´Por qué no voy al teatro´, Quim Monzó

No voy al teatro porque el escenario ejerce de altar. Y esa sacralización me hace pensar en Carme Ruscalleda. Hace años leí un artículo suyo en El Periódico sobre una variante creativa de pan con tomate que había creado y que servía en copa de dry martini. En el artículo venía a decir algo así como que por fin el pan con tomate se había convertido en un producto digno desde el punto de vista gastronómico. Como si hasta entonces -hasta que ella lo convirtió en un líquido para ser servido en copa- el pan con tomate no hubiese sido digno. Me pareció una desmesura. Yo entonces colaboraba en el programa de Antoni Bassas en Catalunya Ràdio, y expliqué lo que opinaba de esa desmesura. Llamó Carme Ruscalleda, indignada. Hablamos por teléfono y discutimos bastante. Releyó el artículo que había (o le habían) escrito y vio que, efectivamente, aparecía esa animalada. Después nos hemos encontrado a veces, por casualidad. Hablamos del Sant Pau de Sant Pol, de por qué recelo de la creatividad que hoy se lleva tanto, y que si patatín y que si patatán. Un día me dijo algo que me dio que pensar. Me dijo que la alta cocina tiene que ser "un poco teatral", y que a ella le parece necesario ese punto de teatro. Y pensé que tiene razón. Hasta que Ruscalleda me lo dijo no me había dado cuenta, pero es verdad: ese punto de teatro, histriónico, es una de las cosas que más me molestan en una mesa. Debe ser por eso que, igual que no voy al teatro, no voy a restaurantes tecnodramáticos.

31-III-10, Quim Monzó, lavanguardia