´Víctimas invisibles en México´, Alfredo Abián

La violencia que desata el narcotráfico puede hacer palidecer la capacidad destructora del integrismo religioso. El asesinato de 72 inmigrantes latinoamericanos en un rancho de México es una prueba más de la crueldad de los cárteles, otro espacio idóneo para que los humanos se conviertan en primates con sed de sangre y de dinero. La amoralidad no conoce límites entre el bien y el mal. Su única frontera allí es la de Estados Unidos, por donde entra el 90% de la cocaína que consume la primera potencia mundial. Y por donde pasa toda la inmigración del subcontinente, siempre y cuando no haya sido previamente esclavizada o asesinada por los narcos mexicanos. Amnistía Internacional les llama víctimas invisibles. A un lado de la línea, los esperan los chacales de la droga. Al otro, les aguardan las patrullas fronterizas que emplean para vigilarlos aviones sin tripulación Predator. Los mismos que se usan para cazar al talibán. Los campesinos de Honduras, Brasil, El Salvador, Ecuador o Perú, que engrosan las filas de la inmigración, siempre han sido víctimas de todos. Carne de cañón. El caso más paradigmático lo protagonizó el extinto Sendero Luminoso, una guerrilla peruana de delirio maoísta. Asesinaron a miles de campesinos a golpes de machete y pedradas. Pero, eso sí, eran socios de los narcos locales. Su coartada era desternillante: como los principales consumidores de narcóticos eran los imperialistas, había que apoyar a los cárteles para que siguieran envenenando al enemigo. Las colombianas FARC también saben perfectamente cómo son los dólares impregnados de coca. En México la única insurgencia es de quienes quieren convertirlo en un narcoestado. Y por si fuera poco, el gran país hispano del norte desarrollado padece el rotundo fracaso de las políticas antidroga y antiinmigración de Washington.

27-VIII-10, Alfredo Abián, lavanguardia