´El nuevo Santo Grial´, Fernando Ónega

El pasado jueves se expuso  en Madrid, en dependencias del Gobierno regional, la Copa del Mundo que ganó la selección española de fútbol. Contemplé las imágenes por la televisión y fue para quedarse extasiado. Allí estaba Esperanza Aguirre, con discurso incluido, para dar la bienvenida al histórico trofeo. Lo pusieron en una hornacina de cristal supongo que blindado, porque los bienes culturales tienen que ser protegidos del fervor de las masas, y este en concreto contiene cinco kilos de oro, que fundidos valen una pasta. Y se anuncia que la Copa va a peregrinar por todo el país, porque no se puede negar a ningún contribuyente su derecho fundamental a contemplarla. Y, sobre todo, a hacerse una foto que provoque la admiración de las generaciones futuras y, de momento, de la vecindad.

Había público. Mucho público. No se puede perder una oportunidad así. Ver la Copa expuesta es un privilegio de los ciudadanos de este siglo, porque después será guardada, sólo algunos elegidos tendrán acceso a su contemplación, y nada garantiza que se vuelva a ganar. O sea, que exponerla es un acto de servicio y buen gobierno, algo así como la socialización de la gloria, que siempre se pone al alcance del pueblo detrás de un cristal blindado. Como el local de exhibición está gobernado por el Partido Popular, le acaban de estropear el discurso a María Teresa de la Vega: no es cierto que el PP no se alegre de la Copa. Al revés: ya la aprovecha para el discurso de cercanías.

Y lo más emocionante será asistir a su anunciado peregrinaje por las demás ciudades. Cuidado con los agravios, pues por el orden de llegada y tiempo de permanencia, ahí también puede haber autonomías de primera y de segunda. Puede haber gobiernos autónomos reacios a permitir la adoración de un orgullo español, porque, claro: ¿debe la nación catalana venerar algo de la nación española? Si dirigentes de Esquerra no dejaron a los niños ver el partido contra Holanda en albergues de la Generalitat, lo coherente es que tampoco pongan fácil la llegada triunfal del resultado del partido.

Pero yo me quedo con el espectáculo de masas. Lo que ocurre con esa Copa no podría ocurrir, por ejemplo, con un premio Nobel que ganara un español. La miras allí, en aquella hornacina supongo que blindada, yes la representación de la nueva fe. Es como si al fin hubieran encontrado el Santo Grial o la reliquia de un santo. Sólo faltan unos reclinatorios delante, para que la gente se ponga a rezar. Le podrían poner también unas velas, de esas que se encienden con monedas, para ayudar a sufragar las primas de los jugadores. Y ahora que el turismo está tocado por la crisis, se podrían organizar peregrinaciones, aunque sea sin indulgencias. Con algo menos tangible empezó el camino de Santiago, y miren lo que está durando.

26-VII-10, Fernando Ónega, lavanguardia