´El pan nuestro de cada día´, Antoni Puigverd

Pronto habrá que estudiar un máster para ir a la panadería: no es fácil escoger el pan diario entre decenas de formas y masas. El que aguarda turno en la panadería tiene ante sí una verdadera constelación de adorables opciones. Panecillos redondos y alargados, diminutos o medianos. Barras gordas y grandotas o largas y aflautadas. Panes abombados o rectangulares. Panecillos con aceitunas, con cebolla, con pipas, con pasas y nueces. Pan de trigo o de maíz. Pan geográfico: baguette, viena, ácimo judío, chapata (sic) italiana, catalanísimos llonguets, molde inglés y los autonómicos andaluz, castellano o de Valls. ¿Qué decir de las alternativas al pan blanco? integral, con semillas, con coupage de cereales. Por si fuera poco, ahí están las mil formas de la bollería, relucientes y barnizadas: magdalenas rubias, glaciales donuts, glaseados cabellos de ángel, suntuosas ensaimadas, lujuriosos búlgaros, lúdicas rosquillas, mantecosos cruasanes (con cuernos o descuernados, puros o rellenos). Para redondear sus apetitosas propuestas, las panaderías ofrecen bocadillos preparados y galletas a mansalva: coloristas pastas de té, entrañables carquinyolis, diminutos pets de monja, austeros bizcochos de anís, elegantes hojaldres rellenos. Mientras aguarda turno, el cliente saliva a litros. Se lo llevaría todo a casa.

Y, sin embargo, el pan de hoy, tan peripuesto y amanerado, está bajo sospecha. La fabulosa variedad que se ofrece en las panaderías de hoy es, a decir de los entendidos, menos sabrosa y duradera, más gomosa. Recién horneado, el pan actual tiende a la textura del chicle y, pocas horas después, se convierte en piedra. ¿Qué fue del recio, resistente y solemne pan de antaño? El pan de hoy es menos pan, pero es más vistoso. Inconsistente, pero zalamero. Es un pan estilo David Beckham: metrosexual. Tan repeinado como desaborido. Entra por los ojos. Seduce más que alimenta.

Las coloristas ofertas de las panaderías son la traducción perfecta de la cultura visual. Los panes de hoy conquistan por su aspecto, pero, ya en plena masticación, fomentan la melancolía: la desilusión preside las digestiones. El pan es ahora tan seductor como decepcionante. Es un preciso ejemplo de cómo funcionan las cosas en la era del homo videns.Un diluvio de imágenes sugestivas fomenta nuestra ilusión, pero la realidad siempre la desmiente. El consumidor ilusionado choca una y otra vez con su condición de iluso.

La extraordinaria gama de las panaderías de hoy coincide, además, con la generalización de la estética filiforme, con la popularización del ideal de la delgadez. Atrapados por las seductoras formas, devoramos panes y bollos prisioneros del complejo de culpa. ¡Curiosa evolución del pecado! El rígido confesor ha cedido el puesto al severo dietista. Los tiranos de la moda son los nuevos moralistas.

11-VIII-10, Antoni Puigverd, lavanguardia