´Productividad ingrávida´, Robert Pibernat

Al interrogarnos sobre cómo hemos podido pasar de ser la octava maravilla del mundo a formar parte del furgón de cola de las economías europeas, observamos que uno de los motivos reside en nuestra falta de productividad. Es decir, en cuánto producimos por cada ocupado. El tradicional comportamiento de nuestra economía, reacio a una capitalización permanente en activos tecnológicos y conocimiento que aporte valor añadido a nuestra producción, ha contribuido a la flacidez de nuestra capacidad de resistencia frente al pinchazo global.

A la cola en crecimiento y a la cabeza en desocupación. Infraestructuras deficientes, monocultivo de modelos agotados, testimonial inversión en I+ D e insuficiente internacionalización de nuestras empresas impiden las bases de un crecimiento comparable al de nuestros vecinos. Ni invertimos lo suficiente, ni disponemos de un sistema educativo que favorezca el aprovechamiento de dicha inversión. En lugar de eso, hemos sucumbido al espejismo de un crecimiento que empezaba y terminaba en la colocación del ladrillo y su posterior subasta, apostando por el trabajo low cost como atajo al pleno empleo. Hemos crecido como un pez que se ha acabado mordiendo la cola.

El desajuste entre titulaciones universitarias y demandas del mercado, la desconexión de las jornadas laborales respecto a las necesidades sociales, la abdicación de responsabilidades en los ámbitos público y privado, el descrédito social del esfuerzo y la planificación, la cultura de la interferencia frente a la continuidad, el triunfo del ruido mediático sobre el análisis de la realidad, nuestra cultura del trabajo y la falta de educación emocional para aprender a ser felices (léase desmotivación) hacen de las estadísticas económicas un reflejo exacto de nuestra realidad.

La productividad está en otra parte, y para aspirar a ella hay que pensar a largo plazo. Nuestros sucesivos gobiernos, selección de una clase política con pies de barro y cabezas de paja, que miraron hacia otro lado mientras se financiaban con las plusvalías del suflé, y que en su huida hacia delante no quisieron usar las herramientas disponibles para regular los desequilibrios del mercado, agachan ahora la cabeza, esperando que la recuperación de los demás les devuelva sus medallas. Y con la mirada perdida entre los indicadores económicos del resto de Europa, piensan: "¿Cómo lo hacen?".

5-III-10, Robert Pibernat, lavanguardia