´Copago, sí´, Susana Quadrado

Hace 30 o 40años un resfriado común se curaba, metido en cama, con leche caliente, coñac y una aspirina. Y una indigestión, con infusión de camomila y algo de bicarbonato sódico. Hoy día, fuera de toda lógica, preferimos hacer cola en la consulta pública en vez de resolver estas indisposiciones en casa. Lo último en Catalunya para corregir esta tendencia es facilitar que el paciente se comunique con el médico por correo electrónico. La idea, puesta en práctica en doce ambulatorios del área metropolitana, sería buena si no fuera porque está por ver de dónde va a sacar tiempo el médico para responder a los e-mails y, aun haciéndolo en horas extra, si el supuesto enfermo desistirá de la visita. Se necesita algo más que imaginación para que el uso deje de ser abuso. La realidad es tozuda: es evidente que costará lo suyo cambiar determinadas conductas y que el envejecimiento de la población añadirá más presión a un sistema ineficiente en la gestión del tiempo. Así que sólo queda la opción del copago.

El copago se ha demostrado efectivo en otros países como Francia, Suecia, Bélgica o Alemania. No por su capacidad recaudatoria, que es mínima, sino por el efecto disuasorio sobre quienes van al médico casi por deporte. Voces experimentadas como las del economista Guillem López Casasnovas se lamentan de que en España, con una buena sanidad pública, hemos sido incapaces de graduar la oferta de servicios. Y el resultado es perverso: la sanidad rompe techos presupuestarios y dispara su déficit mientras la presión para ofrecer más y mejores servicios se hace insoportable. Ahí va un dato: en Catalunya, un 60% del presupuesto se dedica a la salud.

No es raro oír estos días que hay que aplicar algún tipo de copago ante la crisis. El Gobierno hizo un espantajo con esa idea la semana pasada: la ministra Jiménez apuntó que el asunto había estado en estudio para ser incluido en el decretazo pero que se había descartado. Visto y no visto. Un espantajo. Llevamos años a vueltas con el copago, y parece que nadie se lo toma en serio. Aplicar esta medida en tiempos de crisis no es lo más acertado porque podría interpretarse como una señal de que el sistema va a ser menos generoso o más injusto cuando es evidente lo contrario, que a más racionalidad, mejor calidad asistencial. Asombra, sin embargo, que no se aproveche este momento en que existe una opinión generalizada de que hay que hacer reformas estructurales para abrir el debate con serenidad. Antes de que nos venga impuesto por la Unión Europea.

El miedo al copago no está justificado en España, donde ya se aplica en el gasto farmacéutico. Podría pensarse en una fórmula por la que se pagara un precio casi simbólico (un euro) por visita, algo más para las urgencias, y siempre teniendo en cuenta el nivel de renta y la edad. No es nada descabellado tampoco que se favorezca fiscalmente al contribuyente que contrate una mutua privada. El copago, en cualquiera de sus fórmulas posibles, junto auna factura detallada de lo que cuesta la atención médica que se nos dedica, nos haría corresponsabilizarnos con un sistema que será insostenible. Y tomar conciencia de que la época del gratis total tiene los días contados.

3-VI-10, Susana Quadrado, lavanguardia