comunidad reaccionó con indignación, ya que no veía el motivo por el cual ésta, precisamente, tenía que hablar del comportamiento criminal de diecinueve jóvenes. El presidente estadounidense Bush, el primer ministro británico Blair y otros tantos líderes occidentales han solicitado a las organizaciones musulmanas de sus respectivos países que se distanciaran del islam, tal como lo predicaban los doce terroristas. Que los criminales del 11 de septiembre fueran musulmanes, y que en todo el mundo éstos, incluso antes del 11 de septiembre, guardasen rencor sobre todo a EE.UU, me llevó a investigar las raíces del odio de la fe en la que fui educada. ¿Se halla esa agresividad en el islam mismo?Fui educada por mis padres como musulmana, como una buena musulmana. El islam regía la vida de nuestra familia y nuestras relaciones familiares hasta en los más ínfimos detalles. El islam era nuestra ideología, nuestra política, nuestra moral, nuestro derecho y nuestra identidad. Éramos, antes que nada, musulmanes, y luego somalíes. Se me enseñó que el islam nos separaba del resto del mundo, de los no musulmanes. Nosotros, los musulmanes, somos los elegidos de Dios; en cambio ellos, los otros, los kafires, los no creyentes son asociales, impuros, bárbaros, no circuncidados, inmorales, desalmados, y sobre todo obscenos: son irrespetuosos con las mujeres -unas rameras-, muchos hombres son homosexuales, y hombres y mujeres mantienen relaciones sexuales sin estar casados. En definitiva, los infieles son malditos y Dios los castigará por ello de un modo atroz en la otra vida.Cuando mi hermana y yo éramos pequeñas solíamos hablar de gente agradable que no profesaba el islam, pero entonces mi madre y mi abuela decían siempre: «No, no son buena gente. Saben del Corán y del Profeta y de Alá y sin embargo no tienen conocimiento de que lo único que puede ser el ser humano es musulmán. Son ciegos. Si fueran personas buenas se habrían hecho musulmanas y entonces Alá las protegería del mal. Pero de ellos depende. Si se convierten, conocerán el paraíso».El islam no es la única ideología que educa a sus hijos en el convencimiento de que son los elegidos de Dios -el cristianismo y el judaísmo también-, pero aun así entre los musulmanes existe la creencia de que Dios le ha conferido una gracia especial de una mayor amplitud.Llegué a Europa occidental hace aproximadamente doce años, huyendo de un matrimonio concertado. Pronto aprendí que aquí Dios y su verdad han sido ideados de acuerdo a la dignidad humana. Si bien para los musulmanes la vida en la tierra es tan sólo un tránsito hacia el más allá, en Occidente la gente también puede invertir en su existencia terrenal. Además, todo indica que el infierno se ha abolido, y que Dios es más un dios del amor que un ente cruel cuyo fin es impartir castigo. Comencé entonces a observar de manera crítica mi propia fe y descubrí tres elementos importantes a los que antes apenas había prestado atención. El primero era que los musulmanes mantienen con su Dios una relación basada en el miedo. El concepto de Dios de los musulmanes es absoluto. Nuestro Dios exige una completa sumisión. Te premia si sigues sus reglas al pie de la letra, pero te castiga cruelmente si transgredes sus reglas: en la vida terrenal con enfermedades y catástrofes naturales; en la otra vida, con las llamas eternas del infierno. El segundo elemento es que el islam conoce una sola fuente moral: el Profeta. Mahoma es infalible, incluso se podría decir que es un dios, aun cuando el Corán es claro en este sentido: Mahoma es un hombre, pero es el mejor, el ser humano perfecto, igual que un dios, y debemos vivir según su ejemplo. El Corán recoge lo que Mahoma explica que Dios dijo. Así, en los miles de ahadith -testimonios de lo que Mahoma dijo e hizo y los consejos que dio y que nos ha legado en gruesos tomos- encontramos exactamente cómo debía vivir un musulmán en el siglo VII..., la misma fuente en que devotos musulmanes buscan a diario respuestas a sus preguntas acerca de cómo vivir en el siglo XXI.En tercer lugar, el islam está fuertemente dominado por una moral sexual cuyas raíces se remontan a los valores tribales árabes de los tiempos en que el Profeta recibió los consejos, una cultura en que las mujeres son propiedad de