´Audiencias ´low cost´´, Sergi Pàmies

Apoteosis de la inmediatez en televisión. Ya sean mineros rescatados o folklóricas peludas (perseguidas por una jauría histéricoperiodística), el presente genera reacciones urgentes entre la audiencia. En el caso de los mineros chilenos, el espectáculo no es inocente. Inteligentemente reconvertido en kermesse solidaria, las razones del encierro y las pésimas condiciones de trabajo de los mineros quedan en sospechoso segundo plano. Además, el escaparate se aprovecha como propaganda presidencial y oportunidad para, a través de los mecanismos más obvios del patriotismo, transformar la negligencia en materia de seguridad laboral en perversa catarsis colectiva.

¿Y la Pantoja? Llevamos años reflexionando sobre esas patéticas persecuciones en los aledaños de los juzgados marbellíes. Pese a lo mucho que se ha dicho, la manada de cámaras y micrófonos se ha multiplicado hasta límites monstruosos. Nadie interviene para racionalizar los accesos y preservar intimidades privadas y dignidades colectivas. Fiel a su historia más ancestral, España responde al escándalo y al delito con una mezcla de histeria, inconsciencia juerguista y ramalazo prelinchamiento.

Las productoras obligan a sus reporteros a conseguir los mejores testimonios y las imágenes más sensacionalistas. Y a ese nutrido grupo de desesperados se añaden curiosos, fanáticos y ociosos que aspiran a verse a sí mismo en esos tumultuosos mogollones. La adrenalina desplaza la jerarquía de la razón. Deberíamos hablar más de la magnitud de la estafa, de las razones que provocaron la pervivencia de caciquismos en la Costa del Sol y de cómo los partidos teóricamente más democráticos propiciaron, con su negligencia y ombliguismo, el auge de populismos corruptos y de estructuras mafiosas.

Todo este pasteleo, sin embargo, pierde protagonismo y lo que emerge, con una fuerza titánica, son las bolsas de basura llenas de dinero negro, las gafas de sol horteras y tragicómicas de las viudas, amantes y despechadas cornudas. Y, alrededor, los brazos agobiados que sujetan micrófonos y cámaras y que, a grito pelao, intentan llamar la atención de los imputados.

Los teóricos más veteranos sostienen que todo forma parte de una espectacularización compulsiva de la actualidad y diseccionan sus síntomas más evidentes. Como espectadores, sin embargo, prevalece la sospecha de que el éxito también responde a una clara tendencia a las grandes audiencias low cost.Los índices que han obtenido el festivalero rescate chileno y las grotescas carreras alrededor de los juzgados de Marbella generan un tipo de televisión muy barata, mal acabada y con un escaso control de calidad. No requiere de previsión, ni de una idea, ni de ninguna complejidad en la producción. ni de preparación profesional o académica.

Resulta mucho más caro y arriesgado producir Los Soprano o Un tomb per la vida que estar atentos a las liebres que van saltando por la actualidad y coordinar unos cuantos comandos de reporteros-cazadores. Le llaman, desde hace décadas, sociedad del espectáculo, pero, con el paso de los años, la calidad de los espectáculos, sus contenidos y sus ondas expansivas mercadotecnicas (comerciales o políticas) va deteriorándose y metiendo en el mismo saco al rigor y al amarillismo. Y como la televisión es generosa, se produce una paradoja fascinante: los responsables de los accidentes y de los delitos acaban siendo los grandes beneficiados de sus excesos.

16-X-10, Sergi Pàmies, lavanguardia