´Acoso al abusador´, Xavier Bru de Sala

Ante todo, la más severa repulsa a  quienes abusan de los indefensos, en especial si son niños. Luego, la más respetuosa discrepancia con quienes defienden el proceder de la jerarquía católica en la escandalosa cuestión de la pederastia. El ensañamiento de algunos acusadores no disminuye la gravedad del delito y de los encubrimientos. La culpa es siempre de los culpables, pero contamina a la institución que los acoge y protege en lugar de poner los hechos en conocimiento de la justicia. Ello no significa que la religión católica sea en sí misma sospechosa, que lo sean las creencias o los sentimientos religiosos o que tengan razón quienes acusan a sus administradores de haberla puesto al servicio de los abusadores. El hecho de ser católico no debería inclinar a minimizar o disculpar unos hechos probados, que son en sí mismos gravísimos, ni a justificar las conductas de ocultación. Tampoco a señalar al coro de denunciadores como perseguidores sin apenas motivo y a la propia Iglesia como víctima. Las víctimas son los niños. Los culpables que pertenecen a la Iglesia fueron protegidos por ella.

La pederastia es una lacra terrible y de magnitud aún poco conocida. Como todo lo oculto es de difícil medición y análisis. Ha habido civilizaciones, verbigracia la griega, donde la iniciación sexual en la pubertad o antes a cargo de un adulto - del sexo masculino, por supuesto-era algo habitual, tal vez mayoritario y socialmente aceptado. También era habitual la tortura. A nosotros nos repugnan ambas. Pero la condena, incluso la amenaza o la pena de cárcel, no conlleva el final de la pederastia. Sigue habiendo hombres con este tipo de perversión, bastantes de los cuales viven para cumplir con sus deseos sin que se sepa, sin que la consideración hacia las víctimas, los niños, sea tampoco obstáculo. Por lo que aflora de las investigaciones policiales, tienden a organizarse en redes, cubrirse entre ellos, buscar caladeros, viajar en pos de víctimas desprotegidas. Es más fácil intimidar a un niño en según qué entornos más cerrados. También lo es cazarlos entre la pobreza y su corolario, la ignorancia, porque ahí hay más indefensión ante ese o cualquier otro abuso.

Este esbozo de panorama tiene la intención de explicar cómo, sin pecado de la organización, las numerosas actividades educativas de la Iglesia con niños pueden haber ejercido un no deseado efecto llamada sobre numerosos pederastas. Lo mismo podría estar ocurriendo ante nuestras ignorantes narices en ONG que trabajan, partiendo de la mejor de las intenciones, con niños de países tercermundistas sin apenas Estado de derecho. También es posible, de ser cierta la tendencia compartida por buena parte de los niños que han sufrido abusos de convertirse en abusadores, que algunos centros, singularmente seminarios, fueran propicios al reclutamiento. Que los más inteligentes entre los reclutados se convirtieran, llegados a puestos de responsabilidad, en encubridores de sus compinches, creando así una organización, secreta y difusa, dentro de la organización. La ignorancia sobre los orígenes de la pederastia convierte en inútil el debate. No se estudia porque es tabú, porque la hipocresía conviene a estos degenerados y el resto está más cómodo sin saber. Desde luego no es inherente ni al celibato ni a la homosexualidad. Da bastante angustia hablar de estos asuntos, pero es preferible afrontarlos de cara con toda su gravedad y posible extensión, incluso errando en las suposiciones o exagerando las prevenciones, a cerrar los ojos, mirar hacia otra parte y contribuir así a que prosiga el abuso de menores. No beneficia al catolicismo y a su Iglesia quien la defiende por el injustificable comportamiento de parte de sus miembros y jerarquía. Más la ayuda quien contribuye y presiona para que se aleje de ella toda sombra de sospecha como propiciadora o tolerante con la pederastia.

La religiosidad, la tendencia a creer sin cuestionar, es algo tan inherente a la mayoría de los seres humanos que no hay sociedad, por primitiva que sea, que no presente prácticas rituales o ceremonias religiosas colectivas. El racionalismo y el humanismo modernos han renunciado, después de siglos, al ímprobo propósito de combatir la religión o erradicarla. A cambio, eso sí, de unas normas que garanticen la libertad individual yel carácter laico de los estados. Los países de tradición católica, entre ellos el nuestro, deberían estar  atentos a preservar el catolicismo incluso de sus propios males y errores, puesto que las alternativas pueden resultar gravemente perniciosas, en el sentido de que a menudo comportan sectarismo o intolerancia.

De ningún modo puede defenderse que la dimensión religiosa o espiritual del ser humano sea en sí misma perniciosa. Al contrario, propicia un enriquecimiento de la personalidad mediante la plenitud de ciertas vivencias, negadas a otros. Precisamente por eso es preciso desgajar, erradicar aberraciones. A esas alturas, no hay otro modo de atajar las sospechas y los ataques que la verdad, la denuncia y la prevención.

16-IV-10, Xavier Bru de Sala, lavanguardia