´No sólo se trata de aforo´, Pilar Rahola

Para los que seguimos el fenómeno del islamismo radical desde hace años, lo más descorazonador es tener la convicción de que nos equivocamos siempre de pregunta. En el caso de Abdelwahab Houzi, el fanático imán que dirige la mezquita Ibn Hazn de Lleida y que intenta imponer una federación de mezquitas salafistas en toda Catalunya, la cuestión no trata, solamente, de aforos y seguridad. Es decir, el alcalde Àngel Ros tiene razón cuando no permite que mil personas vayan a un local de rezo donde sólo caben unas 200, y como administrador de la ciudad debe velar por el cumplimiento de las leyes. Pero más allá de sus atribuciones, que son lógicamente limitadas, el problema global no es cuántos musulmanes van a la mezquita de la calle Nord de Lleida, sino lo que van a escuchar. Es decir, la cuestión central no es el dónde, sino el quién y el qué. Sobre el quién y el qué, en el caso del imán de Lleida Abdelwahab Houzi, sabemos bastantes cosas. Por ejemplo, que está acusado de poligamia, que se negó a ser entrevistado por una mujer maquillada, que está a favor del burka, que predica el wahabismo más radical alentando el odio a Occidente y que los servicios de inteligencia le consideran el responsable de la creación de una policía religiosa, que presiona los locales regentados por musulmanes y controla los hábitos de toda la comunidad. Por supuesto, está a favor de un gobierno islámico paralelo a las leyes de nuestra sociedad, cree en la conquista del mundo en favor de la umma y está en contra de los derechos de la mujer. Es, en todos los aspectos, un fascista, sólo que al fascismo de corte islámico le llamamos fundamentalismo. Este hombre que viaja a menudo a Arabia Saudí para recibir adoctrinamiento, está situado en el top ten del radicalismo en España, según el CNI. Y está a punto de conseguir el podio radical en toda Europa. La pregunta, por tanto, no es dónde situaremos una mezquita para que los fieles vayan a rezar. La pregunta es si un radical, que fomenta el odio a los valores democráticos, que contamina el cerebro de los fieles usando el nombre de Dios para proyectar una ideología fanática y que es un ideólogo del wahabismo puede dirigir dicha mezquita. ¿Sólo una cuestión de aforo? Si sólo fuera una cuestión de aforo, estaríamos a la vuelta de la esquina. No. Se trata de la defensa de los valores fundamentales que nos aúnan como sociedad y permiten que musulmanes, cristianos, ateos y tutti quanti puedan vivir en convivencia. Resulta imposible entender que un batasuno no pueda dar un mitin y pueda hacer proclamas incendiarias, viernes a viernes, un fanático integrista. ¿Qué estamos haciendo? Y, sobre todo, ¿qué deberíamos hacer? De entrada, lo más obvio: expulsarlo del país. Porque si no entendemos que un imán que fomenta el odio no es un hombre de Dios, sino un enemigo de la democracia, no entendemos nada.

22-IX-10, Pilar Rahola, lavanguardia