īDelirios y puņetasī, Joana Bonet

"Puñeta", exclamó Jaume Matas en una entrevista en la televisión mallorquina. Le preguntaban sobre el saqueo de dinero público en el caso Palma Arena, pero, como si no quisiera entender la pregunta, empezó a enumerar las gestas deportivas allí acontecidas y los puestos de trabajo generados. Bien amortizado estaba el presupuesto - según su sentido poco común-aunque lo hubiese duplicado. Y lejos de rectificar, convencido de su grandeza política, airado y a la defensiva, con el sudor propio de los culpables ante la verdad, exclamó: "Puñeta". Qué interjección tan elocuente para definir esta actualidad de esperpento que nos persigue y que ha sumido en un lamentable estado a la política española. Los gestos de contrariedad de los presuntos corruptos resultan una manifestación desesperada y obscena.

Detrás de las filamentosas telarañas de los casos de corrupción en el PP, no es el móvil lo más destacado, la enfebrecida pulsión por utilizar el poder en beneficio propio, ni el ansia de enriquecerse mediante fraudes, malversación de fondos o regalos. Siempre hay uno que corrompe y otro que se deja corromper, pero resulta de una importancia capital el entorno. El ecosistema donde, en lugar de causar rechazo, la corrupción se alienta y aplaude. Una tóxica amoralidad normalizada. Porque el foco de estas tramas radica en la aclimatación a la podredumbre moral de sus protagonistas. Y en cómo convivieron con ello, acostumbrándose a guardar el dinero en bolsas de basura. A pagar durante años con billetes de quinientos euros sin sonrojarse. A firmar declaraciones de renta increíblemente divertidas para luego fumarse un puro con los amiguitos del alma gozando de una encantadora impunidad, la misma que legitimaba sus chanchullos y que les animaba a seguir instalados en el delirio. Hasta tal punto su vida fue invadiéndose de ficción que a menudo interpretaban juegos de rol. Como el que protagonizó la mujer de Matas, a la que los vecinos de un edificio de Madrid trataban como si fuera propietaria de un piso - para consolarla-porque le hubiera hecho mucha ilusión comprarlo. En toda trama tiene que asignarse el papel de loquita,escribía Clara Sanchis en su estupendo artículo del pasado viernes, ya que conviene justificar la realidad alterada.

Lo mismo ocurre con las esposas de los políticos que recibían regalos embarazosos del Bigotes y se lo agradecían con falsa sorpresa: "Te has pasado veinte pueblos". Prosaica forma de reaccionar ante un cohecho durante las entrañables fiestas navideñas en las que Papá Noel es un tipo turbio que encarga pulseritas -diseñadas por él mismo- para tus hijos.

Tendría que merecer más atención la evidencia de que gran parte de la realidad corrupta, supuestamente cuerda, vive instalada en el delirio y la paranoia. Y lo que es más terrible, sin recibir medicación alguna.

12-IV-10, Joana Bonet, lavanguardia