´Un futuro pesimista´, Abraham B. Yehoshua

Tras la guerra de los Seis Días, cuando se inició en Israel el debate político acerca del futuro de los territorios palestinos anexionados en la guerra, se podía distinguir fácilmente entre las diversas posturas en función de la cantidad de tierra que se creía que había que anexionar como condición para llegar a un acuerdo de paz. Incluso era posible cuantificar cada postura. Si el territorio de Cisjordania y la franja de Gaza es de unos 6.200m2,se podía considerar como radical la postura que exigía la anexión del total del territorio y como moderada la del Partido Laborista, que pedía que se anexionase sólo el 20% o 30% aduciendo fundamentalmente razones de seguridad o por no querer quedarse con zonas con gran densidad de población palestina. Los partidos religiosos incidían más en los lugares santos o con importancia histórica, y las posturas más moderadas se conformaban con hacer leves retoques en la frontera en Jerusalén oriental con el fin de permitir el libre acceso de los judíos a la Ciudad Vieja.

Así, durante muchos años una persona podía, al menos en teoría, tener clara su postura política según la cantidad de territorio que creía conveniente anexionar, y las diferencias entre la izquierda y la derecha y hasta los matices dentro de una misma tendencia política tenían un reflejo numérico, el cual a veces resultaba más clarificador que una argumentación detallada.

Obviamente, estas disquisiciones las tenían sólo los israelíes, ya que los palestinos más moderados consideraban (y en mi opinión, con razón) que la frontera del 67 era la frontera mínima de la que había que partir para la creación de un Estado palestino; en todo caso, hasta que se iniciaron las negociaciones de verdad los israelíes siguieron con su baile de cifras. Además, cada cierto tiempo era necesario actualizar esas cifras debido a que una determinada colonia judía acababa convirtiéndose en una auténtica ciudad y resultaba ya complicado plantearse su futuro desmantelamiento, o bien porque Israel se retiraba unilateralmente de Gaza, con lo que 370 km2pasaban a manos palestinas y dejaban de ser objeto de discusión.

Sin embargo, en los últimos años ha cesado este debate de cifras. En el ámbito internacional, las posturas que han ido ganando firmemente terreno son las que establecen la frontera del 67 como la que ha de configurar la delimitación entre Israel y el Estado palestino; y esto, sumado a la conciencia cada vez más extendida de que no se podrían anexionar los territorios palestinos y mantener al mismo tiempo el carácter democrático y judío del Estado de Israel, ha hecho que la fórmula de "dos estados, dos pueblos" haya calado en los israelíes y sea ya una postura política ampliamente aceptada y no sólo la idea que durante tiempo defendió el sector de la izquierda. De hecho, hasta el actual primer ministro de derechas, Beniamin Netanyahu, ha vuelto a declarar que acepta el principio de los dos estados.

Pero el problema es que esa conciencia política, moderada y conciliadora, que ha hecho que la mayoría de los israelíes acepte como única solución posible la creación de dos estados es ahora una mera formalidad carente realmente de sentido. Es decir, ha pasado a ser una fórmula que hace que quienes la defienden sean considerados pacifistas, pero tras ella, lo que se esconde de verdad es una actitud muy pesimista. Veinte años atrás los llamados palomas pensaban que bastaba con que nos retirásemos de los territorios para alcanzar la paz. Los halcones,en cambio, decían que, si nos anexionábamos los territorios y construíamos muchos asentamientos, la comunidad internacional y los palestinos acabarían aceptándolo. Tanto en un caso como en otro, había optimismo, se pensaba que había una salida, pero ese optimismo se ha ido debilitando más y más y en su lugar ha aparecido una sensación general de profundo escepticismo, que es apolítico, no tiene ideología, y se alimenta de una especie de impotencia interna, fatalista y desesperanzada, que se opone frontalmente al espíritu emprendedor y creativo que latía en el Israel del pasado, si bien al menos sigue latiendo en los ámbitos de la economía y la cultura. Y es que incluso en los momentos más duros de este conflicto centenario con los palestinos y los países árabes los judíos no perdieron la fe en que la paz era posible y que, por tanto, terminaría llegando.

Por eso, a menudo se oye a muchos israelíes decir: "La solución de ´dos estados, dos pueblos´ es la única posible para vivir en paz, pero nunca podremos desmantelar las colonias judías sin provocar una sangrienta guerra civil entre nosotros; también es necesario dividir Jerusalén para que haya dos capitales, pero eso ya parece imposible aunque estuviésemos dispuestos a ello. Y, además, ¿qué haremos si se alcanza la paz y los palestinos exigen después volver a Haifa o a Yafo? ¿Qué pasará si Hamas acaba controlando el futuro Estado palestino?".

En definitiva, se dan razones para demostrar que creer que la paz no es posible es algo objetivo y no fruto de una postura política de halcón.Y así, aunque la mayoría de la sociedad israelí ha aceptado el principio de la creación de dos estados, lo que impera en realidad es una parálisis política, una indiferencia y un fatalismo que podrían ser el caldo de cultivo para una próxima guerra en la región.

16-V-10, Abraham B. Yehoshua, escritor israelí, impulsor del movimiento Paz Ahora, lavanguardia