´La guerra afgana´, William R. Polk

La idea de que la guerra de Afganistán no  se puede ganar y no merece el gasto en sangre y dinero adicionales tiene cada vez más predicamento incluso entre quienes la promovieron con mayor entusiasmo. Richard Haass, planificador jefe del presidente George W. Bush y actual jefe del Consejo de Relaciones Exteriores, acaba de escribir en Newsweek:"No estamos ganando. No vale la pena". Casi a diario, aparecen uno o dos de los nuevos expertos en Afganistán sugiriendo que hay que encontrar una forma u otra de salir del país salvaguardando las apariencias y sin nuevas pérdidas.

En realidad, para aquellos a quienes el presidente Bush consideró sus mentores en relaciones exteriores, los neoconservadores, Afganistán siempre fue, en el mejor de los casos, sólo un primer paso y, en el peor, una distracción dentro de su larga guerra proyectada.

Estados Unidos se vio involucrado en el país debido a una especie de arrebato de fuerza como reacción a los atentados del 11 de septiembre del 2001 contra el World Trade Center y el Pentágono. Al organizar el ataque para destruir el ejército y el gobierno de los talibanes, no se pensó con seriedad en lo que sucedería después. No se hicieron planes para recoger las piezas del régimen destruido.

Paul Wolfowitz, el jefe intelectual de los neoconservadores, enseguida anunció que el verdadero problema no era Afganistán, un país pequeño, remoto y pobre, sino Iraq. ¿Por qué Iraq? Porque, según dijo, "nada en petróleo". Aunque luego admitió que el petróleo no era la verdadera razón. La verdadera razón era que su movimiento, el de los neoconservadores, estaba muy estrechamente relacionado con la extrema derecha de la política israelí y que esos israelíes estaban decididos a inutilizar Iraq.

La razón por la cual la extrema derecha israelí deseaba un cambio de régimen en Iraq estaba clara: si dicho país dejaba de ser una gran potencia entre los estados árabes, los palestinos de Gaza y Cisjordania se verían obligados a admitir su derrota absoluta. Entonces, Israel podría intimidar a los demás estados árabes y, en particular, reprimir los movimientos palestinos como Hamas y doblegar al Hizbulah libanés.

Instado por los neoconservadores, el gobierno de Bush atacó Iraq y destruyó el régimen de Sadam Husein. Ello, por supuesto, sumió a Estados Unidos en una guerra de guerrillas cuyo coste se ha estimado en cientos de miles de muertos y heridos iraquíes, decenas de miles de muertos y heridos estadounidenses y varios billones de dólares. A pesar de las afirmaciones realizadas, la guerra no ha acabado. De hecho, incluso el Gobierno de Barack Obama admite que no es capaz de encontrar el modo de salir por completo del conflicto y que mantendrá "una presencia", quizá hasta 50.000 soldados, en los próximos años.

Al defender que el Gobierno de Obama ponga fin a esas dos guerras, oal menos haga disminuir su intensidad, lo que hacen los neoconservadores y sus aliados es poner a Irán en su punto de mira. De nuevo, la coalición de neoconservadores y extrema derecha israelí (hoy, el Gobierno de Israel) se concentra en destruir el poder de un rival potencial de Israel. El problema público es la amenaza de armas nucleares. Ahora bien, quienes deberían estar enterados del asunto - los servicios de inteligencia estadounidenses-sostienen que Irán no las tiene hoy y que no las tendrá en un futuro inmediato. Como ha afirmado acertadamente Mohamed el Baradei, que durante muchos años ha sido director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica, "amenazar a Irán es la forma de garantizar que se haga con armas nucleares".

Como en el caso del petróleo de Iraq, el problema de las armas nucleares iraníes no es la principal preocupación: los israelíes, que poseen un nutrido arsenal de armas nucleares - casi con seguridad, al menos un centenar-,quieren asegurarse de que Irán no se convierta en un poderoso rival en Oriente Medio. De modo que desean cambiar su régimen.

La mayoría de los expertos cree que un ataque a Irán, incluso con armas nucleares, sólo conseguiría a lo sumo retrasar la posesión de armas nucleares; aunque la economía y el establishment militar se vieran desestructurados, Irán no se rendiría ni sufriría un golpe de Estado. En ese caso, las potencias atacantes se enfrentarían a una resistencia guerrillera que sería mucho más costosa que las guerras de Iraq y Afganistán. En parte, porque Irán es un Estado nación mucho más cohesionado y con una población muy nacionalista. Y también porque lleva años preparándose para defenderse por medio de una guerra de guerrillas, mientras que ni Iraq ni Afganistán habían hecho esos preparativos. Irán ha creado una guardia nacional o revolucionaria de al menos 150.000 hombres, les ha suministrado armas adecuadas para la guerra de guerrillas y ha dividido el país en distritos militares, cada uno de los cuales es autónomo y capaz de funcionar incluso si los otros son destruidos. En caso de guerra, es probable que murieran centenares de miles de iraníes, pero el coste para Estados Unidos o la OTAN sería atroz en muertos, heridos y dinero. Por último, la interrupción del flujo de petróleo y gas procedente del golfo Pérsico provocaría casi con seguridad una depresión en todo el mundo.

El reconocimiento de esos peligros ha obligado al presidente Barack Obama, según algunos funcionarios no identificados de la Casa Blanca, a rechazar públicamente los intentos de presión de su propio secretario de Defensa, Robert Gates, que deseaba establecer una línea roja para atacar Irán si dicho país no entregaba sus reservas de uranio.

Al margen de lo que haga el Gobierno estadounidense, no cabe descartar la posibilidad de un ataque israelí contra Irán. Tal es, según ha declarado el primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, la política israelí: "Si Estados Unidos no actúa, lo hará Israel". El Gobierno de Obama se encuentra sometido a los ataques de neoconservadores como John Bolton, antiguo subsecretario de Estado y embajador ante las Naciones Unidas, quien el 17 de agosto instó a atacar Irán inmediatamente, "antes de que sea demasiado tarde".

Por todo ello, cada vez son más quienes se dan cuenta de que el mundo está al borde de lo que podría ser una catástrofe.

 

 12-IX-10, William R. Polk, experto en política internacional , lavanguardia