ŽB(V)analidad del chapapote en LouisianaŽ, Xavier Montanyà

Cuando el avión inicia el descenso sobre Port Harcourt, la capital del delta del Níger, en el sur de Nigeria, la oscuridad en el exterior es impenetrable. Poco a poco, la negra inmensidad en la que nos vamos sumergiendo se va trufando de puntos luminosos de color entre rojizo y anaranjado, que aumentan de tamaño e intensidad según nos aproximamos a tierra. Son las llamas de Shell, Agip, Total, Texaco o Chevron, antorchas perpetuas de gases incandescentes que, desde hace décadas, contaminan la atmósfera, el medio ambiente y la salud de las personas.

En esta región, una de las ocho mayores productoras de petróleo del planeta, el gas sobrante de la extracción que se quema supone un 13% del total mundial, una grave contribución al calentamiento global. Este atentado a los derechos humanos y al medio ambiente se ha intentado prohibir por ley, pero los plazos para acabar con esta actividad se ven constantemente prorrogados. Nigeria es una democracia deficiente, gobernada por élites corruptas, sin escrúpulos. A las multinacionales del petróleo, que operan asociadas a empresas estatales, les sale más barato quemar el gas que reciclarlo y envasarlo, a pesar de que podría ser de gran utilidad en la zona, cuyos habitantes, cruel paradoja, a pesar de estar sobre una de las bolsas de oro negro más grandes del mundo, viven en la extrema pobreza, sin agua corriente, ni electricidad, ni escuela, ni hospital cercano, y con unas cifras alarmantes de paro juvenil y marginalidad.

El delta del Níger, uno de los ecosistemas húmedos más importantes del mundo, vive una maldición desde que en su subsuelo, en 1956, se halló petróleo, el excremento del diablo, como lo llaman algunos aquí. Desde ese día, este país de agricultores y pescadores ha sufrido la contaminación de su atmósfera, tierras y mares debido a los vertidos accidentales de crudo y a la quema de gases. Se calcula que, cada año, durante los últimos cincuenta, se ha producido un vertido equivalente al del buque Exxon Valdez.

 Cada vez hay que remar más horas para pescar peces, gambas, ostras o cangrejos no contaminados. La fertilidad de las tierras está muy afectada. La degradación ambiental y humana es tal que el proceso de marginalización de sus jóvenes, espoleado por la violencia policial y la acción de políticos corruptos, que, a veces, han contratado y armado bandas juveniles para atemorizar a sus enemigos ha fomentado la violencia armada contra todo, secuestros, sabotajes, detenciones ilegales, tortura y muerte. El contrato social, aquí, si alguna vez existió, se rompió hace muchos años. Es muy difusa la frontera entre la violencia como vía de lucha política y la que actúa por dinero. En el delta del Níger la vida vale muy poco, por no decir nada. Recuerdo la frase del Nobel de Literatura Wole Soyinka: "El mundo debería entender que el combustible que hace funcionar sus industrias es la sangre de nuestro pueblo".

Al bajar del avión, recibo una intensa sacudida de calor tropical, húmedo y pegajoso, superior a lo habitual por efecto de la quema de gases. "Shell is hell!", exclama un pasajero. La carretera que conduce a la ciudad no está iluminada, el asfalto está podrido y plagado de socavones gigantescos. Los conductores precisan de gran destreza visual y rapidez de reflejos. Los controles policiales son obsesivos y humillantes. Policías armados, con linternas y ostentosas barras de plomo de un metro de largo, paran los coches, los registran y exigen dinero. Su función es la extorsión y el amedrentamiento. Malas carreteras, terribles infraestructuras, enormes montañas de basura en plena calle sobrevoladas por aves rapaces, intimidación, inseguridad y una nula o escasa iluminación nocturna te hacen sentir en un país ocupado y reprimido por sus propias fuerzas de seguridad.

 Además de la policía, y las brigadas antisecuestros, emblema que lucen con letras ostentosas en sus jeeps negros de cristales opacos, aquí opera la Mobil Police –oMopol–, popularmente conocida como Kill & Go, y la temida Joint Task Force –JTF–, una combinación de efectivos especiales: policía, militares y seguridad del Estado. La JTF es líder en violaciones impunes de los derechos humanos. Según el Centre for Environmental, Human Rights and Development (Cehrd), la JTF es responsable de asesinatos extrajudiciales, tráfico de armas y robo de petróleo, en colaboración con bandas armadas. "La policía nigeriana es responsable de cientos de homicidios ilegítimos cada año. No sólo mata a personas por disparos, también las tortura hasta morir, a menudo mientras están detenidos. La mayoría de los casos no se investigan y los policías responsables resultan impunes. Las familias de las víctimas, por lo general, no obtienen justicia ni resarcimiento. Muchos ni siquiera llegan a saber qué les sucedió a sus seres queridos", ha manifestado Erwin van der Borght, director del programa de Amnistía Internacional para África.

