´Los ´señores de la guerra´ afganos´, William R. Polk

Afganistán es hoy una tierra de señores de la guerra. Existen por centenares, quizá incluso por millares. Son ellos quienes gobiernan. Y, aunque parezca sorprendente, es poco lo que se sabe de ellos. Esto es lo que he averiguado en mi breve visita al país, a partir de conversaciones con funcionarios, diplomáticos, trabajadores humanitarios, particulares y un antiguo dirigente talibán.

Los grandes señores de la guerra controlan ministerios o provincias enteras. Uno de ellos, el poder en la sombra de Kandahar, es hermanastro del presidente Karzai. En esa inestable provincia no sucede nada sin su aprobación ni sin que él suela recibir un soborno. Otro, antiguo ministro del Interior destituido por corrupción, ha sido trasladado a un puesto desde el que, según editorializó The Guardian,está "a cargo de la industria del opio". Quizá el más poderoso de todos sea Abdul Rashid Dostum, cuya base de poder es la provincia septentrional habitada por los uzbekos.

Lo que parece motivar a estos individuos es el poder personal y la acumulación de riqueza. Algunos han cambiado de bando una o más veces. El récord lo tiene Dostum: dirigió a su pueblo en la lucha contra los invasores soviéticos; cuando se retiraron en 1979, se unió a los talibanes para combatir a otros insurgentes; más tarde, cambió otra vez de bando para unirse a la antitalibán Alianza del Norte y en su nombre emprendió la que quizá sea la campaña más despiadada de la historia afgana contemporánea, en la cual asfixió en contenedores a centenares de sus antiguos aliados. Y ahora - ¿por cuánto tiempo?-apoya al presidente Karzai.

El régimen de Karzai se basa en semejantes personajes y enseñoresde la guerra que controlan otros grandes grupos étnicos, como los tayikos y los hazaras.

Cuando el senador John Kerry, presidente del comité de Asuntos Exteriores del Senado de EE. UU., visitó Afganistán, los periodistas estadounidenses residentes en el país le describieron de modo unánime el actual régimen como la "mafia autóctona".

Y el embajador estadounidense, el general Karl Eikenberry, utilizando cuidadosos términos diplomáticos, describió a Karzai como un "socio estratégico inadecuado". Su despacho a Washington fue filtrado y se publicó en The New York Times.Contenía una valoración que Washington no deseaba escuchar - y menos aún ver publicada-,de modo que se le aconsejó que trabajara más estrechamente con el comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN, el general David Petraeus, quien ha subrayado que las tropas extranjeras no tienen otra elección que colaborar con los señores de la guerra. La alternativa eran los talibanes.

Los principales señores de la guerra sólo son la cúspide de una pirámide de poder. En la base, hay decenas o centenares de pequeños caudillos. Algunos sólo disponen de una decena de pistoleros y actúan en un barrio o a lo largo de un pequeño tramo de carretera. Muchos están involucrados en el tráfico de droga, y otros obtienen sus fondos de los secuestros o de dar protección.

Incluso las fuerzas militares de EE. UU. y la OTAN les pagan para lograr que los camiones con ayuda crucen zonas peligrosas. Una investigación del Congreso estadounidense publicada en junio pasado puso de manifiesto que, para llevar a la práctica un contrato de transporte de 2.160 millones de dólares, el ejército de EE. UU. paga decenas de millones de dólares a señores de la guerra, funcionarios corruptos e (indirectamente) a los talibanes con objeto de garantizar la seguridad de los convoyes de suministros.

Dexter Filkins, de The New York Times,lo ha dicho con crudeza: "Un señor de la guerra construye un imperio afgano con la ayuda estadounidense". Filkins describe a un "ex jefe de una patrulla de carretera, analfabeto, que ha devenido más poderoso que el gobierno de la provincia de Uruzgan". "Sus combatientes llevan a cabo misiones con las fuerzas especiales de EE. UU. y, cuando los funcionarios afganos se han enfrentado a él, los ha desairado o ha conseguido que los destituyeran", asegura.

¿Cómo lo ha hecho? Con dinero, explica Filkins. Según señala, ese personaje cobra 1.200 dólares por cada camión de la OTAN al que franquea el paso; 2,5 millones de dólares mensuales.

¿Cómo se sale con la suya? Según Filkins, "su milicia ha sido elegida por los oficiales de las fuerzas especiales estadounidenses para recopilar información y combatir a los insurgentes".

Por más ilegal e inmoral que parezca, el sistema es tolerado como táctica en esta guerra porque depende en gran medida de él. Sin embargo, nos encontramos con uno de los argumentos más poderosos a favor de los talibanes. Todos reconocen que no hay corrupción en las zonas que controlan.

A muchos afganos les parece que este matrimonio de conveniencia constituye una convincente razón para apoyar a los talibanes. A largo plazo, puede que sea el factor más importante en la derrota occidental en ese país.

13-IX-10, William R, Polk, miembro del consejo de planificación política del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy, lavanguardia