´Cruzar la calle en niqab´, Francesc-Marc Álvaro

Ayer, lo juro por mis muertos, vi a una señora (supongo que lo era, pero podría ser también un señor, puesto que no me atreví a investigar empíricamente ese extremo) cruzando la calle vestida con esa modalidad de velo integral llamada niqab. Puedo concretar más: la calle en cuestión es la calle donde vivo, y sucedió a las once y cinco minutos de la mañana. El niqab era de color negro y el resto de la vestimenta era marrón. La señora (o señor) empujaba un cochecito con una criatura, esta libre de burka o niqab, lo cual es un detalle dado el calor que pega.

No es la primera vez que veo a alguien por mi barrio vistiendo el velo integral, pero sí es la primera vez que he sentido miedo. Un miedo considerable. No ese miedo que dicen algunos sabios que tienen las clases medias europeas y tontunas cuando topan con una costumbre o folklore ajenos, con lo bonito que es ver mundo sin gastar ni un céntimo ni estar pendiente de la semana oriental de El Corte Inglés. No era ese miedo, no. Era miedo por la suerte del ser humano que iba a cruzar la calle (de doble sentido y tráfico incesante) sin ver ni torta. Porque la persona femenina o masculina que lucía el niqab trataba de pasar de una acera a otra pero su limitadísimo campo de visión le impedía controlar ambos lados de la vía con facilidad y rapidez. El o la transeúnte ataviado con el referido traje regional empleó varios minutos en verificar que no venía ningún vehículo.

Al final, no ocurrió una desgracia porque Dios (el de los musulmanes, el de los cristianos, el de los hebreos y el de los indios de la Selva Lacandona que adoran las botellas de Coca-Cola) no quiso.

3-VII-10, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia