´No a la caza, pero sí a la pesca´, Xavier Bru de Sala

Ahora que la exhibición del sufrimiento taurino ha quedado felizmente abolida, y esperemos que más pronto que tarde los movimientos anticorrida, reavivados bajo el lema "tortura no es cultura" tengan éxito en toda España, la ética de la caza vuelve a un cierto primer plano. No seré yo quien defienda las matanzas innecesarias de animales, si bien hay que reconocer el peso del gran argumento de los cazadores, el control de poblaciones. Sin un cierto tipo de caza, ciertos animales, convertidos en plagas, causarían bastante perjuicio, cuando no espanto.

Siendo pescador ocasional (aunque de escaso arte y fortuna), admiro la hermosa caña de altura que me regalaron. Formidable. Por asociación me viene a la cabeza la estruendosa y abominable escopeta. ¿Con que justicia o razón puede predicarse lo siguiente?: La caña es bella, la escopeta mata.

Haya o no haya contradicción entre abominar la caza y deleitarse pescando, es por lo menos chocante que se pueda matar por placer ciertos animales mientras hacer lo propio con otros es motivo de condena. Decimos de alguien con admiración que es un gran pescador, o sea, persona fina, paciente, sagaz, amante del mar y sus sabrosos frutos. Por el contrario, un cazador, aunque pille la escopeta por si acaso y dispare un par de veces al año, es ya un enemigo de todo bicho viviente, un peligro ambulante, un primitivo, un depredador, un destructor del equilibrio ecológico, un mal para la naturaleza y hasta un oprobio para la humanidad. Mientras los cazadores han conseguido salvarse de la multa o la cárcel a base de severísimas regulaciones y bajo el razonable pretexto del equilibrio de poblaciones, los pescadores no profesionales siguen, por lo menos en apariencia como se verá, tan panchos, orgullosos de su licencia, a pesar de que el pescado escasea cada vez más. ¿Curioso, no? ¿Dónde está la diferencia?

Aparte de las que cada lector encuentre - y a lo mejor son más de siete-,todos los mamíferos y aves que consumimos han sido criados en granjas o lugares especializados. Su destino, desde antes del nacimiento, es el consumo humano. Los peces, en cambio, corren libres por la mar. Parte del presente son ya las piscifactorías, pero las flotas pesqueras siguen ahí, el pescado del Mediterráneo se mantiene firme en las preferencias. Pescar por pescar, pues, por qué no podría usar la caña yo, un yo cualquiera. A ojo de buen cubero, no parece exagerado afirmar que, a lo largo de la Costa Brava y la de Barcelona, todo lo pescado por los pescadores recreativos en un año, y haciendo caso omiso de las consabidas exageraciones, cabría en una o dos barcas de pesca profesional de tamaño mediano. Y si hacia el sur abunda más la pesca, será porque la presión es menor o por lo obsequioso de la naturaleza. ¿A qué viene, pues, tanta persecución, por parte de las autoridades centrales, contra los pescadores aficionados, mientras los profesionales, por comparación, casi tienen carta blanca? Cualquier observador cercano sabe que, para los profesionales de bajura, no pocas regulaciones son papel mojado. Por ejemplo, siguen arando metódicamente fondos a veinte y quince metros, mientras a otros se les prohíbe incluso fondear.

Ante la pesca recreativa, la mentalidad de la Administración, más que nada la central, es prohibicionista hasta extremos delirantes, mientras las moratorias y descansos de los profesionales, a cuya actividad se ponen límites casi ilimitados, tienen por finalidad el incremento de toneladas extraídas del mar. Otra de las diferencias entre caza y pesca es que en tierra no se distingue entre profesional, recreativo y artesanal. Parece ser que, en algunos casos, la Administración catalana es sensible a la pesca artesanal y las artes tradicionales. Por ejemplo, si todo acaba bien, el rall, esa red redonda que se lanza a distancia, dejará de estar prohibido. Total, sin un talento natural y meses, cuando no años, de paciente aprendizaje es imposible lanzarlo abierto. Y luego hay que ver el pez y calibrar hacia dónde huirá. Que sigan en la Generalitat por el buen camino y consigan que desde Madrid no se prohíban el volantín o la potera.

Volviendo a las diferencias entre cazar y pescar, tal vez hayan advertido, no que recibir un perdigón sea distinto a engancharse a un anzuelo, pues el resultado es el mismo (muerte y festín culinario), sino que lo pescado tiene la sangre fría, además de vivir en otro elemento, en principio hostil para la humanidad. ¿Es razón suficiente? Según mi modo de ver, hete aquí la diferencia fundamental: siendo la caza y la pesca, como la recolección, parte de nuestra imborrable herencia ancestral, el pescador recreativo sigue usando métodos antiguos, mientras que el tiro desequilibra la relación entre predador y presa. La caña es bella, sí, por su antigüedad, porque proviene de la tradición. El equivalente, en la caza, sería el arco y la flecha. Lo más alejado, la cacería organizada, las matanzas en masa sin la cual no pocos cazadores encuentran placer. Eso sí es aberrante y debería estar prohibido por respeto a la naturaleza.

20-VIII-10, Xavier Bru de Sala, lavanguardia