padres, hermanos, tíos, abuelos, tutores. Así como la esencia de la mujer se reduce a su himen, el velo que oculta sus rostros recuerda permanentemente al mundo exterior esa moral asfixiante, que convierte a los musulmanes varones en dueños absolutos de las mujeres y que los obliga a evitar los contactos sexuales de su madre, hermana, tía, cuñada, sobrina y esposa. Y no sólo la cohabitación, sino también el mero hecho de mirar a un hombre, tomarle por el brazo o estrecharle la mano. El prestigio de un hombre se mantiene o se derrumba gracias al comportamiento correcto, obediente, de los miembros femeninos de la familia.Estos tres elementos aclaran en gran medida cuál es nuestro telón de fondo respecto al mundo occidental, e incluso el asiático. Para romper el enrejado de estas tres unidades que aprisionan a la mayoría de los musulmanes, debemos empezar con afrontar un autoanálisis crítico. Pero no es tarea fácil, porque quien ha nacido musulmán y se plantea preguntas críticas sobre el islam enseguida será tachado de «renegado». El musulmán que aboga por acudir a otras fuentes morales, además de la del profeta Mahoma, es amenazado de muerte. Y la mujer que escapa de la jaula de la virginidad es una prostituta.Gracias a la experiencia que da la vida, así como a las abundantes lecturas y a hablar mucho con la gente, me resultó evidente que la existencia de Alá, ángeles, demonios y la vida tras la muerte son al menos discutibles. Si Alá existe, su palabra no es absoluta, sino que es susceptible de crítica. Cuando en alguna ocasión puse por escrito las dudas acerca de mi fe con la esperanza de suscitar un debate, de súbito todos los musulmanes, hombres o mujeres, aparecían prestos a expulsarme de la comunidad de los creyentes. E incluso iban más lejos: yo merecía la muerte porque había osado dudar del carácter absoluto de la palabra de Alá. me llevaron ante los tribunales para prohibirme ser crítica con la fe con la que había nacido, hacer preguntas sobre los preceptos y los dioses que nos legaron el mensaje de Alá. Y Mohamed B., un fundamentalista musulmán, ha matado a Theo van Gogh, quien me asistió en la realización de Submission Part I.Quiero abrirme a más fuentes de conocimiento, moral e imaginación más allá del Corán y de las tradiciones del Profeta. El hecho de que no exista ningún Spinoza, Voltaire, J. S. Mill, Kant y Bertrand Russell islámicos no es óbice para que los musulmanes no puedan utilizar las obras de esos pensadores. Leer a los pensadores occidentales se interpreta como un acto de deslealtad hacia el profeta Mahoma y el mensaje de Alá. Es un craso error. ¿Por qué no está permitido preservar y aumentar el bien que Mahoma nos ha enseñado (por ejemplo ser misericordioso con los pobres, con todos los seres humanos) con todas las filosofías? El hecho de que nosotros no tengamos unos hermanos Wright islámicos, ¿nos impediría acaso volar? Si sólo nos resignamos a recibir los avances tecnológicos, y no la audacia occidental para pensar de manera autónoma, perpetuaremos el estancamiento mental en la cultura islámica, y así se mantendrá de generación en generación.Para entender el atraso tanto en el terreno material como en el ámbito del pensamiento en que nos hallamos los musulmanes, quizá debamos retrotraernos para encontrar una explicación a la moral sexual que hemos mamado (véase el capítulo «La jaula de las vírgenes»). A este fin, me gustaría retar a mis compañeros de fatigas -aquellos que, como yo, se han educado en el islam- a comparar el ensayo «El sometimiento de la mujer», de J. S. Mill, escrito en 1869, con el dogma sobre la mujer del profeta Mahoma. Si bien es evidente que hay un universo de diferencias entre Mahoma y Mill, incuestionablemente la mujer ha sido un tema de interés para ambos.El hecho de que un musulmán acometa la investigación de la unidad islámica se concibe como una traición irreparable y como algo extremadamente doloroso. Soy consciente de que esas fuertes emociones -sobre todo si se expresan en masa- impresionan a quienes lo ven desde fuera, pero debo reconocer que también a mí misma. Puedo ponerme en el lugar de aquellos musulmanes que se sienten obligados a enfadarse con quienes relativizan la absoluta palabra de Dios, o con aquellos que contemplan otras fuentes morales en un nivel