Se percibe un constante clima de terror e indefensión, sobre todo al caer el sol. En Lagos, me explican, la policía captura autobuses abarrotados de pasajeros, los conduce a comisaría, los encarcela y por la mañana, previo pago, los libera. Al día siguiente de mi llegada, los periódicos dan la noticia del secuestro de tres reporteros sudafricanos.

También hay vida, claro: mercados bulliciosos, jóvenes en motos y bicicletas, mujeres que cocinan y lavan ropa, taxis, vendedores ilegales de gasolina por doquier, carritos de venta ambulante cargados a rebosar de zanahorias gigantes, vendedores de pañuelos o papel higiénico, de periódicos, de biblias, de aparatos electrónicos, de tarjetas para móviles, escolares uniformados, bares, restaurantes, talleres e infinidad de iglesias, capillas y anuncios de variopintas sectas religiosas. La opresión y la miseria son terreno abonado para la estafa espiritual. La algarabía diurna tiene un denominador común. Mires a donde mires, hay un policía, un militar o un tipo armado con uniforme de empresa de seguridad, uno de los más florecientes negocios de la región, junto con el blanqueo de dinero, el saqueo de las arcas públicas y el contrabando de armas y de petróleo robado.

Son días tensos y complicados. Mientras recorro la región visitando comunidades afectadas por la degradación ecológica, la violencia y la represión, todas las conversaciones acaban derivando en la situación política general. Se percibe el desengaño y la preocupación por el futuro. El delta del Níger es una bomba de relojería. Los más pesimistas temen un futuro como el de Iraq. El año pasado, la actividad de los grupos armados consiguió reducir la producción petrolera en un 30%, hecho que forzó al gobierno a ofrecer una amnistía. Los guerrilleros aceptaron, incluso el MEND (Movement for the Emancipation of Niger Delta), la rainbow organisation que mayor contenido político da a la lucha. Los militantes salieron de sus escondrijos en el laberinto de manglares, arroyuelos, calas y humedales. Entre 8.000 y 15.000 jóvenes entregaron las armas y se acogieron al programa de reinserción. Pero desde octubre pasado no ha sucedido nada más.

 La grave enfermedad del presidente Umaru Yar´Adua ha paralizado el país. Durante tres meses el mandatario ha estado ingresado en un hospital de Arabia Saudí. Ahora, el presidente en funciones es Goodluck Jonathan, oriundo del sur, posibilidad que debería desencallar la situación respecto a los problemas del delta del Níger y la incertidumbre generalizada sobre la inoperancia del periodo postamnistía, pero la opinión general es que Goodluck no tiene el poder real, y que el grupo dirigente se opondrá como sea a permitírselo. Además, desde hace un mes, los allegados a Umaru Yar´Adua sostienen que ha regresado a Nigeria, pero hasta el momento nadie lo ha visto en público. Hasta ahora, el gobierno no ha aceptado ninguna de las demandas políticas o de federalización de los beneficios petroleros que la región, unánimemente, reclama desde hace años. La tensión es palpable. La lucha por el poder ha disparado todas las alarmas. La plataforma Save Nigeria, encabezada por el escritor Wole Soyinka, se manifiesta a menudo para pedir la reforma de la ley electoral y mayores garantías democráticas.

La frustración, la sensación de engaño y humillación, ha vuelto a calar profundamente entre los jóvenes. Todo indica que la amnistía ha fracasado. El MEND ha anunciado el fin del alto el fuego. Se han reanudado los ataques a instalaciones petroleras. Muchos jóvenes vuelven a sus campamentos entre los manglares. Se están rearmando. Cuando explote, reflexionan a media voz los conocedores del tema, será diez veces peor de lo que ha sido hasta ahora. Aunque muchos se han entregado a cambio de dinero, surgirá una nueva generación de militantes armados.

 De vuelta a casa, en el avión, me entero de que en la Nigeria central ha habido una matanza de quinientas personas. Y que en el delta han explotado dos bombas cerca de un centro oficial de Warri, donde debían celebrarse unos diálogos sobre el proceso postamnistía. "En los próximos días –ha comunicado el MEND– llevaremos a cabo ataques contra instalaciones petroleras y extenderemos nuestras acciones a compañías como Total, que en el pasado fueron respetadas. Los gobernantes del delta del Níger son unos sinvergüenzas sin visión de futuro, sólo se dedican a saquear las arcas del Estado. Van contra los deseos y aspiraciones de la gente". El próximo año 2011 habrá elecciones presidenciales. Con estas dos bombas, empieza la cuenta atrás.

