´La tozuda realidad´, Ramon J. Moles

El Ayuntamiento de Barcelona acaba de publicar un informe sobre inmigración que radiografía de modo detallado el fenómeno en la Ciudad Condal. En él se constata que, siendo probablemente la inmigración el fenómeno más sustancial experimentado por la sociedad barcelonesa en la última década, la demografía barcelonesa sigue más o menos igual.

La inmigración se ha extendido por todos los distritos y no se circunscribe ya a zonas específicas. Este hecho no es banal porque el fenómeno es de extensión general, igual en los distritos con más o menos delincuencia. Inmigración, delincuencia y exclusión social, afortunadamente no van unidas: sí que van unidas, en cambio, pobreza, analfabetismo, paro, infravivienda y riesgo de exclusión. Si sumamos inmigración, surge el tópico de la inmigración como riesgo de exclusión social. Son los problemas de nuestra sociedad, de nuestras ciudades, los que generan riesgo de exclusión, no la inmigración.

A pesar del fenómeno inmigratorio, la pirámide demográfica barcelonesa permanece más o menos intacta. Seguimos disfrutando -y sufriendo- la misma pirámide de edades. La inmigración no nos ha rejuvenecido y tampoco envejecido. Según lo publicado, habitan en Barcelona 15.000 extranjeros empadronados que han nacido en la capital catalana. Habrá que plantearse que si han nacido aquí son de aquí, no son extranjeros: son nosotros.

Finalmente, un dato relevante que se repite en la mayoría de los estudios efectuados en España: estamos desperdiciando el nivel universitario de muchos inmigrantes (más o menos un tercio) por la absurda rigidez de nuestras estructuras académicas, lo que es aprovechado por quienes precarizan el mercado de trabajo. Es hora de que nuestras administraciones docentes se ocupen de hallar vías -no precisamente coladeros- que permitan reconocer en España la cualificación académica de muchos inmigrantes que, debido a estos obstáculos, están desarrollando trabajos menos cualificados que sus capacidades, cuando no son explotados con trabajos precarizados de los que se aprovechan autóctonos biempensantes. En fin, la realidad es tozuda: la ciudad no ha cambiado como consecuencia de la inmigración, los que cambiamos somos todos.

26-V-10, Ramon J. Moles, director del Centre de Recerca en Governança del Risc (UAB), lavanguardia