´Aborto de quita y pon´, Pilar Rahola

Sobre la nueva ley del aborto, hay muchos debates posibles. Uno de ellos, el que convierte a los médicos en policías y psicólogos de las adolescentes que quieran abortar, ya lo he abordado en este espacio de forma crítica. Poco por añadir. El otro es el debate gordo, el sí o el no a una ley que regule el aborto, más allá de la ley en ella misma. Este segundo debate no existe en la calle, pero existe de forma ruidosa y a veces histérica en los grupos de presión propios de la cosa, cuya capacidad para el discurso más estridente causa un cierto estupor. Pero hay un tercer debate que aterriza de lleno en el binomio coherencia-convicción, tan propio de la filosofía, y tan impropio de la política. Me remito al tercero, cuyo desarrollo argumental ha sido menos elaborado. Coherencia contra convicción o, lo que es lo mismo, "cómo oponerse por convicciones ideológicas a algo que después no vamos a tocar cuando seamos gobierno".

Por supuesto, hablo del PP y de sus griteríos contra el aborto cuando instala sus posaderas en la oposición y sus sonoros silencios cuando ocupa la bancada azul. Veamos el relato histórico: la ley de 1985 que regulaba la interrupción voluntaria del embarazo fue duramente criticada por el PP de entonces, convirtiéndola en una ideafuerza del discurso conservador. Por supuesto Federico Trillo, vocero entusiasta de estas lides, ya estaba por ahí, haciendo de jurista de la Alianza Popular de don Manuel. En 1989 tuvo su primer momento de gloria, cuando intentó paralizar la ley en el Constitucional, aprovechando la ley de Reproducción Asistida. Era el segundo intento de los populares de impedir el aborto legal en España. En ninguno de los casos consiguieron nada. Y después vinieron los felices años del silencio, cuando el PP gobernó en dos legislaturas, se olvidó de sus rígidas convicciones antiabortistas y gobernó con la ley de Felipe González, sin restarle una coma.

Durante esos ocho años de felicidad, Federico Trillo habló mucho, gobernó más, protagonizó escándalos de primera, como el de la tragedia del Yak-42, mandó huevos a sus señorías y por el camino de tanto ajetreo, se olvidó de que un día había querido derogar el aborto. Pero con el retorno de los socialistas, recuperó el habla y volvió a la carga de su cruzada jansenista contra la maldad abortista. Y así, bis repetita,el bucle retorna a su círculo infinito, y, montado en él, don Federico repite argumentos contra la nueva ley, la vuelve a enviar al Constitucional y asegura, como aseguró tiempos antes, que la derogarán si llegan al poder. ¿Lo harán realmente? Probablemente no, pero poco importa. Porque el aborto nunca ha sido una lucha de convicciones, sino un duelo de estrategias políticas. Y en ese arte de la guerra, don Federico es un maestro. Alguien hablaría de demagogia, pero es peor. Se trata, simplemente, de puro fariseísmo.

5-VI-10, Pilar Rahola, lavanguardia