7-IV-10, Xavier Montanyà, culturas/lavanguardia

Rumuekpe es una comunidad ikwerre, en el estado de Rivers, de unas 15.000 personas, agricultores y pescadores. La Shell descubrió petróleo aquí a finales de los años cincuenta. Hoy operan en la zona Shell Petroleum Development Company, Eni´s Nigeria, Agip Oil Co., Total E& P y Niger Delta Petroleum Resources. Desde siempre, las multinacionales han instalado pozos y oleoductos donde han querido, practican el gas flaring incesante e impunemente y han contaminado parte de sus tierras y ríos debido a los vertidos de petróleo causados por accidentes y fallos técnicos. Los intentos de protesta y reclamación de sus habitantes han sido correspondidos con el envío de policías y militares. La legislación nigeriana establece que las comunidades locales no tienen derechos sobre las reservas de petróleo y gas de sus territorios. En el 2003, la Mopol y un equipo de trabajadores de las petroleras irrumpió en el pueblecito de Imogu y aterrorizó a sus habitantes. Mientras la policía disparaba, gritaba y cantaba canciones de guerra, el equipo técnico intentaba reparar un oleoducto estropeado que causaba un tremendo vertido de petróleo. La gente exigió pacíficamente que, además de la reparación, debían encargarse de limpiar el suelo y el agua. La Mopol estaba allí para acallar las protestas. Hubo otros vertidos en los años siguientes. Las empresas a menudo argumentan que se trata de sabotajes intencionados para cobrar indemnizaciones, pero los peritajes legales suelen dictaminar "equipment failure", ya que las instalaciones son antiguas y están deterioradas y oxidadas. En Rumuekpe la quema de gases se efectúa a ras de suelo. Los niños se divierten mirando fijamente las llamas. Los atraen hipnóticamente, como una bombilla a los mosquitos. Desconocen el peligro. Cuando hay tormenta, la atmósfera desprende lluvia ácida, que, como en todo el delta, corroe los tejados y mata los cultivos. Cuando las compañías accedieron a compensarles, la comunidad se dividió entre los que se beneficiabany los que no. Y explotó la violencia entre vecinos. Durante cinco años, hubo tiroteos, destrucción, quema de viviendas y un centenar de muertos en ambos bandos de la comunidad. El ejército los reprimió en varias ocasiones, pero el gobernador no intervino para frenar las matanzas. Rumuekpe se despobló. Hoy es un pueblo fantasma, de casas destruidas, invadidas por la maleza. La comunidad ha hecho las paces y se ha unido para reclamar sus derechos, el fin del gas flaring y de la contaminación de sus tierras.Al día siguiente de mi visita, la policía efectuó detenciones en la comunidad. ¿Dónde acaban las empresas petroleras y empieza el gobierno?

7-IV-10, Xavier Montanyà, culturas/lavanguardia

Los ogonis son una etnia de un millón de personas. Liderados por el escritor Ken Saro-Wiwa, en los años noventa se concienciaron de los graves perjuicios que la extracción les causaba. Mediante manifestaciones pacíficas y el apoyo de la justicia internacional, en 1993 lograron detener las actividades de la Shell y expulsarla de su país. La reacción fue más represión policial y muertes. En 1995, Ken Saro-Wiwa y ocho líderes fueron detenidos, acusados falsamente de asesinato. Tras una farsa de juicio, fueron ahorcados. Durante quince años se ha librado un dilatado proceso jurídico internacional. El pasado verano, la Shell pactó pagar a las familias una indemnización de quince millones de dólares para evitar someterse a juicio. Aunque el gesto es interpretable como una aceptación formal de culpa, el pueblo ogoni se dividió, pues, en su mayoría, consideran que la Shell debía ir a juicio y asumir legalmente toda su responsabilidad como colaboradora del gobierno nigeriano en la represión de los años noventa.

