ŽEl traje del emperadorŽ, Joana Bonet

Uno de los mayores logros a los que puede aspirar un fotoperiodista, en democracia, es el de ser censurado. Y más si la razón obedece a aquello que, según Robert Capa, diferenciaba un trabajo mediocre de otro valioso: "Si tus fotos no son buenas, es que no estabas lo suficientemente cerca". Los fotoperiodistas a quienes la Diputación de Valencia vetó diez de las fotografías ya colgadas en la exposición Fragments d´un any estaban tan a ras de los coches oficiales, tan pegados a las sillas del hemiciclo del Parlament y a las dimisiones forzadas, que sus fotos emanan el olor de la ansiedad, un sudor picante y agrio que endurece los pómulos y oprime las mandíbulas. También desprenden el olor de la multitud. La misma que jalea a Camps mientras la mano papal de Rita Barberá se posa sobre su cabeza para introducirlo debidamente en su auto, igual que una estrella de rock. Esa foto de Benito Pajares es capaz de representar el ruido de fondo, los abucheos y los aplausos, las cámaras abriendo su zoom para congelar un rictus y confirmar que nunca vemos tan sólo una cosa, sino la relación entre las cosas y nosotros mismos.



Por supuesto, no hay nada obsceno ni injurioso en las imágenes -apodadas las fotos Gürtel- que ha acogido la Asociación de la Prensa de Madrid, y que luego viajarán a Cádiz. Acaso la inoportunidad ruinosa, como ahora con el asunto de los trajes reabierto por el Supremo. Hay una foto, firmada por Vicent Bosch, que podría ser el affiche del proceso. Allí están Camps, Rambla y Costa. Parecen trillizos. Acaban de enderezarse del asiento con la misma dignidad de los feligreses, cuando, todos a una, se levantan en perfecta sincronía. Los tres dispuestos a abrocharse la chaqueta como hace un lord. Pulcras camisas, corbatas azules, el puño de la camisa asomando bien almidonado. La exacta coreografía da fe de las afinidades electivas de los tres hombres. Lejos de inhibirse ante el cuerpo del delito, se autoafirman en sus botones. "Es de risa", declara Camps. No se sostiene tan miserable cohecho, argumentan desde el PP. Lejos de Armani y de las costuras esculpidas por los sastres de Jaime Gallo. Qué vulgaridad corromperse por unos "milanos" estándar.

Decía John Berger que el verdadero contenido de una fotografía es invisible. La imagen artificial revela el misterio del movimiento y muestra las huellas de lo que fue, no de lo que pudo haber sido. Una autorrepresentación de la verdad. Así lo escenificó Francisco Camps el pasado sábado, aparentemente tranquilo y sonriente, sin corbata, aunque su mirada a menudo le traicionara, ese hablar mirando de reojo. Cinco meses sin entrar en la casa del padre, en Génova, bien valían un paseíllo frente a las cámaras. Él asegura que es "completamente inocente" (¿completamente?, ¿hace falta el adverbio con tan enorme adjetivo?). Pero las fotografías censuradas no lo son.

17-V-10, Joana Bonet, lavanguardia