´Camps sin miedo´, Màrius Carol

Francisco Camps se ha comparado con Juan sin Miedo cuando el Tribunal Supremo ha ordenado reabrir el proceso contra su persona por presunto cohecho, al haber recibido supuestamente trajes y otros regalos por parte de las empresas de la trama Gürtel. Uno tiene todo el derecho del mundo de rebuscar en la historia del cuento a un personaje que se adapte a su situación para defenderse, pero ha sido un error compararse con el protagonista del cuento de los hermanos Grimm. Juan sin Miedo era el hijo menor de una familia de leñadores. Su carácter inconsciente le llevó a superar las pruebas que le permitieron casarse con una princesa, pero un día volvió de golpe a la realidad, cuando su esposa le despertó de su profundo sueño con un jarro de agua fría.

La sombra del Bigotes es alargada y Camps busca arrimarse al sol de Juan Cotino, su vicepresidente, que es el que más calienta. Camps quiere ser Juan sin Miedo, pero la camisa no le toca al cuerpo, porque uno puede burlarse del Supremo diciendo que su proceso es de risa, pero el Alto Tribunal ha tomado su decisión por unanimidad de los cinco magistrados, lo que ofrece pocas dudas. No tener miedo puede ser un acto de coraje o de insensatez, según las circunstancias. Friedrich Nietzsche lo tenía claro cuando escribió: "El temor es la madre de la moralidad". El presidente valenciano debería no presumir de ausencia de temores, porque es una mala manera de alardear de inocencia.

Los hermanos Grimm, tan alemanes, quisieron que el cuento fuera un canto a la prudencia, no un culto a la temeridad. Cuando leyó el cuento Camps, seguramente no supo sacar la enseñanza que se desprendía. En ningún momento Juan sin Miedo es glosado por sus autores; al contrario, en el inicio de la obra lo califican de "joven estúpido e incapaz de comprender ni aprender nada". Según los autores, la gente, sabedora de su insensatez, exclamaba: "Este sí que va a ser la cruz de su padre". El hecho de desconocer el miedo como concepto no es considerado un elemento que incremente su valor, sino que resalta su inmadurez en el relato. Al final, cuando la princesa, harta de tantas imprudencias, comunica su desespero a su camarera, esta propone hacerle reaccionar. Es a ella a quien se le ocurre llenar una jarra con agua del riachuelo del jardín, con pececillos incluidos, y echársela sobre su cuerpo dormido.

No eligió bien su parangón el presidente de la Generalitat valenciana. Juan sin Miedo era más frágil de lo que él mismo creía y tenía más terrores de los que se imaginaba. Lo suyo se parece más a un personaje de Hitchcock. Como el que interpretaba James Stewart en El hombre que sabía demasiado.Pero la intriga es distinta del terror, aunque también puede poner la piel de gallina. Sobre todo cuando el protagonista se encuentra solo ante su propio destino.

17-V-10, Màrius Carol, lavanguardia