´Mucho té y pocas luces´, Xavier Batalla

La Ilustración ha sido la mayor revolución en la historia del pensamiento humano, aunque se trató de un movimiento heterogéneo y, a menudo, contradictorio. Pensadores ilustrados los hubo de todas las clases: liberales y antiliberales, partidarios del libre mercado y comunistas, igualitaristas y xenófobos. Pero la Ilustración también hizo que ahora no falten pensadores convencidos de que las ciencias políticas pueden resolver los grandes problemas con exactitud matemática.

La fundación de Estados Unidos es inseparable de las luces de la Ilustración. De la misma manera que los bolcheviques tomaron el poder con una versión del pensamiento ilustrado que pretendía transformar al hombre de forma irrevocable. Pero el experimento estadounidense ha funcionado. Y esto ha sido así no por carambola. En Europa, el conservadurismo surgió como una reacción contra el proyecto ilustrado de reconstruir la sociedad según un modelo ideal. Y esta reacción fue compartida por los autores de los artículos de El Federalista,que vieron en el gobierno, como ha escrito John Gray en Misa negra (Paidós, 2008), un modo de hacer frente a la imperfección humana, no de hacer una sociedad perfecta.

Algunas variantes ilustradas, sin embargo, también pueden enmendar la plana al ilustrado más pintado. Ahora, en Estados Unidos, como ocurre en otras sociedades con la crisis, están floreciendo unas fuerzas que desconfían de quienes consideran ilustrados. Es el caso del Tea Party. En el 2008 quien despertaba pasiones en Estados Unidos era Barack Obama. Ahora quien arrastra voluntades es el Tea Party, un movimiento heterogéneo, ultraconservador y sin liderazgo. Según un sondeo para la cadena de televisión NBC News y The Wall Street Journal,el 41% de los estadounidenses tiene una imagen positiva del Tea Party, mientras que sólo el 35% habla bien del Partido Demócrata.

El Tea Party se define más por lo que aborrece que por lo que propone. Y entre lo que más detestan está la idea progresista. Históricamente, los demócratas partidarios del intervencionismo estatal se han llamado liberales, convencidos de que los dirigentes con conciencia social pueden dar con fórmulas gubernamentales capaces de resolver los problemas de la sociedad. Con Obama, estos demócratas insisten en lo mismo pero prefieren llamarse progresistas. El Tea Party dice estar por la revolución.

El nombre de Tea Party procede de la insurrección antigubernamental del motín del té en Boston (Boston tea party)que en 1773 protagonizaron los colonos en protesta contra los impuestos de la metrópoli británica. Samuel Adams, uno de los padres de la independencia, no fue ajeno al motín, que acabó con el lanzamiento al mar de un cargamento de té cuya importación gravaba Londres. En el siglo XXI, el Tea Party es un movimiento contra el gran gobierno.

La crisis económica está provocando, básicamente, dos tipos de protesta. Por la izquierda están quienes piden un mayor protagonismo del gobierno; es populismo, aunque el populismo sea un cajón de sastre donde cabe todo. Y por la derecha, como ocurre con el Tea Party, la crisis alimenta la desconfianza en el gobierno, fenómeno que los estadounidenses llaman purismo. El populismo dirige su descontento hacia los ejecutivos de Wall Street que siguen cobrando grandes sumas después de haber provocado el desastre. El purismo apunta a quienes gobiernan; es más, considera que la idea progresista es una trampa ilustrada para concentrar más el poder.

El Tea Party no es un partido político y probablemente no lo será nunca, pero tampoco es un fenómeno únicamente estadounidense. Odia al Estado, a los medios de comunicación, a los impuestos, a los inmigrantes, a Hollywood y, por supuesto, a Obama. Pero lo que resulta más universal es su rechazo de la idea de que quienes tienen muchas luces puedan resolver los problemas complejos. David Brooks ha escrito en el Herald Tribune:"La clase educada está por el internacionalismo, pero el sentimiento aislacionista está en lo más alto. La clase educada está por el multilateralismo, pero crece el número de americanos que creen que debemos seguir nuestro propio camino".

¿A quién alumbrarán más, entonces, las luces del Tea Party en un año en que los estadounidenses renovarán los 435 escaños de la Cámara de Representantes, 36 senadores (de un total de cien) y los gobernadores de 37 estados? No a Obama. Por el contrario, la extrema derecha republicana se deja querer por el nuevo movimiento, ya que sabe que los terceros partidos lo tienen difícil con el sistema estadounidense, donde el que llega primero se lo lleva todo. Theodore Roosevelt fracasó en 1912, como el populista Ross Perot, que en 1992 obtuvo el 20% de los votos populares e hizo presidente al demócrata Clinton, y como Ralph Nader, que sólo cosechó el 2% y privó de la victoria al demócrata Al Gore. ¿A quién beneficiará, entonces, el Tea Party si no se convierte en un partido político? La ultraderecha se apoderó del Partido Republicano en 1964, pero Barry Goldwater, su candidato, perdió.

6-III-10, Xavier Batalla, lavanguardia