de igualdad o superioridad a las del profeta Mahoma. Además, la historia refiere que un cambio mental de esa envergadura no sólo es un proceso largo, sino que conlleva oposición e incluso derramamiento de sangre. El asesinato de Theo van Gogh, las amenazas a mi persona, los pasos de la justicia en mi contra y el hecho de ser rechazada, casan perfectamente en ese contexto. En este sentido, un rápido vistazo a la historia del islam enseña que aquellos que han sido críticos con su propia fe casi siempre han recibido el mismo castigo: la muerte o el destierro. Me hallo en buena compañía: Salman Rushdie, Irshad Manji, Taslima Nasreen, Mohammed Abu-Zeid, todos han sido amenazados por sus correligionarios y protegidos por quienes no son musulmanes.Sin embargo, debemos reunir fuerzas para atravesar ese muro emocional, o avanzar en la medida en que el grupo de críticos aumente, para así poder conformar un contrapeso significativo. Y si bien para ello necesitamos la ayuda del Occidente liberal que tiene interés en la reformar del islam, sobre todo necesitamos ayudarnos mutuamente.Por lo que respecta a la reforma soy optimista. Me baso en señales como el consejo electoral en Arabia Saudita porque, aunque las mujeres fueron excluidas, al menos las elecciones se celebraron; en el éxito del proceso electoral en Iraq y en Afganistán, luego que en este último fuera posible un gobierno secular tras el régimen talibán; o en la manifestación de periodistas y académicos de Marruecos contra el terror del partido islamista y en las prometedoras conversaciones entre Sharon y Abbas sobre el futuro de Israel y Palestina. Por lo demás me doy perfecta cuenta de que estos avances son sumamente incipientes.El azote del relativismoAquellos que se resisten en el Occidente de antaño a la obligación de la fe y las costumbres, los liberales seculares (en algunos países calificados como «de izquierdas»), han suscitado mi pensamiento crítico y el de otros musulmanes liberales. Pero la izquierda en Occidente tiene una marcada tendencia a culparse a sí misma y a considerar al resto del mundo como víctima -a los musulmanes, por ejemplo-, y las víctimas, a la postre, dan lástima, y quien da lástima y está sometido es, por definición, una buena persona que estrechamos en nuestro pecho. Su crítica se limita a Occidente. Son críticos con EE.UU., pero no con el mundo islámico -así como tampoco fueron críticos en su día con el Gulag-, porque EE.UU. es igual que Occidente, y el mundo islámico no es tan poderoso como Occidente. Son críticos con Israel, pero no con Palestina, ya que Israel está considerado parte de Occidente y porque los palestinos son dignos de lástima. También son críticos con las mayorías autóctonas en los países occidentales, pero no con las minorías islámicas; la crítica al mundo islámico, a Palestina y a las minorías islámicas se considera islamófoba y xenófoba. Lo que estos relativistas culturales no ven es que al mantener temerosamente al margen de toda crítica a las culturas no occidentales, encierran al mismo tiempo a los representantes de aquellas culturas en su atraso. Detrás de todo ello están las intenciones más dispares, pero ya sabemos que el camino al infierno está pavimentado de los mejores propósitos. Se trata de racismo en su acepción más pura. Mi crítica a la fe y a la cultura islámicas se percibe como «dura», «ofensiva» e «hiriente». Pero la posición de los mencionados relativistas culturales es, de hecho, más dura, más ofensiva y más hiriente si cabe. Se sienten superiores, y en un proceso de diálogo tratan a los musulmanes no como a sus iguales sino como «el otro» que debe ser respetado. Y piensan que debe evitarse la crítica al islam, porque temen que los musulmanes se ofendan y recurran a la violencia. En tanto verdaderos liberales, nos abandonan a los musulmanes que hemos atendido la llamada de nuestro espíritu cívico, a nuestra suerte.He corrido un riesgo enorme al prestar oído al ruego de reflexión y participación en el debate abierto que se generó en Occidente tras los atentados del 11 de septiembre. ¿Y qué dicen los relativistas culturales? Que debería haberlo hecho de otra manera. Pero después de la muerte de Theo van Gogh estoy más convencida que nunca de que debo hablar y ejercer la crítica a mi manera.


