ŽEl hombre invisibleŽ, Enric Juliana

De no haber sido por María Dolores de Cospedal, que ayer por la mañana llamó fascista al presidente de la Generalitat y al cabo de unas horas tuvo que pedirle perdón, el Partido Popular casi habría conseguido el prodigio de la invisibilidad en estos días posteriores al afeitado constitucional de la nueva planta catalana.

Habría sido un prodigio de los grandes - la invisibilidad de Mariano Rajoy en estas horas ásperas-,habida cuenta que el gran contenedor del centroderecha español fue quien llevó el Estatut ante la Corte Constitucional, impugnando 120 de sus artículos. El PP tenía sus razones. Razones de peso. La ampliación de la autonomía catalana fue el vector de una estrategia de largo alcance iniciada en el año 2000 por el Partit dels Socialistes de Catalunya, con la anuencia del nuevo grupo dirigente del PSOE.

Una auténtica bomba de racimo, si se me permite la expresión. Estos eran los objetivos: propulsar el segundo asalto de Pasqual Maragall a la presidencia de la Generalitat (vencedor moral de las elecciones de 1999); otorgar centralidad política a Esquerra Republicana (primer partido que propuso la reforma del Estatut); estimular la competición en el campo nacionalista y propiciar la fractura del mismo; poner en crisis la entente entre Jordi Pujol y José María Aznar, cuyo apoyo a CiU en el Parlament tenía como condición que no se tocase el Estatut; y, como corolario de todo ello, sentar las bases de una nueva mayoría parlamentaria en Catalunya.

Al joven dirigente leonés del PSOE, la fortuna de Maragall como presidente de la Generalitat le importaba más bien poco - como años más tarde quedó perfectamente demostrado-,pero le sedujo la idea de romper los puentes entre el nacionalismo conservador español y el nacionalismo (no tan conservador) catalán. Un PP sin mayoría absoluta y sin apoyo de CiU aceleraría su declive. Así nació el pacto del Tinell, a finales del 2003. Lo que viene después ya es más conocido. Zapatero ganó de manera imprevista las elecciones generales del 2004 y tuvo que hacer frente a los compromisos adquiridos en Barcelona. "Apoyaré el Estatut que salga del Parlament..."

El PP reaccionó con furia ante el Tinell. Y vio en la nueva alianza catalana un buen acicate para las tácticas de polarización electoral que Aznar había importado de los institutos neoconservadores norteamericanos (tensar, tensar, tensar...). Así se hinchó el globo de Esquerra Republicana. Así inflamaba las mañanas el almuecín de la Cope.

El PP impugnó el Estatut e hizo algo más. Se entusiasmó con el ruido que oía en las entrañas de España. Un ruido antiguo. Esa tensión sorda que que provocan los catalanes desde el siglo XVII, cuando se negaron a pagar la Unión de Armas. Los versos de Quevedo ("ladrones de tres manos") y tantas cosas más. El PP pidió firmas de apoyo en toda España. ("Eche una firma contra los catalanes"; lo he oído en una mesa petitoria de Madrid). Centenares de miles de firmas que hoy acumulan polvo en un almacén madrileño. Una enorme campaña de agitación que dio sentido y hechura al català emprenyat.

Elecciones generales del 2008: voto reactivo en Catalunya, clave para la segunda victoria de Zapatero. Rajoy toma nota, lee los informes sociológicos de Pedro Arriola y decide una estrategia sedativa. Consigna para estos días: perfil bajo. Consigna rota ayer por María Dolores de Cospedal, que se tomó un café bien cargado antes de atender una llamada de Onda Cero.

2-VII-10, Enric Juliana, lavanguardia