´Se equivocan de guerra´, Fernando Ónega

Increíble, pero cierto: los dos partidos mayoritarios españoles, socialista y popular, se han tomado la sentencia como un pugilato entre ambos. Les importa poco el contenido, y se preocupan de que el adversario sea proclamado perdedor de la contienda. Así lo dejó ver la señora De la Vega, primera en intervenir, que se apresuró a anotar la goleada que había recibido el PP. Le siguió el señor Montilla, que, por casualidad o por seguir la misma estrategia, cayó en la contradicción de apuntar la derrota popular, al tiempo que se mostraba indignado con el tribunal. Y el siempre cauto ministro de Justicia, Francisco Caamaño, se puso elocuente para decir que el trofeo del PP se limita a un artículo y unas cuantas palabras o frases.

Del otro lado, la misma moneda. Federico Trillo se atribuye el éxito de todos los artículos anulados o sometidos a interpretación; Soraya Sáenz de Santamaría llama inmediatamente a la radio a desmentir a Caamaño por haberse atrevido a rebajar tanto su triunfo, y así sucesivamente. El Partido Popular no está dispuesto a que se discuta su hazaña y centra sus esfuerzos en apuntar contra Zapatero, responsable último de que el Estatut tenga zonas inconstitucionales. El caso es quedar como la fuerza política con más sentido constitucional en sus decisiones, aunque unos ochenta de los artículos recurridos no hayan sufrido el recorte del tribunal.

Así que, mientras Ernest Benach hablaba en Catalunya de "crisis de Estado", los dos partidos llamados a regir el Estado andan a lo suyo, en una muestra clamorosa de mentalidad raquítica, que siempre se limita a la explotación interesada y urgente del último acontecimiento. Es difícil oírles un diagnóstico sobre cómo queda la "cuestión catalana" después de la sentencia. Y es mucho más difícil todavía imaginar una conversación entre sus dirigentes para explorar cómo se gestiona la nueva crisis, a pesar de que hay voces que dicen que la sentencia fomentará el independentismo.

Parece que no es asunto suyo. Lo suyo es procurar que cada situación política, aunque sea dramática, les produzca algún beneficio o, cuando menos, perjudique al contrincante. Ese es su empeño pertinaz, ya conocido, pero ahora reconfirmado en la cuestión más delicada planteada a este país en los últimos años.

Naturalmente, hay que apuntar quién inició esa discusión partidista y mezquina, y ha sido el Gobierno, a través de su vicepresidenta primera. El Gabinete, amparado en la idea de que la mejor defensa es un buen ataque, decidió que el atacado fuese el Partido Popular. Es su estrategia y su línea doctrinal para superar el trance. Se equivocan de guerra.

30-V-10, Fernando Ónega, lavanguardia