´Cosas que pasan en Valencia´, Enric Juliana

Se oyen unas risas, unos estallidos secos, breves e inocentes, y del interior de una nube de pólvora surge Rita Barberá lanzando trons de bac a diestro y siniestro. Va vestida de Blasco Ibáñez. "Catalán, ven aquí, que te voy a enseñar cómo se tiran...". Chaqueta color crema, pantalones oscuros enfundados en una botas altas para protegerse del más popular de los petardos valencianos y una brutal capacidad de mando. Absorbe todo lo que tiene a su alrededor, lo reelabora a la velocidad del rayo y lo suelta con la más eficaz y persuasiva de las voces roncas. Uno de esos timbres que la naturaleza ha fabricado para triunfar en la radio y en el teatro. La alcaldesa de Valencia es un fenómeno político único en España. (Sostiene el profesor José Luis Álvarez, uno de los nuevos articulistas de La Vanguardia, que política es teatro, capacidad de representación, y que los mejores líderes son aquellos a los que un ángel ha insuflado el don de la autobservación: modulan su mirada, sus gestos, su tono de voz, sus palabras y todo su comportamiento, a medida que van captando la respuesta del entorno. Son pocas las personas dotadas para una continua autocorrección. La señora Rita Barberá Nolla es una de ellas.) "Aver, que me sigan los extranjeros".

Los extranjeros somos el "catalán" y el periodista extremeño Julián Quirós, recién nombrado director de Las Provincias, el diario más influyente de la Valencia de toda la vida, periódico de aires centristas hoy inteligentemente alejado de aquel furioso anticatalanismo de la señora Consuelo Reyna, directora thatcheriana y legendaria intérprete de los designios de Fernando Abril Martorell en el campo de minas de la Transición. (Catalunya y el País Valencià no debían ser un binomio bien avenido, como estuvieron a punto de serlo el País Vasco y Navarra, con la ayuda de la disposición transitoria cuarta de la Constitución. El ingeniero Abril Martorell, número dos de Adolfo Suárez, jefe de máquinas de la Unión de Centro Democrático y Maquiavelo valenciano, lo vio claro: una reconfiguración política de la Corona de Aragón podía llegar a ser más peligrosa para el confuso Estado de las autonomías que el irredentismo vasco, estimulado y a la vez frenado por las pistolas de ETA. Abril movió piezas, estimuló oportunos cambios de bando, no reparó en gastos ycontó con la estratégica colaboración de Alfonso Guerra, socialista descamisado y emir de Sevilla.) La briosa alcaldesa nos lleva de paseo por la plantà.

Es lunes por la noche y en las calles de Valencia se están acabando de instalar unos 800 monumentos falleros, de muy distinto tamaño, presupuesto e intención. Los valencianos quieren a Rita. A gritos, un grupo de jóvenes pide hacerse una foto con ella. Pocos políticos gozan hoy de ese raro privilegio. Posa con los adolescentes y envía una mirada eléctrica al "catalán". El mensaje es fácil de descriptar: ve tomando nota y pregunta en Barcelona si los jóvenes quieren retratarse con el tripartito catalanistay de izquierdas. La popularidad de Barberá es uno de los hechos contundentes de la política española. Ha conseguido quenada de lo que le rodea huela a montaje. A asesor de imagen. A frame. A esa cosa de Lakoff. (La fortaleza de Barberá es la clave que ayuda a entender la resistencia del PP valenciano a los estragos del caso Gürtel y al lento pero progresivo desgaste de una crisis que no perdona a una de las economías regionales que con mayor ímpetu se entregaron al turbo negocio inmobiliario.)

La alcaldesa ha parado el golpe que podía haber desnucado al presidente de la Generalitat, Francisco Camps, que sigue en horas bajas. La rapidez de reflejos de esta mujer ha ayudado al PP a reforzar el mensaje de que todo es una mera maniobra de los socialistas. Rafael Blasco, el gran cardenal de la política valenciana, ha tomado el control de las Corts y de las comunicaciones con Mariano Rajoy, mientras que los tres presidentes provinciales –Fabra en Castellón, Rus en Valencia, y el díscolo Ripoll en Alicante– aseguran la red capilar y clientelar de un partido que sigue siendo imbatible. (La izquierda, vuelvo a escribirlo, no ganará en Valencia hasta la próxima reencarnación de Jaume I.) Las fallas repiten, con escasas variaciones estéticas, un estilo naïf, irónico y voluptuoso que nos da noticia de una peculiar resistencia de la Tradición. Cada falla le reprocha algo al desorden del mundo, a los tiempos babélicos.

Reproche, no crítica marxista. Nadie escapa a la sátira, aunque Zapatero y la telebasura son los que se llevan la palma. (Se respira un aire raro, un pesimismo contenido, un temor que no acaba de expresarse, quizá porque la sociedad valenciana ha hecho del vitalismo un signo de identidad, quizá porque aún es mucho el vigor y el dinero acumulado. La procesión valenciana va por dentro, muy por dentro.) Acabamos en el casal fallero de Convento Jerusalén, en el barrio de Pelayo. Chocolote con buñuelos y unos vasos largos con hielo. El "catalán" está rendido, entregado; no le apetece tomar notas, para no parecer forastero, pero hoy cree recordar que en un momento dado, pasadas las cuatro de la madrugada, la voz de mando de Rita Barberá glosó los amores de Ava Gardner con un teniente general de ojos azules.

21-III-10, Enric Juliana, lavanguardia