ŽDe roja a rojigualdaŽ, Pilar Rahola

"Cuando escucho a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia", aseveró Woody Allen en una de esas ocurrencias suyas que nacieron con vocación de perdurar. Ciertamente Wagner es la metáfora perfecta del yin y el yang humano, la luz y las tinieblas, la vida y la muerte, la belleza y la extrema fealdad. Entiendo perfectamente que a las víctimas del nazismo les resulte imposible escuchar el Tannhäuser,y personalmente soy tan capaz de vibrar con las magníficas óperas de El anillo del Nibelungo como sentir vómitos cuando recuerdo el apoyo del círculo wagneriano de Bayreuth a Hitler. Pero paro aquí, porque la reflexión podría deambular por caminos trascendentes y trágicos, y nada más alejado de la voluntad de este artículo. Comparado con Wagner y su historia, este artículo es una bagatela, un puro divertimento. Pero me sirve la frase de Woody, si me permiten que me quede, estrictamente, con el sentido del humor, despojado de todo atisbo de dramatismo. Yo, igual que Woody, tengo algunas transformaciones de este tipo. Por ejemplo, cuando, al minuto de ganar la roja, escucho lo que dice Miguel ÁngelRodríguez, o algunos de los ínclitos tertulianos que pululan por la meseta mental, o directamente según qué periodistas, me vienen unas ganas enormes de que pierda España. Previamente me he emocionado con la selección Barçanyola, me han encantado Puyol e Iniesta, he sufrido con Casillas y he deseado lo mejor para estos chicos que sudan la camiseta con la fuerza de los grandes. Si solo fuera futbol… Si detrás de cada victoria de España no hubiera un monopolio casi total del españolismo patriótico esencial, sino un sentimiento compartido, donde pueblos, lenguas y culturas encontraran su denominador común, si fuera así, ¡qué fácil sería emocionarse con la roja!Pero no seamos más ilusos de lo estrictamente necesario, porque los indicadores no permiten dudas. Los éxitos futbolísticos de la selección más "espanyola" - así, con ny-de la historia no son usados retóricamente para la inclusión de lo plural, sino para la exclusión de lo diferente. En la España de los goles de Puyol, cabemos todos. En la de la celebración de Miguel Angel Rodríguez, sobramos muchos. Y el problema no está en que existan los discursos de los Rodríguez, el problema está en que, más allá de los periféricos disidentes, esos discursos conforman el pensamiento único. Con cada gol, la España única, indisoluble y verdadera marca su gol particular a las naciones díscolas que se empeñan en reinventar España. Y entonces, muchos catalanes, vascos y otras faunas de la jungla lo sienten como un gol en contra. "Yo soy yo y mi circunstancia", dijo Ortega hace mucho. También lo es el fútbol, un cúmulo de circunstancias. Y ahí está el problema, que la pelota es inocente, pero las circunstancias están cargadas de pesadas y pesantes intenciones.

11-VII-10, Pilar Rahola, lavanguardia