´El gran ciclón de Asia Central´, Kenneth Weisbrode

Dean Acheson, secretario de Estado del presidente Harry Truman, gustaba de citar aun amigo según el cual estar en el gobierno le daba miedo, pero estar fuera de él le preocupaba. Para quienes no estamos al corriente de las complejidades ocultas de la intervención militar de la OTAN en Afganistán, la situación en ese país - yen toda Asia Central-es extraordinariamente preocupante.

Mientras los críticos del presidente afgano, Hamid Karzai, dicen que está a punto de ponerse de parte de Pakistán y los talibanes, el Pentágono ha indicado su temor de que la guerra se extienda, allende el núcleo pastún, a las zonas habitadas en gran medida por tayikos y uzbekos del norte del país. Al parecer, EE. UU. está construyendo un "complejo especial de operaciones", cuyo importe asciende a 100 millones de dólares, cerca de Mazar-i-Sharif, allende la frontera de Uzbekistán.

También tenía intención de construir un "complejo de capacitación contraterrorista" similar en Osh (Kirguistán), escenario, el pasado junio, del peor estallido de combates entre uzbekos y kirguises étnicos en el valle de Fergana de Asia Central desde la desmembración de la URSS. Murieron centenares de personas, barrios enteros quedaron destruidos y 400.000 personas pasaron a ser refugiados. No existe acuerdo sobre quién encendió la mecha. Entre los posibles culpables figuran diversos rusos, la familia del depuesto presidente kirguís Kurmanbek Bakiyev y bandas de delincuentes en Kirguistán y países vecinos.

Un candidato favorito a culpable es el Movimiento Islámico del Uzbekistán (MIU), grupo aliado con los talibanes en el pasado y que ha actuado en toda Asia Central, incluido Afganistán. También se dice que el MIU está teniendo éxito con sus campañas de reclutamiento en Afganistán septentrional, pero, adondequiera que vaya y dondequiera que actúe, el blanco número uno del MIU es el presidente de Uzbekistán, Islam Karimov.

Por su parte, Karimov actuó con inhabitual habilidad política durante el reciente estallido de violencia en Kirguistán. A diferencia de sus vecinos, abrió la frontera a los refugiados desesperados, la mayoría mujeres, niños y ancianos. Los refugiados eran uzbekos y Karimov tenía razones poderosas para temer la posibilidad de una crisis mucho mayor dentro de Uzbekistán, donde también viven muchos tayikos, kirguises y, naturalmente, millones de uzbekos, que podrían haberse enardecido ante la persecución de sus parientes étnicos de Kirguistán.

Lamentablemente, es algo propio del valle de Fergana. Como en gran parte de Asia Central, incluido Afganistán, las fronteras nacionales y los enclaves separan a diversos grupos que históricamente se mezclaron en una sola región. La precariedad de la situación en todo el valle de Fergana ha atraído la atención de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), con mucha experiencia en desactivar conflictos fronterizos en los Balcanes y en otras zonas, y resulta que el vecino Kazajistán ocupa actualmente la presidencia de la OSCE y en fecha próxima de este año será el anfitrión de una cumbre de la OSCE en su capital.

Pero la OSCE estuvo totalmente impotente durante la crisis de Kirguistán y hasta hace muy poco no ha podido lograr un acuerdo para enviar un pequeño grupo asesor de policía a ese país. Naturalmente, la OSCE tenía muy pocos recursos en esa región, pero algunos miembros, en particular Rusia, no han querido concederle un papel más importante.

Uzbekistán, que debería acoger con beneplácito la ayuda que consiga y probablemente no ponga objeciones en principio a una mayor participación de la OSCE, sin embargo, no se ha apresurado a hacerlo, supuestamente por celos de toda la atención que Kazajistán está granjeándose con su presidencia. (Karimov y el presidente kazajo, Nursultan Nazarbayev, son rivales perennes.)

Quien propone con mayor interés una revitalización de la OSCE ahora es el Departamento de Estado de EE. UU. No sólo desea aprovechar la oportunidad para poner a prueba el cambio de política con Rusia, sino que, además, considera la OSCE un componente importante de una estrategia a más largo plazo para aportar estabilidad y buena gestión de los asuntos públicos en Eurasia, como lo fue la OSCE en la Europa central. Por esa razón, los diplomáticos de EE. UU. están presionando para que se dé una oportunidad a la OSCE y a Kazajistán en particular.

Se trata de un fin loable, pero no está claro que los protagonistas principales en Asia Central - incluida China, que, al parecer, respalda silenciosa, pero firmementeaKarimov-jueguen en el mismo equipo. Uzbekistán, en particular, ha adoptado una actitud extraordinariamente cautelosa e incluso ambivalente en público.

Aun cuando a puerta cerrada se esté celebrando un diálogo en serio con Uzbekistán, su actitud discreta, casi imperceptible, envía señales contradictorias y totalmente opuestas al espíritu abierto, transparente y colectivo del gran impulso dado por EE. UU. a la OSCE. Si no se armonizan las piezas de la política declarada y la real, y si no se consigue la participación de los más importantes dirigentes regionales, otra explosión en el valle de Fergana podría resultar difícil de contener. Entre sus primeras víctimas podrían figurar las nobles aspiraciones de la OSCE y la inversión de la OTAN en Afganistán. Se trata de un gran motivo de preocupación, independientemente de quien gobierne.

23-X-10, Kenneth Weisbrode, historiador del Instituto Universitario Europeo de Florencia, lavanguardia