´Vergüenza´, Imma Monsó

Cada vez que aparece un caso como el de Pozuelo (sucedió aquí algo parecido hace unos tres años en Girona, aunque en este caso la Generalitat ordenó al centro readmitir a la muchacha expulsada), los argumentos de los que defienden la prohibición del velo reflejan unas dosis de racismo que provocan vergüenza ajena. El instituto San Juan de la Cruz, que lamentablemente cambia a toda prisa su reglamento interno para impedir que la muchacha se pueda matricular, argumenta que "la culpa es del instituto de Pozuelo" y que no quieren cargar con el problema que han creado otros. Sobran comentarios. Por su parte, el instituto de Pozuelo que originó el problema apela a las normas de urbanidad... Pero resulta difícil entender qué daño puede hacer la inofensiva prenda en una sociedad, la nuestra, en la que la mala educación, la grosería y la falta de empatía y de respeto hacia el prójimo se extienden como la pólvora en las aulas de secundaria.

Me parece perfecto prohibir que el niño se siente con la gorrita ladeada y una pierna sobre la silla del vecino mientras escupe pipas hacia el cogote del compañero de delante, especialmente cuando dicha actitud coincide, como sucede en la mayoría de los casos, con un talante desafiante e irrespetuoso hacia el prójimo. ¿Pero es el pañuelo un signo de mala educación, cuando precisamente cualquier profesor de secundaria sabe que sus portadoras suelen ser, por lo general, personas extremadamente respetuosas con el prójimo? Precisamente, los símbolos religiosos deberían ser la excepción a la regla (si exceptuamos el burka, que yo prohibiría no por ser un símbolo religioso, sino porque cubrirse la cara en una sociedad en que el reconocimiento identitario está basado en el rostro atenta contra las normas elementales de convivencia).

Quienes no apelan a la urbanidad apelan al feminismo. Es raro, porque basta viajar un poco para darse cuenta de que muchas mujeres liberadísimas prefieren seguir llevando el hiyab por una gran variedad de razones que sería prolijo detallar, u por otras razones íntimas que no nos conciernen. Por mi parte, considero que es paternalista y pretencioso decidir en el lugar de las mujeres lo que ellas han de vivir como un signo de dominación, especialmente si tenemos en cuenta que en nuestros centros escolares nadie prohíbe que una alumna, pongamos por caso, se haga un piercing en la lengua o un tatuaje en el sobaco para complacer al novio.

Quienes no apelan ni a la urbanidad ni al feminismo, apelan al laicismo. Es el caso de los franceses, con su decisión de prohibir radicalmente cualquier signo religioso en la indumentaria, sea cruz, kipá o hiyab... Pero, ¿por qué será que el problema hasta ahora sólo lo han sufrido las musulmanas? ¿O bien son los medios quienes en realidad sólo se hacen eco de los conflictos del pañuelo cuando a lo mejor resulta que se ha expulsado a varias Mademoiselle Dupont por llevar una cruz de brillantes de la colección Boucheron y nadie se ha enterado?

¿Qué laicidad es esa, que en lugar de servir para proteger a los ciudadanos contra la potencial parcialidad de la autoridad pública, invierte la lógica de la neutralidad y acosa a los ciudadanos (en este caso, a una adolescente)?

Prohibir el hiyab sólo contribuye a reforzar el sentimiento de exclusión en esas jóvenes, a estigmatizarlas en su centro y a dañar irreparablemente la convivencia entre unos y otros. E incluso en el caso de que hubiera un argumento realmente sólido para quitarles el pañuelo de la cabeza, no será una ley quien lo consiga. ¿O acaso las mujeres hemos abandonado el luto obligado durante un año que era costumbre hace cincuenta años porque una ley nos lo impuso?

1-V-10, Imma Monsó, lavanguardia