´¿Dónde está la salida?´, Xavier Batalla

Hace unas cuantas legislaturas, un ministro español dijo que lo que le ilusionaba es que llegaría un día en que podría ir por el mundo como ex ministro de Asuntos Exteriores. No es lo que más se espera de un político, pero lo cierto es que la condición de ex suele tener sus ventajas, y no sólo para el político.

La condición de ex suelta a veces la lengua. Este fue el caso de Volker Ruehe, ministro alemán de Defensa de 1991 a 1998, cuando el democristiano Helmut Kohl era canciller, con motivo de una conferencia organizada esta semana en Barcelona por la Fundación Konrad Adenauer y el Institut d´Estudis Humanístics Miquel Coll i Alentorn (Inehca) para analizar la situación en Afganistán.

Desde el inicio de la guerra de Afganistán, en octubre del 2001, las motivaciones de la intervención internacional han cambiado a remolque de los acontecimientos. El primer objetivo fue Osama Bin Laden, pero lo que el mundo entendió que iba a ser una represalia ejemplar se convirtió en la construcción de una democracia y, sobre todo, en una guerra interminable, aunque hay gobiernos occidentales, entre ellos el español, que parece como si la guerra no fuera con sus tropas, como dijo en su intervención Josep Antoni Duran Lleida, presidente de la comisión de Asuntos Exteriores.

Acabar una guerra es más difícil que empezarla. Pero el ex ministro Ruehe dijo tenerlo claro: no hay solución militar. Y la historia le da la razón. En 1839, los británicos invadieron el territorio con el propósito de provocar un cambio de régimen en Kabul. El objetivo era reemplazar a Dost Mohamed Jan por un candidato, Shah Shuja ul Mulk, que inspiraba más confianza a los británicos. El plan incluía una retirada tan pronto como el país estuviera pacificado. Pero Afganistán no se pacificó, y miles de británicos, indios y afganos perdieron la vida en tres años de guerra. Ul Mulk fue derrocado dos años después, y los británicos se retiraron cuando Dost Mohamed Jan mandaba de nuevo. Afganistán fue invadido tres veces más, dos por los británicos, que no escarmentaron, y una por los soviéticos, que escarmentaron del todo. Y ahora, siglo y medio después, la OTAN se juega su credibilidad en Afganistán.

Ruehe, realista, no cree que Afganistán sea el centro del combate contra el terrorismo ni es partidario de que las tropas tengan que construir una democracia. ¿Qué hay que hacer entonces? La única salida posible, para Ruehe, es la negociación política y la retirada conjunta, no el sálvese quien pueda. Afganistán se ha comparado a menudo a Vietnam, aunque militarmente no se parecen. Y en Vietnam la solución fue política. Nixon decidió no retirarse de Vietnam hasta que los aliados survietnamitas fueran lo suficientemente fuertes como para defenderse. Pero los estadounidenses se retiraron en 1973 y los survietnamitas fueron derrotados en 1975. El asunto entonces es saber con quién y qué se negocia.

18-VII-10, Xavier Batalla, lavanguardia