īCelibatosī, Sergi Pāmies

No soy experto ni en catolicismo ni en pederastia, pero, siguiendo el debate que han suscitado los casos de abusos sexuales en la Iglesia y la reacción del Vaticano, hay algo que no entiendo. Para explicar los hechos hay quien incluso afirma que el problema es la obligación del celibato, y que, ya se sabe, la carne es débil. Otros, en cambio, desde un cristianismo teóricamente más progresista, reclaman que, a la hora de juzgar semejantes actos, se combinen la aplicación de la justicia y la misericordia. Desde la distancia y el sentido común, en cambio, todo parece bastante más simple. Si hacemos el ejercicio de despojar a los implicados de sus sotanas y crucifijos, resulta más fácil interpretar los hechos. ¿Por qué, en lugar de meternos en un berenjenal de privilegios y atenuantes, no se aplica la ley y punto?

De vez en cuando, vemos imágenes espectaculares en televisión, filmadas por la policía, de detenciones de pederastas organizados que, a través de internet, potencian actos delictivos. Nadie se pregunta si son católicos, ni si practican el celibato ni se reclama misericordia para ellos. Simplemente se espera que tengan un juicio justo y que, si se demuestra que son culpables, se les condene. ¿Por qué no hacemos lo mismo cuando el implicado es un sacerdote? Si se confirma que un cura abusa de menores, que vaya la policía y le espose. Así de fácil. Cuando detienen a los pederastas internáuticos, no veo a nadie intentar justificarlos con la patraña del celibato y de la naturalidad o no de mantener relaciones sexuales. Ese es otro cuento contra el que conviene actuar. Es, además, un argumento que ni siquiera convence a los que, sin que les apunten con una pistola, deciden libremente entregar su vida a un catolicismo que no engaña y que, de entrada, ya establece sus propias reglas. El que se mete a cura ya sabe lo que le espera y se supone que su renuncia a los placeres de la carne se ve compensada por la satisfacción que le proporciona su compromiso. Es una opción, desde todos los puntos de vista, muy respetable. Lo que no entiendo es que, desde una opinión pública que generalmente no tiene un vínculo directo con la Iglesia, se insista en lo del celibato como supuesto obstáculo. Se trata de una trampa argumental peligrosa e injusta con los miles de miembros de la Iglesia que, por convicción, adoptan el celibato como uno de los requisitos para la realización de su objetivo. Si relacionamos celibato y abusos, estamos dando a entender que cualquiera que no mantiene relaciones sexuales es susceptible de convertirse en pederasta. Y hasta ahí podíamos llegar. Los que, sin ser sacerdotes, llevamos siglos teniendo la misma vida sexual que un mejillón de lata sin abusar de nadie ni meter mano a jovencitos manifestamos nuestra profunda repulsa por este injusto planteamiento.

16-IV-10, Sergi Pàmies, lavanguardia