´Garzón: entre el amor y el odio´, Eduardo Martín de Pozuelo

No es difícil comprender las razones que impulsan a Baltasar Garzón a aceptar la invitación del Tribunal Penal Internacional (TPI) en La Haya, donde le requieren precisamente por sus conocimientos en las materias que en España no le traen más que problemas. Es una obviedad: creen más en Garzón fuera que dentro de España. Cuando el juez recibió la invitación de consultor externo del TPI para la investigación de crímenes organizados y masivos, no tuvo que meditar la decisión. "Me voy", dijo.

La Haya es el oxígeno que necesita tras el irrespirable ambiente de los altos tribunales españoles, cada vez más berlusconianos. Los que le conocen, saben que Garzón nunca da un paso atrás. No sabe hacerlo y no le arredran tres causas a la vez en su contra. Pero tampoco es un secreto que está harto y que su gente le sugiere desde hace años que se aleje de su juzgado.

Garzón y los que están con él no soportan la política feroz que emerge ahora en España en la que se confunden juristas y políticos en una senda que parece tender a neutralizar la separación de poderes del Estado de derecho. En cambio, La Haya le permite proseguir con su estilo investigador, muchas veces denostado por enemigos que acuden al latiguillo de "instruye mal". Una afirmación que no compartirían ni Pinochet, ni Scilingo, ni los dictadores argentinos, ni los guardias de la Ucifa, ni la cúpula de Interior de González, ni los narcos de la Nécora, ni los padres de los chavales de la kale borroka,ni ETA, ni los acólitos Al Qaeda, ni tal vez los aterrorizados implicados en el caso Gürtel.

Jaleado por la clase política que eventualmente se siente beneficiada por su actuación, Garzón observa que se vuelven en su contra en el mismo instante en que los que le adulan sienten su peligro. Y ahí está la clave del caso Garzón: da miedo a todos, por ingobernable, y no se soporta su resonancia internacional. Sólo Garzón provoca editoriales en los más prestigiosos diarios del mundo cuestionando a la justicia española y nuestra fe democrática al perseguir al hombre que pudo con Pinochet.

12-V-10, Eduardo Martín de Pozuelo, lavanguardia