Migual Ángel Trenas, La Vanguardia, 14-III-06.

En Yo acuso, publicado por Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores, la parlamentaria holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali reúne una serie de discursos, ensayos y artículos en los que clama por una época ilustrada para el islam y por que Occidente contribuya a la generación de un Voltaire del mundo musulmán. La autora, educada como una buena musulmana -"el islam era nuestra ideología, nuestra política, nuestra moral, nuestro derecho y nuestra identidad"-, huyó a los 23 años de un matrimonio concertado con alguien a quien no conocía. Se instaló en Holanda, donde estudió Ciencias Políticas e ingresó en el Partido

Laborista holandés, donde inició una intensa actividad en favor de los derechos de la mujer en el ámbito musulmán que la lleva a figurar entre las cien personalidades mundiales más influyentes según la revista Time.

Tras el atentado del 11-S en Nueva York, Hirsi Ali decidió abandonar sus creencias musulmanas "porque no había diferencia entre lo que decía mi religión y el mensaje póstumo que dejó Mohamed Atta". Al año siguiente, Hirsi Ali abandonó el Partido Laborista e ingresó en el Liberal, desencantada con una izquierda "que tiene una marcada tendencia a culparse a sí misma y a considerar al resto del mundo como víctima".

En el año 2004, su nombre y una amenaza de muerte aparecieron en la nota dejada por el asesino junto al cadáver de Theo van Gogh, cineasta con el que trabajaba en Submission Part I, filme en el que se denunciaba la situación de la mujer en el mundo musulmán. La autora fue galardonada en el 2005 con el premio a la tolerancia de la Comunidad de Madrid, cuya presidenta, Esperanza Aguirre, quiso ayer actuar como anfitriona de la presentación de un libro que "no sólo lucha por los derechos de la mujer musulmana sino por todos los derechos fundamentales". Un libro que, según su autora, "quiere contribuir a cambiar el futuro, con el que quiero dar mi voz a todas las mujeres silenciadas".


EL MIEDO Y EL SEXO.
"Comencé a mirar de manera crítica mi propia fe y descubrí tres elementos a los que antes apenas había prestado atención. El primero es que los musulmanes mantienen con su Dios una relación basada en el miedo. El segundo es que el islam conoce una sola fuente moral: el profeta. Mahoma es infalible. Finalmente vi cómo el islam está fuertemente dominado por una moral sexual tribal de los tiempos del profeta. Una cultura donde las mujeres son propiedad de sus padres, hermanos, tíos, abuelos, tutores. Pensé entonces que, si Alá existe, la palabra del profeta no es absoluta, sino que es susceptible de crítica".

LA IZQUIERDA RELATIVISTA.
"Lo que no esperaba es la reacción de la izquierda. Me sorprendió su argumento de que con mi crítica al multiculturalismo yo estaba contribuyendo a reforzar la extrema derecha. Hace falta tanto una reflexión sobre la religión islámica como sobre las políticas multiculturalistas en boga, que permiten la permanencia de normas culturales y religiosas que frenan el proceso de emancipación de los musulmanes".

RIESGO CONSCIENTE.
"Yo sabía que iba a asumir riesgos. El rechazo de mi familia, las amenazas a mi vida, las críticas desde la izquierda. El mundo islámico está cerrado a la crítica, pero si no se hace una revisión desde dentro, Occidente corre el peligro de caer en la barbarie".

CRÍTICAS A BUSH Y BLAIR.
"Tras el 11-S era evidente que se iban a producir intervenciones bélicas. La guerra debería ser siempre la última solución. También critiqué las afirmaciones de Bush y Blair en el sentido de que el islam era una religión de paz. No es así, dos tercios de los conflictos del mundo tienen su origen en la religión islámica".

UN VOLTAIRE PARA EL ISLAM.
"El hecho de que no exista ningún Spinoza, Voltaire o Kant islámicos no es óbice para que los musulmanes no puedan utilizar las obras de esos pensadores. Aceptamos los avances tecnológicos de Occidente pero negamos su audacia para pensar de manera autónoma".

VER LOS ERRORES.
"Hay que hacer una aproximación al islam como se hizo con el comunismo, desde fuera y desde dentro. Hay que animar a que se abandonen los precepctos que no son positivos. La idea de Bin Laden es volver a un califato del siglo VII, estilo Mahoma. Hace falta una batalla ideológica que muestre que el profeta, en muchas cosas, estaba equivocado".