política ejemplar del chiringuito El Calamar

Los dos críos se plantan en el chiringuito El Calamar con cuatro vasos atestados de colillas y dando pequeños saltos uno tras otro gritan dos Coca-Colas, una cerveza y... ¿nos puedes dar una bolsa de patatas en vez de un refresco? "Lo que no os puedo dar es la cerveza", reponde el camarero con una sonrisa. El padre de los chavales no tiene más remedio que desperezarse sobre su toalla, bajo el Lorenzo de las playas de El Prat de Llobregat, y acercarse a la barra de El Calamar.



"Sí, sí -cuenta el hombre refrescándose el gaznate, dejándose un fresco bigote de espuma blanca-, es una gran idea, genial para que los niños aprendan que ser respetuoso con el medio ambiente tiene su premio... y además ahorrarse unas monedas. La verdad es que este verano ya llevo unas cuantas cervezas gratis".

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Según explica José Peironcely, uno de los responsables de la idea y del negocio, la iniciativa del chiringuito El Calamar ha propiciado la retirada de las arenas que lo rodean, hasta estas alturas del mes de agosto, de cerca de treinta mil colillas, prácticamente tantas como durante toda la temporada de verano anterior.

Entre tanto, un veinteañero se afana en rebuscar entre los granos más calientes. "La próxima ronda es cosa tuya", protesta a su amigo adormilado. "Claro, claro... de la próxima ronda me encargo yo - le responde apurando un cigarrillo-.Ven. Acércate. Que te echo una mano". "La mar de gracioso que eres, los porros también valen, ¿verdad?". Cada uno de estos vasos de plástico tiene una capacidad de unos ochenta filtros anaranjados. Lo habitual es que uno se demore unos diez minutos en llenarlos. "Este verano, con la crisis económica, a la gente se le ha quitado toda la vergüenza", prosigue Peironcely.

"La gente viene a la playa con lo justo, y lo de recoger colillas puede ser la diferencia entre tomarse una caña o un refresco o no. Por ello se animan personas de todas las edades. Algunos hasta se ponen manos a la obra durante las noches, mientras pinchan los dj o tocan las bandas". Por aquí se acercan principalmente catalanes de todas las edades que viven en el Baix Llobregat, así como aficionados a la naturaleza que pedalean hasta el delta, que queda a tiro de piedra. Un gran tubo de plástico ilustra cómo los restos de los pitillos se van acumulando. En El Calamar, la cerveza también se puede conseguir pagando un par de euros.

"La idea se nos ocurrió hace un par de veranos como un modo de promocionar el chiringuito y a la vez solucionar un grave problema: la cantidad de colillas que nos rodeaban, una estampa de la playa asquerosa que también suponía un problema de imagen para el chiringuito. Yo es que no puedo soportar ver un niño pequeño jugando con una colilla. Y las máquinas trilladoras no retiran la mayoría, no pueden. Y la verdad es que las playas se antojan repugnantes. Al principio a la gente le daba reparo, muchos ni siquiera se creían que fuera cierto. Pero el pasado verano lo planteamos como una aportación. Nosotros también nos pusimos a recoger. La cerveza la damos a modo de agradecimiento. El mensaje es que todos juntos hacemos de la playa una lugar mejor. Muchos clientes nos felicitan".

Hace pocas semanas, El Calamar dio de comer a los buzos que participaron en la limpieza de su fondo marino. Y a mediados de septiembre participará en la campaña Limpieza del Mundo, una iniciativa nacida en Australia que desde hace lustros pretende concentrar en unos pocos días la complicidad de millones de personas procedentes de más de un centenar de países.

"La idea es simultanear proyectos por todo el planeta. El nuestro es la limpieza de la playa de El Prat. Más de cincuenta personas nos pasaremos un día recogiendo desperdicios en el litoral". El Calamar suma ya siete años. Pero este año se encuentra a un kilómetro de distancia de su primer emplazamiento, frente al espacio que dejó el restaurante La Casita del Mar. "A medida que la iban tirando fuimos reciclando todas sus maderas para levantar el nuevo Calamar".

21--VIII-10, L. Benvenuty, lavanguardia