´La hora de la verdad´, Juan-José López Burniol

Ha llegado, inexorable, la hora de la verdad para afrontar el tema de la relación entre España y Catalunya. Recapitulo, para ello, lo dicho en mis dos artículos anteriores: 1. El gran problema español es el de la estructura territorial del Estado. 2. Existen graves impedimentos para la solución racional del tema: a) tendencia compartida al engaño recíproco; b) ausencia de federalistas a un lado y otro del Ebro; c) y negativa, también recíproca, a la aceptación del otro tal como es. 3. La dilución del consenso de la transición y la erosión del pacto constitucional hacen que, a partir de ahora, la dialéctica política no se rija ya por normas ni se desarrolle en instituciones, sino que será el fruto exclusivo de la relación de las fuerzas en presencia. Sobre esta base, apuntaré - en esquema-lo que a mi juicio se debería hacer y lo que se debería evitar, tanto desde la perspectiva catalana como de la española. E insinuaré, por último, lo que creo que se hará.

Desde la perspectiva catalana, lo que se debería hacer es: 1. Fijar con claridad y precisión el objetivo que se persigue: o un Estado federal o un Estado independiente; lo que exige, con carácter previo, ponderar la composición real del país, más plural de lo que se dice y con un tejido de intereses más complejo de lo que se reconoce. 2. Concertar la unidad de la mayoría de las fuerzas políticas catalanas en defensa de la propuesta que se adopte, en el bien entendido de que esta nueva solidaritat catalana no puede agotarse en un trémolo sentimental, sino que debería concretarse en un programa compartido que se defendiese en el Parlamento de Madrid con una sola voz y que se refiriese a los grandes temas: estructura territorial del Estado, financiación, grandes infraestructuras y administración de justicia. Se objeta a esta propuesta que la unidad propugnada es inalcanzable y, de alcanzarse, insuficiente. Rechazo ambas objeciones: toda nación que de veras lo es logra, en un momento crítico, articular un frente común mayoritario, ya que, de no hacerlo, es que aquella pretendida nación nunca lo fue o ha dejado de serlo por desuso; y, por otra parte, si la mayoría de los partidos catalanes sostuviese lo mismo en Madrid, respecto a los temas apuntados u otros similares, su fuerza sería enorme, al convertirse en el fiel de la política española. Mañé i Flaquer lo tuvo claro hace más de un siglo.

Por el contrario, Catalunya debería evitar la reivindicación de una miqueta de independencia, bajo el subterfugio de una relación bilateral con España (fórmula encubierta de confederación), sazonando su errónea exigencia con desgarradas apelaciones al mal trato recibido, esmaltadas unas veces con excesos tartarinescos y otras con pirotecnia fallera. Si tal hace, mostrará impotencia y correrá un riesgo grave de fractura social.

En cuanto a España, lo que debería hacer está también claro: 1. Reconocer la realidad de los hechos, esto es, su fracaso irreparable en la construcción de un Estado unitario y centralista, así como el éxito espectacular de la refacción de la nación catalana a partir de la Renaixença. 2. Admitir que un Estado federal de verdad -y no un sucedáneo- es la única fórmula posible de preservar la unidad de España (el Estado federal es una variedad del Estado unitario). 3. Negarse de raíz a la admisión de una relación bilateral con Catalunya, ya que acarrearía -al multiplicarse- la destrucción del Estado por desembocar en una especie de confederación. 4. Admitir el derecho de Catalunya a separarse de España. 5. Reformar la Constitución, previo acuerdo de los dos grandes partidos españoles, en el sentido apuntado. Un solo comentario: sé que la mera referencia al derecho de autodeterminación inflama al macizo de la raza, pero sostengo -aunque carezco de espacio para defenderlo- que en este reconocimiento se halla la fuerza de la posición española, así como la raíz de su decoro. No existe otro modo de responder a los que sostienen, con displicencia tamizada de desdén, que España no puede prescindir de Catalunya por ser financieramente inviable sin ella, y que está, por tanto, obligada a pasar por el tubo.

Y lo que España no debería hacer jamás es dejar que la situación se pudra, pactando -por ejemplo- los presupuestos con los nacionalistas a cambio del desguace progresivo del Estado. Lo que vale tanto para socialistas como para populares. El paso del tiempo refuerza a los que se apropian de las grandes palabras, como es el derecho a decidir. Cada día que pasa, el Estado español -como sistema jurídico- se debilita, ante la pasividad interesada de quienes más obligados estarían a defenderlo, enzarzados en una lucha cainita por el poder.

¿Qué pasará? Todos harán lo que -a mi juicio- no deberían hacer. Y actuarán así, no por fortaleza o sentido de la responsabilidad, sino por debilidad y falta de coraje. Hasta que los hechos, siempre tozudos, decanten la situación, tras haberla degradado irreparablemente, en un sentido u otro. Total, impotencia y barullo.

18-IX-10, Juan-José lópez Burniol, lavanguardia