´Grasa o arena´, Xavier Batalla

La corrupción no es un mal crónico como el reuma o los cálculos de la vejiga. La corrupción es un mal que no suele tener buena prensa, aunque en esto pasa como con el periodismo de investigación mal entendido, que, en función del pie del que uno cojee, sólo investiga a los que no son de la misma cuerda. Pero investigación, y a nivel internacional, no falta. Es más, la corrupción, al haberse ganado un lugar en la agenda global, es una fuente inagotable de literatura de no ficción.

El Banco Mundial calculó en el 2004 que políticos, ex políticos de conveniencia y oficiales de todo el mundo habrían recibido sobornos por un billón de dólares anuales, cifra nada despreciable, especialmente si se tiene en cuenta que la citada fuente estimó que la economía global en el año 2002 ascendía a unos 30 billones de dólares. Y en el 2005 un think tank ruso, Indem, afirmó que los sobornos se habían disparado en el país de Vladimir Putin hasta alcanzar anualmente los 300.000 millones de dólares, es decir, diez veces más que cuatro años antes; según esta fuente, más de la mitad de los ciudadanos rusos han sufrido lo que en México se conoce por mordida.En el 2005, sin embargo, la impunidad, afortunadamente, no cubrió a todos. La corrupción obligó a dimitir al primer ministro de Ucrania, al vicepresidente de Sudáfrica, a varios ministros de Kenia y al líder de la mayoría en la Cámara de Representantes de Estados Unidos.

El Banco Mundial no es la única institución que ha reaccionado ante el hecho de que la corrupción parezca un sector emergente de la economía no productiva. La ONU, por ejemplo, aprobó en diciembre del 2003 una convención contra la corrupción que fue firmada por 140 países. Pero la corrupción sigue siendo un negocio boyante, según los escenarios.

¿Puede ser la corrupción, como dicen quienes la ejercen, beneficiosa para la economía? A simple vista, la pregunta suena a provocación, pero no faltan quienes así opinan, incluidos algunos economistas. Es la hipótesis de la grasa que facilita el movimiento de la rueda. Según esta teoría, que en la década de los ochenta fue defendida por F. T. Lui, a quien no hay que confundir con Luigi, la corrupción puede ser beneficiosa en los casos en que una burocracia ineficiente representa un obstáculo para el desarrollo de la actividad económica. Lui, autor de An equilibrium queuing model of bribery, ilustra su teoría con el caso de un oficial que, tras ser engrasado, hace que la cola ante una ventanilla pública sea mucho más llevadera. Que se sepa, de la recalificación de determinados terrenos o de los trajes a medida que uno se corrompe no dice nada.

La idea opuesta a la hipótesis de la grasa es, claro está, la de la arena, que es lo que la corrupción echa en realidad a la rueda de la actividad económica. La corrupción, y no es ninguna teoría, distorsiona los mercados, erosiona la legitimidad de un gobierno, corroe la integridad del sector privado, dinamita el imperio de la ley e inyecta cinismo a los ciudadanos, que entonces ya entienden por qué los pisos van tan caros.

30-V-10, Xavier Batalla, lavanguardia