´Primarias y primarios´, Francesc-Marc Álvaro

Cuando hay crisis lo mejor es tener distraído al personal. Toros en Catalunya y otros cuentos a 600 kilómetros. Los socialistas madrileños van a celebrar primarias para elegir al candidato que intentará arrebatar a la popular Esperanza Aguirre la presidencia de la Comunidad de Madrid. En el PSOE madrileño habrá primarias no porque les haya dado un ataque de sano radicalismo democrático, sino porque Tomás Gómez, presidente territorial del partido, no acepta que Zapatero ponga y quite las figuras del pesebre. Trinidad Jiménez es la preferida del presidente y de la ejecutiva presuntamente federal. Según se dice, las encuestas dan más posibilidades a la actual ministra de Sanidad que al ex alcalde de Parla, que fue el más votado del reino en su día. El duelo promete inspirar mucha literatura pero, como la Comunidad de Madrid no es Illinois, las primarias serán una mosca cojonera para el de la Moncloa.

Alguien dijo -tal vez Alfonso Guerra- que las primarias las carga el diablo. Los socialistas españoles lo saben bien puesto que con el festival de Almunia y Borrell les salió un pan como unas hostias, y nunca mejor dicho (lo de las hostias, sobre todo). Si fuéramos estadounidenses, las primarias tendrían sentido porque en Estados Unidos la relación entre candidatos, partidos y electores no tiene nada que ver con nuestros usos y costumbres. Pero no lo somos ni estamos en situación de parecerlo, aunque el ex presidente Maragall ensayara esta imitación cuando, en 1999, escondió al partido durante la campaña por la presidencia de la Generalitat. Y es que, en Catalunya, donde a creativos no nos ganan, se nos da muy bien lo de hacer primarias con un solo candidato, ejercicio original de onanismo participativo. Nos pierde, sabido es, la estética.

Soy partidario de las primarias, de las listas abiertas, de las circunscripciones pequeñas, del control directo del diputado por sus electores, de la limitación de mandatos y de la financiación transparente y legal de los partidos a través de donaciones de empresas y particulares (lo cual sólo es posible si los gobiernos no penalizan luego a quienes han sufragado al adversario). Porque las primarias no tienen ningún sentido al margen de una revisión articulada, general y ambiciosa del funcionamiento de los partidos. Cuando la transición, el objetivo era fortalecer las formaciones políticas para asentar la democracia. Ello explica muchas rutinas de las cúpulas dirigentes de todas las siglas, que hacen y deshacen a placer, al margen de las bases. Pero han pasado ya muchos años desde 1978.

No seamos primarios y no empecemos la casa por el tejado. Primarias sí, pero exijamos más. Las democracias serias funcionan de abajo hacia arriba y no al revés. La desconfianza que los ciudadanos sienten hacia la política -véase la última encuesta del CIS- nace también de estos carnavales.

10-VIII-10, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia