ŽLa segadoraŽ, Clara Sanchis Mira

Me gusta correr. Más aún. No soporto que nadie me diga que no corra. ¿Por qué? No lo sé. Pero a mí me dicen que no corra y me hormiguea la cabeza. Soy un volcán de testosterona. Hasta que recupero la velocidad de crucero y entonces me relajo. Me explayo, vuelo. El hombre siempre ha querido volar. Yo también. Es un deseo humano, casi genético, digo yo.

Ahora mismo, en medio de la carretera hay una máquina segadora frenándonos a todos. Insoportable. Así no tiene sentido conducir, como si fuéramos una caravana de camellos. Si yo quisiera ir en camello, me compraría un camello. Pero voy en un coche, un gran coche, y todas sus posibilidades están limitadas por una máquina que no viene a cuento. Yno es que tenga nada en contra de las máquinas segadoras. Pero en su medio. En sus caminos rurales o por donde tengan que ir, pero no en una carretera que está hecha para otro tipo de vehículos. No limitando mi libertad de movimientos. Y es que entre ella y yo, ahora mismo, una fila de siete coches me impide el adelantamiento.

Me gusta adelantar, eso también es verdad. No adelanto porque sea necesario, claro. Adelanto porque me gusta. Más aún. No soporto ir detrás de nadie. ¿Por qué? Ni idea. Pero yo veo un coche delante de mí y siento hambre de adelantamiento. Me cruje la mandíbula. No te digo si son siete coches, como ahora, entre la segadora y yo. Porque soy el dueño de mi horizonte y quiero un horizonte limpio. No quiero que nadie me marque el camino, ni mucho menos el ritmo. Bastante le marcan a uno en el trabajo, o en su casa. Pero en mi coche no. Por la carretera no se va como un rebaño de ovejas, una detrás de otra. No tengo alma de oveja. El hombre siempre ha querido ser el primero. Es un impulso natural, casi un instinto. Gracias a él, ha hecho grandes cosas. Grandes logros, grandes metas. No hay una sola oveja que haya hecho una cosa importante en su vida, que yo sepa.

Así que ahora mismo me asomo al carril de mi izquierda buscando hueco. Husmeo cualquier posibilidad para lanzarme al primer adelantamiento. Puede que llegue a adelantar a un par de coches de un solo tirón. Incluso tres. Si nadie toma la iniciativa de vérselas con la segadora, voy a tener que hacerlo yo. Se trata de coger impulso. Y jugársela un poco, sí, es posible. Pero sólo un poco. Es una cuestión de segundos. Coraje, osadía. Y riesgo. Una vida sin riesgos no te lleva a ninguna parte. Ni siquiera a adelantar una segadora.

¿Qué aprende un niño en el colegio? Aprende a dejar atrás a los demás. Y no sólo en clase de gimnasia, corriendo por el patio humillado por la nuca inalcanzable de algún listo. Pero ahora en los colegios enseñan seguridad vial a los niños. Y los llenan de contradicciones. La cabeza contra el arrojo. Y es un incordio. Porque ahora el niño se sube al coche y te dice que te pongas el cinturón mientras se recoloca el suyo como si le fuera la vida en ello. Vale que los niños se pongan el cinturón, pero ¿tanto? ¿Se lo tienen que poner con tanta ansia, con esa cara, como si no confiaran en ti? En las clases de seguridad vial enseñan a los niños a desconfiar de sus padres. Y los convierten en niños inseguros. Ahora el niño ve que vas a adelantar y te suelta que no te queda recorrido de línea discontinua suficiente para realizar el adelantamiento con seguridad. Pero yo adelanto. ¿Por qué? Porque cuando oigo que no adelante me hierven los testículos.

Para llegar hasta la máquina segadora sólo me quedan tres. Maldita guadaña con ruedas. Me asomo por la izquierda y calculo la distancia de los coches que vienen de frente. Arriesgo un poco. Un poquito. Para llegar antes. ¿Antes de qué?, me pregunto. Y respondería, porque ahora que lo digo, esto que estoy pensando podría darme que pensar, si no fuera porque creo que estoy muerto.

28-VII-10, Clara Sanchis Mira, lavanguardia