Han pasado quince años y todo indica que el gobierno y las petroleras quieren volver a operar en Ogoniland. Parte de la estrategia podría ser la intención de trasladar los efectivos del destacamento militar de Bori Camp a territorio ogoni. Cuando visito Ueken, la comunidad donde está previsto instalar el cuartel, sus habitantes se muestran muy preocupados por el proyecto y firmemente decididos a resistir como sea pacíficamente. "Necesitamos que el mundo sepa lo que está pasando aquí. Son nuestras tierras, somos agricultores. Ya hemos sufrido bastante. No queremos el cuartel. Los militares no darán trabajo a nuestros hijos. Ogoni necesita proyectos de desarrollo. Si trasladan el ejército aquí, será nuestra desgracia. El paro de jóvenes graduados en Ogoni es de los más altos del país. Nos reprimirán, violarán a nuestras mujeres e hijas". Los jefes de la comunidad han firmado un documento que ha sido enviado al gobierno, con copia a la Casa Blanca, las Naciones Unidas y Amnistía Internacional. Según Budam John Dum-Ade, secretario del Mosop (Movement for the Survival of Ogoni People), la represión se está agravando. El pasado 4 de enero, fiesta del día Ogoni, hubo detenciones ilegales, maltratos y violencia. Ndike Ndeemor, coordinador del partido, fue asesinado. Hoy están en el Tribunal Internacional de La Haya cursando una denuncia por estos hechos. Goodluck Diigbo, portavoz del Mosop, me explica, desde La Haya, que desde que asumió el cargo en abril del 2009 ha sobrevivido a tres intentos de asesinato, que se suman a siete anteriores. "El Mosop sufre hoy una tremenda amenaza de violencia estatal. Estoy dispuesto a mantener una política de no violencia para defender nuestros derechos indígenas y libertades fundamentales, incluyendo el derecho a la autonomía política. A los ogonis nos lo han robado todo. Un pueblo tan rico en petróleo y gas, se ha convertido en uno de los más pobres de la tierra".

7-IV-10, Xavier Montanyà, culturas/lavanguardia

Tras diversas citas de seguridad en diferentes rincones de Port Harcourt, logro un encuentro, en un restaurante vacío, con Allison Anderson, Second in Command del grupo armado Niger Delta Vigilante Force (NDVF) o Patriotic Force, cuyo líder es Ateke Tom, también conocido como el Padrino.El NDVF ha aceptado la amnistía. Es uno de los grupos más veteranos en una lucha sobre la que hay división de opiniones. Algunos, sobre todo los jóvenes, ven a estos grupos con simpatía, como un aspecto interesante en la lucha política. Otros los consideran bandas que rayan la delincuencia común. Allison me parece sincero y apasionado. Él y sus compañeros se han acogido a la amnistía, pero esperan que lleguen también las tan necesarias contrapartidas en ayuda al desarrollo y en el reparto equitativo de beneficios del petróleo. "De momento - dice-no ha pasado nada. Nosotros hemos cumplido con el pacto entregando las armas. Ellos no. Estamos esperando un gesto, algo concreto...". Cuando le pregunto sobre el origen de su compromiso, alza la voz, me mira fijamente y sus gestos se vuelven muy enérgicos: "Yo soy de una familia muy pobre. Antes nos oprimía el colonialismo inglés. Ahora es la Shell. ¿Y quién es la Shell? Son los mismos. Aquí no tenemos empleo, ni infraestructuras. La gente es muy pobre, tiene que luchar cada día para comer. Para mí, la única solución eran las armas". Se emociona y asiendo con fuerza un arma imaginaria, sentencia: "Prefiero morir empuñando un arma que quedarme quieto viendo a mi gente sufrir". Sus camaradas, silenciosos, asienten al unísono. Uno levanta el puño.

"Debemos defendernos. Ellos las utilizan contra nosotros. Si yo no hubiera llevado armas, hoy seguramente no estaría hablando contigo. Nigeria es un país malvado, gobernado por malvados. Llevar armas no nos gusta, no nos hace felices. ¿Te parece normal que tengamos que usarlas para exigir lo que es nuestro? No me arrepiento de haber usado las armas, porque estamos luchando contra la injusticia. Dios lo sabe. La comunidad internacional debería saber lo que pasa aquí. Por eso acepto hablar. Debería investigarlo y denunciarlo. Aquí no hay democracia. Ken Saro-Wiwa nos abrió los ojos. Y lo mataron. Pueden matar al mensajero, pero no pueden matar el mensaje. Pensaban que matándolo a él, se acabaría el partido. Pero no fue así. No será así. Aceptamos la amnistía porque ofrecieron diálogo. Si cogimos las armas era para eso, para que nos escucharan. Nosotros hemos cumplido. Ellos no. Estamos esperando. Esperando y observando. Queremos la autodeterminación para controlar y decidir sobre nuestra tierra y recursos. No tengo miedo a nada. Es sólo cuestión de tiempo". Tras mostrarme orgulloso las fotos del día en que entregaron las armas, se despide. En el restaurante, a pesar de estar en una calle muy céntrica y concurrida, no ha aparecido ningún cliente. Ni a las camareras se les ha ocurrido venir a preguntar qué se nos ofrecía.

7-IV-10, Xavier Montanyà, culturas/lavanguardia