´Las inquietantes dudas alemanas´, Lluís Foix

Mucho le debe Europa a Alemania en la construcción de la unidad económica y política de la Unión Europea. No me refiero tanto a los recursos económicos que los gobiernos alemanes han prodigado generosamente a los países que entraron gradualmente en la UE y pudieron mejorar sus infraestructuras principalmente con los fondos procedentes de los impuestos de los alemanes. Esa ayuda ha sido providencial para países como España, Portugal, Irlanda y ahora con los diez estados de la Europa oriental que ingresaron de golpe en la Unión.

Estas ayudas guardaron, salvando todas las distancias, un paralelismo con el plan Marshall de los norteamericanos al término de la Segunda Guerra Mundial. Se beneficiaron los europeos, pero también fue un instrumento inteligente para que la economía americana saliera de la crisis de la guerra y reforzara su industria y su producción.

Una de las constantes en los gobiernos de Bonn y Berlín ha sido la de aplicar aquella máxima de Thomas Mann que decía preferir una Alemania europeizada a una Europa germanizada. Así lo entendieron Adenauer, Erhard, Kiesinger, Brandt, Schmidt, Kohl y, hasta cierto punto, Schröder. El canciller Kohl, uno de los más entusiastas europeístas de la posguerra, se atrevió a precipitar la unificación alemana y, al mismo tiempo, mantuvo el criterio de que la unidad europea tenía como principal objetivo el evitar más guerras en Europa. Fue el mismo Kohl quien afirmó que sin unidad política sería muy difícil que la unidad monetaria que comportaba el euro pudiera perdurar mucho tiempo.

Es el cambio de visión política de la canciller Merkel el que puede deshacer el papel central de Alemania para mantener la estabilidad de la zona euro, perturbada por el catastrófico estado de las finanzas griegas.

Es comprensible que Merkel quiera posponer su decisión de rescatar a Grecia para después de las elecciones en el land de Renania del Norte-Westfalia previstas para el 9 de mayo. Pero lo inquietante es la aparición de una nueva categoría en el lenguaje político de Alemania al situar los intereses nacionales por encima de los europeos. Este viraje, si los hechos lo confirman, sería muy preocupante para los europeos, pero también para los alemanes.

Del nacionalismo económico al nacionalismo de los estados media muy poco trecho. Si Grecia no puede mantenerse en el euro, puede ocurrir lo mismo con Portugal, quizás con Italia e Irlanda y también con España. Entiendo que los alemanes estén fatigados de ver cómo sus impuestos se diluyen en buena parte para contrarrestar las malas políticas de los países más frágiles. Pero una inestabilidad política en Europa, si leemos la historia, se traduce en muy desagradables y violentas convulsiones.

29-IV-10, Lluís Foix, lavanguardia