´La revolución de terciopelo´, Luís Racionero

Aquellos primeros años de la década  de los noventa trajeron las revoluciones incruentas, pacíficas, teatrales y negociadas que se han denominado revoluciones de terciopelo, por contraste con las revoluciones violentas, sangrientas, terroríficas y rupturistas de 1789 (Francia), 1917 (Rusia) y 1949 (China). El muro de Berlín cayó en 1989, dos siglos justos después de la Revolución Francesa.

Para mí ese proceso iniciado en 1989 en Polonia, Alemania del Este, Checoslovaquia y Hungría supone una vindicación de las propuestas hippies, de las revueltas no violentas y pacifistas que inventó Gandhi y siguieron los hippies y estudiantes en 1968 en París y 1969 en People´s Park. Y dentro de ese tipo de revoluciones o cambio social rápido, se encuentra la transición española, que fue un cambio sin ruptura de dictadura a democracia, cumpliendo, como la revolución de los claveles portugueses, las condiciones de la revolución aterciopelada, a saber: incruenta, pacífica, teatral y negociada.

No olvidemos que Carrillo se avino a presentarse a elecciones democráticas, Suárez a legalizarle el PCE, los socialistas a pastelear en Suresnes a favor de los transicionistas, las derechas a aceptar un rey constitucional y todos unas elecciones libres, una prensa casi libre y una separación de poderes decente.

Comprobar que los métodos hippies triunfaban en la Europa del Este e incluso en la transición española fue una profunda satisfacción, que aún nos dura. Aunque en Birmania no triunfe la revolución de terciopelo por falta de ayuda de India y aunque China o Irán las hayan sofocado, el futuro se perfila hacia ese tipo de cambio social, que quizás ya no debería llamarse revolución, o bien redefinir revolución como un cambio de régimen pacífico, negociado, incluyendo elementos de protesta de masas, movilización social y acción no violenta.

El Foro Cívico de Checoslovaquia declaró el 2 de diciembre de 1989: "Rechazamos cualquier forma de terror o violencia, nuestras armas son amor y no violencia". Podríamos firmarla los hippies de 1969. Tal como lo define Timothy Garton Ash, de Oxford, el tipo de revolución ideal 1989 es: "No violenta, antiutópica, basada no en una sola clase social (como el proletariado de Marx), sino en amplias coaliciones sociales, y caracterizadas por la aplicación de presión social masiva - people power-para obligar a los que detentan el poder a negociar. El proceso en cuestión termina no con el terror, sino en compromiso. Si el tótem de la revolución tipo 1789 es la guillotina, el de la tipo 1989 es la mesa redonda".

Estonia, Lituania, Letonia, Sudáfrica, Eslovaquia, Croacia, Serbia, Georgia, Ucrania, Bielorrusia, Kirguistán, Líbano, Birmania, Portugal y España han sido objeto de revoluciones con adjetivo: se ha oído hablar de revoluciones corales (en los estados bálticos), negociadas (Sudáfrica), rosa (Georgia), naranja (Ucrania), cedro (Líbano), tulipán (Kirguistán) o azafrán (Birmania). Sin olvidar la del clavel (Portugal) y la nuestra sin flor ni color, llamada prosaicamente transición porque ni siquiera la revolución pacífica es poética en España: es ramplona, pero incruenta, que ya es mucho para este pueblo cainita, envidioso y enconado, llamado las Españas.

Eric Hobsbawm llamó al siglo XX "el corto siglo XX" porque comienza en 1914 y acaba en 1989, dura casi lo que el comunismo. Es un siglo de guerras atroces y de revoluciones hasta que, tras la Götterdämmerung de 1945, se acaba la historia, según Francis Fukuyama, o sigue la historia, según Samuel P. Huntington, pero con guerras interculturales, casi religiosas y revoluciones de terciopelo.

Para los que creemos que el legado hippy no ha muerto, que la contracultura californiana del 68 ha mejorado la cultura occidental, suavizándola, volviéndola menos puritana y laboralista, menos calvinista y avara, menos represiva, constatar que las últimas revoluciones son de terciopelo en vez de hierro, que la sangre no llega al río como teníamos por costumbre en Europa y el resto del mundo, a nuestra imagen y semejanza, es una alegría inmensa, y comprobar que la nueva idea es la forma misma de la revolución, no el contenido de sus aspiraciones ideológicas. Si Lenin y Mao se rebelaban en nombre de la clase oprimida - obreros y campesinos-,los hippies se rebelaban en nombre de toda la cultura, con los medios de la resistencia pasiva de Gandhi y con objeto, no de tomar el poder, sino de cambiar los valores de la sociedad. La cibernética ha sido una revolución tecnológica (como lo fue la industrial); la francesa y rusa fueron revoluciones políticas; la del 68 fue una revolución cultural, como el cristianismo en el siglo II: un cambio de valores en la sociedad. El terciopelo del cristianismo se convirtió en púrpura cardenalicia, está por ver adónde iráa parar el terciopelo de los hippies. De momento, ha ensanchado los espacios de libertad, ocio y hedonismo.

23-IX-10, Luís Racionero, lavanguardia